Todos los días Evelin se levanta a las seis de la mañana. Le prepara el desayuno a su hija de 7 años y aborda un tren que la traslada de la periferia de Roma al centro, donde trabaja, estudia, y donde hasta hace poco boxeaba con una fuerza que causa admiración a quienes recién la conocen. Entre los tatuajes que le cubren los brazos hay uno especial: un corazón con la bandera chilena, pero no es siquiera una pista para adivinar los sufrimientos a los que ha tenido que sobreponerse. Ella no se los cuenta a nadie. "La gente no sabe mi pasado, ni de dónde vengo. Solo sabe lo que ve y lo que muestro", dice.

En 2006, publiqué en Paula el reportaje La inadoptada, la historia de una niña abandonada. Contaba la historia de Evelin Camporeale Russo, quien nació en Chile como Evelin Bustos Bustos, sufrió violencia en su familia y pasó por varios hogares de menores, hasta que, a los 13 años, desde el Instituto de Colonias y Campamentos (ICYC), ubicado en la Quinta de Tilcoco, en la Región de O'Higgins, dejó Chile acompañada por una pareja de italianos que la adoptó.

Pudo ser el final feliz de una larga historia de sufrimientos y abandono, pero una vez en Italia y tras presentar problemas de conducta que su madre adoptiva se sintió incapaz de manejar, sus nuevos padres pidieron a un juez que revirtiera la adopción. El magistrado, tras oír a las partes, determinó que lo mejor para la niña era regresar a Chile, pero el Sename -que había aprobado la adopción- se opuso, señalando que esa familia italiana debía hacerse responsable pues, de hecho, la adolescente había abandonado el país luciendo sus nuevos apellidos en los documentos de identidad: legalmente, ya no era chilena. Como los Camporeale Russo no la quisieron en su familia, el juez la envió a un hogar de menores en Tricase, el pueblo en que vivía sin darle tampoco la nacionalidad italiana.

Ese reportaje terminaba así: "(Evelin) se quedará en el hogar de menores de Tricase hasta que cumpla los 18 años. Entonces se producirá la paradoja: como mayor de edad será libre de tomar sus propias decisiones, pero ya que nunca finalizó el proceso de adopción en Italia, para la ley de ese país será una chilena sin papeles: una inmigrante ilegal entregada a su suerte".

Hace unas semanas, encontré a Evelin en Facebook, convertida en mujer y habiendo logrado sobreponerse a un destino que parecía fatal. Trabaja, estudia y es boxeadora. Sin embargo, el pasado aún le pesa. A través de varios contactos por videochat y mensajes de texto, me dio esta entrevista, sobre la segunda parte de su vida.

"Soy la segunda Crespita", dice entre risas sobre su pasión por el boxeo. "Mi ídola es la argentina Marcela Acuña. Yo quería boxear hasta los 40 años, pero como no soy italiana, no puedo inscribirme en los campeonatos. Hace cinco años la asistente social de la ciudad de Roma que ve mi caso me tramitó la residencia. Pero, para ser ciudadana, tengo que tener 11 años de residencia. Por eso dejé las prácticas. Por eso y porque me puse a estudiar".

Evelin no sabía del reportaje que publicó Paula en 2006 y, gracias a este contacto, lo leyó por primera vez. "Lo que he pasado no se lo merece ninguna niña", dice.

Rogaba que me adoptaran

¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de infancia?

Me veo sola encerrada en una pieza. Me llega un reflejo de luz y pienso que estoy presa y quiero que mi mamá me venga a ver. En realidad la presa era ella.  A veces aparece, pero como no la reconozco, le digo que se vaya. También veo a mi tío tomándome de los cabellos y azotándome la cabeza contra un velador por robar un plátano y después me deja sangrando en esa misma pieza. Si pudiera borrar estos recuerdos, lo haría. Él me dejó la nariz así (se refiere al tabique grueso que endurece sus facciones, de otro modo finas). Él me golpeaba a mí y a una tía mía que tenía mi misma edad, 6 o 7 años, y que vivía conmigo. Usted no sabe cómo le rogué a Dios que me sacara de ahí. Después, estuve en la casa de una guardadora en Pirque (mujeres que reciben una subvención del Estado por hacerse cargo de niños en situación vulnerable). Ella me pegaba constantemente con un palo de escoba y con sus puños. Me hacía trabajar recogiendo y limpiando papas, al igual que a otros niños que estábamos en su casa. Siempre me decía: "Tu mamá no te quiere y nunca te va a querer, porque eres tonta y fea", pero yo no le creía. Me pegó hasta que un día aprendí a defenderme y le pegué de vuelta. Un día, con mi amigo Bryan, le sacamos dinero para tomar una micro, porque él sabía llegar a la casa de un familiar suyo, y nos fuimos. Ahí contamos todo lo que pasábamos en la casa de esa guardadora y nos llevaron a la Quinta de Tilcoco. Ya tenía 11 años.

