Entrevista realizada en julio de 2003.

En el año 2000, el arquitecto chileno Alejandro Aravena recibió un llamado de la Universidad de Harvard para que hiciera clases en el magíster. Dos de sus obras habían traspasado fronteras: el edificio de la Facultad de Matemáticas de la Universidad Católica, que construyó en 1999, y el libro Hechos de la arquitectura, que publicó ese mismo año junto a los también arquitectos Fernando Pérez y José Quintanilla.

Pero ya desde antes Aravena se movía con soltura en el circuito internacional. Cuando aún no terminaba sus estudios, ganó un premio en la Bienal de Venecia y luego volvió a Italia con una beca. Allí tuvo como profesor a Francesco Dal Co, voz dominante de la arquitectura mundial y editor de la revista Casabella, quien lo invitó a colaborar en esa influyente publicación. Dal Co ha sido desde entonces un entusiasta admirador del trabajo de Aravena y otros chilenos de su generación. "Pienso que en este momento la arquitectura en Chile es una de las mejores del mundo. Hay jóvenes arquitectos que son muy interesantes, como Mathias Klotz, Smiljan Radic y Alejandro Aravena", ha dicho.

El asunto es que Aravena se ha posicionado como una de las figuras más lúcidas del medio. No le interesa construir casas bonitas ni agregar un guiño más al dictado siempre cambiante de la moda, sino abocarse a pensar en los problemas que realmente afectan la vida en la ciudad. "Me interesa meterme en los temas duros no en temas decorativos", afirma. "Lo que me importa es llevar la discusión sobre arquitectura a un debate más amplio. La gracia no es estar en el cuerpo E de El Mercurio, sino poder llegar al cuerpo A, donde se deciden los asuntos que valen la pena. Y entrar ahí sin dejar de ser arquitecto".

"Una ciudad es un conjunto de oportunidades y no un montón de casas", plantea Alejandro Aravena, quien se ha posicionado como uno de los arquitectos chilenos más lúcidos del momento. Está convencido de que en Chile, pese a la precariedad de recursos, se puede hacer arquitectura de excelencia porque la pobreza obliga a buscar soluciones precisas y eliminar todo lo accesorio.

LAS CARAS DE SANTIAGO

Aravena sostiene una mirada atenta sobre la ciudad que no descuida la relación entre la planificación urbana y los problemas sociales. "En Chile hay una política sistemática para expulsar a los pobres a la periferia y eso genera resentimiento y violencia", acusa. "A 30 kilómetros a tu alrededor no hay nadie distinto a ti. Eso se agrava porque es una ciudad demasiado extendida y los desplazamientos son muy costosos, lo que demanda un tremendo gasto energético, no sólo de combustible, sino también de energía mental. Además, los que se quedan en la periferia pierden todas las oportunidades. Porque una ciudad es un conjunto de oportunidades y no un montón de casas".

Sin embargo, este arquitecto tampoco se encandila con las luces extranjeras. "Estar en Harvard es fascinante, hay una esfervescencia increíble, pero yo no cambio Santiago, porque es una ciudad perfecta para producir. Tiene una escala que te permite ser competitivo en el mundo y acceder a suficiente cantidad de servicios e información. Además, aquí uno puede trabajar concentrado. Hay gente que se queja de que aquí no pasa nada, pero yo no necesito más estímulos, todo lo contrario. Encuentro que la distancia es un buen filtro, porque acá llega solamente lo que tiene que llegar y lo que era fuego artificial se queda en el camino".

Otra cosa que Aravena aprecia de Santiago es su accidentada geografía, con cerros, valles y ríos que considera un capital por explotar. En esa línea se encamina un proyecto de alcance urbano que lo tiene muy entusiasmado y que, si todo sale como está planificado, comenzará a construir en el 2004.

Se trata del Zócalo Metropolitano, un paseo peatonal que rodeará la base del cerro San Cristóbal en un trayecto aproximado de 13 kilómetros, en el que habrá plazas, un anfiteatro y otros espacios públicos. La gente podrá recorrerlo por tramos y cada vez accederá a una visión distinta de la urbe. "A Santiago le faltaba una estructura que tuviera una real escala metropolitana. La idea es que el zócalo sea un hito reconocible, incluso cuando uno sobrevuela la ciudad", explica el arquitecto.

Uno de los puntos más emblemáticos del proyecto es una sala para conciertos con capacidad para dos mil personas. Esta sala, única en Latinoamérica, tendrá características técnicas especiales que la distinguen de un teatro. Parecida a la que existe en Boston, consiste en un cubo de 20 metros de altura que funciona como caja de resonancia. Aprovechando la idea del cerro, Aravena ubicará la sala al interior de una estructura de tierra armada, como una especie de caverna. Más allá de las posibilidades que abre al movimiento musical en la ciudad, este espacio será un monumento de gran impacto visual.