¿Cómo te trataron ahí?

Bien. Ya no me pegaban las tías, pero sí las otras niñas más grandes, porque era la nueva. Me puse más dura y también me arrancaba. En ese hogar nos decían que nuestra única salvación era que nos adoptaran. Por eso, cuando venían a visitarnos personas que querían adoptar, casi siempre italianos, nos decían que nos portáramos bien, que teníamos que abrazarlos, decirles "papá y mamá". Estaba entre las mayores y sabía que esa era mi única salvación. Pensaba que si no me adoptaban, no tendría futuro. Hubo una primera pareja que se interesó en mí, una chilena casada con un italiano, pero después de conocerme no me quisieron. En las misas que se hacían en el hogar, rogaba que alguien me adoptara. La última vez que me arranqué, me llevaron ante el cura Alceste (Alceste Piergiovanni, fundador de ICYC) y dormí en sus aposentos. Era un privilegio que no tenía ningún otro niño. Ese día le supliqué que por favor me consiguiera una familia adoptiva. Y él, justo antes de morir (en 2003), me consiguió una familia a mí y a otros tres niños grandes.

¿Cómo fue tu primer encuentro con tus padres adoptivos?

Ellos vinieron a verme y yo me porté lo mejor que pude. Los abracé y ellos me abrazaron, pero eran algo torpes para expresar afecto. Tampoco sabían cómo hacerlo. Cuando me subí al avión que me llevaba a Italia, me sentí salvada. Estaba contenta, pero yo no hablaba italiano y mis padres casi no hablaban español. Llegué a la casa donde vivíamos y me tenían un cuarto, con mis cosas y mi maleta, pero pasaba los días ahí, callada. Hasta que de a poco empecé a conocer chicos en la parroquia y comencé a escaparme otra vez. Eran niños adoptados por otras familias de italianos, como yo.
Maria Russo, la madre adoptiva de Evelin, le dijo al juez que se sentía incapaz para controlar y dar pautas de comportamiento a la niña. Los especialistas que emitieron informes a petición del tribunal, dijeron que la niña debió haber recibido una terapia reparatoria de sus traumas y problemas de comportamiento asociados al abandono y el maltrato de su infancia antes de incorporarse a una familia, pero eso no sucedió.

Evelin había llegado a Italia con 13 años, a mediados de 2004. En 2006, cuando ya tenía 15, un juez resolvió que se quedara en un hogar.  

Sola en Roma

¿En qué momento te diste cuenta de que tu madre iba a desistir de la adopción?

No me di cuenta. Me llevaron al hogar de monjas y yo pensé que era algo temporal, para que aprendiera a portarme bien. Estaba muy confundida. Me quedé esperando a que mi mamá viniera a buscarme.
Pero eso nunca sucedió. Evelin solo dice de ese periodo que fue bien tratada y no terminó sus estudios "porque no estaba interesada en ese momento". Cuando cumplió 18 años, las monjas que la tenían bajo su custodia le dieron la opción de quedarse un poco más, hasta cumplir 22, o de comenzar su vida independiente. Ella optó por lo segundo.
"Los profesores que me cuidaban (en el hogar de menores de Tricase) juntaron plata y me dieron dinero para ir en bus a Roma. Yo quería ir a la capital, pero cuando llegué no tenía adónde ir ni conocía la ciudad. Dormí varios días en el terminal de buses, hasta que con un mapa que encontré empecé a ubicarme y me fui a un hostal. Conseguí trabajo lavando platos. Ahí me daban la comida y con lo que ganaba en el día pagaba el hostal en la noche. Estuve así un tiempo, hasta que conocí a un joven y nos juntamos. Estuvimos cinco años como pareja. Con él tuve una hija, quien hoy es la razón de mi existencia. Después nos separamos. Él se casó con una mexicana, pero no me duele. Fue mejor así.

¿Cómo evolucionó tu vida a partir de entonces?

En 2013 comencé a boxear. Me gustó mucho y la gente dice que lo hago bien. Creo que me viene de cuando aprendí a defenderme en mi infancia. Quise ingresar a la liga amateur, pero después tuve que dejarlo por el tema de los papeles y por falta de tiempo. La asistente social que ve mi caso en la ciudad de Roma me consiguió un trabajo en un hogar de ancianos privado. Ahí me toca limpiar y estoy a cargo de una anciana, Lucía, a la que ayudo a comer, vestirse y conversamos. En las tardes comencé un curso técnico para ayudar a enfermos terminales. Estoy finalizando la parte teórica y en junio comienzo la práctica. Los fines de semana trabajo como mesera en un restorán. Con ese dinero pago a la niñera que cuida a mi hija en las noches, cuando yo estudio. Vivo en la casa de mi novio, en las afueras de Roma, pero no me gusta el lugar porque es solitario. Me gustaría mejorar mis ingresos para independizarme y vivir en un lugar mejor. En Roma, yo soy pobre y extranjera. No tengo a nadie.