El proyecto surgió como iniciativa propia de Aravena, quien asume como estrategia de trabajo observar la ciudad y entregar respuestas personales. "La ciudad cambia muy rápido y es difícil conducir esa transformación. Por eso hay que adelantarse. Yo trato de hacer eso: no espero que lleguen los encargos, sino que veo qué está faltando y qué puede ser un aporte".

SUBIRLE EL PELO A LA POBREZA

Aravena sostiene que en Chile somos lo suficientemente pobres como para estar obligados a dar soluciones precisas y eliminar todo lo accesorio: "En los países ricos se puede gastar millones en obras que son puro espectáculo y que no tienen ninguna trascedencia real", dice. Esa postura la fue consolidando cuando llegó a Harvard. Ahí se dio cuenta de que para hacer un aporte tenía que volver a plantearse preguntas elementales. Primero: "En el mundo hay 2.500 millones de personas que no tienen casa y la arquitectura tiene que resolver ese problema". Segundo: "En Chile, además de que no hay plata, siempre todo es para ayer. ¿Cómo se llama eso?: vivienda de emergencia".

Con esta claridad en la cabeza, Aravena inició un taller en Harvard en el que les pidió a sus alumnos que reaccionaran frente a catástrofes que estuvieran ocurriendo en ese momento en el mundo y proyectaran soluciones arquitectónicas. Campos de refugiados de África, un terremoto en Japón, las inundaciones que ese año afectaron a Irlanda, un aluvión que arrasó Caracas y hasta una rotura de cañerías en una zona de Nueva York fueron los escenarios de trabajo.

El enfoque del chileno llamó la atención porque le devolvía a la arquitectura el viejo tema de la vivienda social que había sido entregado a las decisiones de los funcionarios públicos. "Siempre se trabaja en ese tema como con cargo de conciencia y se piensa sólo en cantidad, descuidando la calidad. Yo creo, en cambio, que la vivienda social desata interrogantes de sobrado mérito intelectual, a las que sólo los mejores pueden responder", asegura.

Aravena cree que la vivienda económica es un verdadero desafío: se trata de convertir la pobreza en calidad. Esa idea, que parece descabellada, va a comprobarla en muy poco tiempo. El próximo año, 3 mil de las familias más pobres de Chile, vivirán en casas construidas por los mejores talentos del mundo. Para eso, está empujando el concurso Elemental, en que participan arquitectos de distintos países con proyectos para realizar siete conjuntos de vivienda básica en Chile.

La iniciativa se enmarca dentro del programa de Gobierno Vivienda Social Dinámica, que consiste en entregar una casa sin deuda a las familias que pertenecen al quintil de población de menores ingresos, es decir, al 20% más pobre de Chile. Ellos recibirán una vivienda mínima, la que luego podrán seguir ampliando por su cuenta, pero no pagarán dividendos.

Los postulantes deben estar inscritos en el Serviu, acreditar su situación económica, no tener otra propiedad y contar con un ahorro de 10 UF (unos $170 mil aproximadamente). El Gobierno entrega un subsidio de 5 millones de pesos que alcanza para construir entre 25 y 30 metros cuadrados, lo que, en la vivienda básica tradicional, corresponde a un baño, un dormitorio, un living comedor y una cocina. La diferencia, esta vez, es que los arquitectos llamados al concurso tendrán la posibilidad de jugar con los espacios, incluso privilegiando –si lo desean– estares amplios a fin de dejar otras piezas para la posterior autoconstrucción de los dueños. El desafío es que la construcción sea de excelente calidad y que el diseño permita un crecimiento posterior flexible y armónico.

Esta iniciativa cuenta con el respaldo de la Universidad de Harvard, de la Universidad Católica y del ingeniero chileno Andrés Iacobelli, y se financiará con fondos del Conicyt/Fondef. A finales de este año, figuras de peso internacional, entre los que se cuentan varios premios Pritzker (algo así como el Nobel de la Arquitectura), vendrán a Chile para elegir las mejores propuestas.

Sin duda, el proyecto Elemental cambiará radicalmente lo que hasta ahora se había entendido por vivienda básica en Chile. Ya no bastará con entregar un techo a los necesitados que, se supone, no piden demasiado. Por el contrario: se trata de construir espacios dignos. Es un cambio de pensamiento que abre la promesa de una mejor calidad de vida para muchos chilenos y, que de paso, puede transformar la cara de la pobreza urbana.