¿Cómo es tu relación con tu hija?

Soy muy estricta. Ella me dice la "carabiniere".

¿Temes que le pueda pasar lo mismo que a ti?

No. Eso nunca le va a pasar a ella, porque lo que yo viví solo les sucede a los niños que no tienen familia. Mi hija me tiene a mí. Ella quiere ser abogada cuando sea grande, como mi tía Lya. Ella no es mi tía en realidad, pero ella y su esposo me sacaban algunos fines de semana cuando yo estaba en el hogar en la Quinta de Tilcoco y han seguido en contacto conmigo. Cada dos años viajan a Europa y pasan a verme y me ayudan económicamente. Los estudios que estoy haciendo son gracias a ellos. Son unas de las pocas personas que me quieren en Chile.

¿Alguna vez has sufrido depresión por todo lo que viviste?

Depresión nunca he vivido. No tengo tiempo para deprimirme.

El olor de la tierra

¿Te gustaría volver a Chile?

A quedarme, no. Solo de visita. Quisiera respirar el olor de la tierra. Es lo que todos los adoptados queremos. Quisiera visitar a mi tía Lya y a mi tía materna, la niña que vivía conmigo cuando estaba en la casa de ese tío que me quebró la nariz. Nos encontramos por Facebook y ella me confirmó que mis recuerdos eran reales y no imaginarios.

¿Tú sabes quién es tu madre biológica?

¿Y no tienes curiosidad por conocerla?

No. Ella es una persona mala, drogadicta y ha estado en la cárcel. Tuvo cinco hijos y ninguno está a su lado. Una vez, a través de mi tía se contactó conmigo, quería venir a Italia. Llorando, le pregunté por qué no me había buscado nunca y se quedó callada. Parecía que no tenía alma. Tenía la mirada perdida y yo me odié por haber creído en ella. Le pedí que no me buscara nunca más. Ella me hizo, pero no me escogió como hija. ¡No es mi madre!

¿Y conoces a tus hermanos?

No. Cuando cumplí 18 años en el Consulado me dieron un certificado donde vi el nombre de mi mamá y de mis hermanos, pero nunca he tenido contacto con ellos. Sé que algunos han sido adoptados también. Si algún día voy a Chile, me gustaría conocerlos, porque ellos tampoco tienen ninguna culpa.

¿Alguna vez has pedido ayuda para regresar a Chile?

Hace tiempo, a los curas de la Congregación (Madre de Dios, que administraba hasta antes de anunciar su cierre, el año pasado, el hogar de la Quinta de Tilcoco). Ellos me ayudan a veces con dinero, pero me dijeron que a Chile no me podían regresar, porque no se podía saber que mi adopción no había funcionado o nadie iba a querer adoptar a más niños chilenos. Yo he conocido a otros tres niños rechazados aquí. Uno vive en la calle, en un garage.

¿Por qué crees que tu adopción y otras no funcionaron?

Yo creo que a los niños que van a ser adoptados hay que prepararlos. Yo no sabía cómo hacer familia. Yo me equivoqué cuando pensé que mi madre (italiana) volvería a buscarme. Me hizo mucho daño no haber aprendido a vivir en familia. Eso alteró mi personalidad, porque lo único que no te enseñan cuando eres un adoptado es qué es la familia. (En el hogar), te dicen y te repiten que si no te adoptan, no te salvas. Te educan, te enseñan el respeto, pero yo no sé por qué no lo logré. Muchos me admiran por el camino que he hecho. Me convertí en boxeadora, porque el miedo lo perdí en Chile. Pero yo no me siento normal. Sé que el pasado me dejó huellas. Será por eso que soy muy solitaria y me alejo de la gente. Tal vez si me hubieran adoptado más pequeña la situación sería distinta. Tal vez podría haberme entendido mejor con mi mamá italiana. No sé…

¿Has vuelto a hablar con ella?

Sí, por teléfono. Una vez me visitó para conocer a mi hija, pero no quiere que yo vaya a su casa. No quiere que vuelva a ser parte de su familia. Le pedí perdón por lo que le hice pasar, pero ella no quiso. A veces la llamaba solo para oír su voz. Ella me contestaba, pero no demostraba interés. De todos modos, yo le tengo cariño, porque me salvó. Ella es mi verdadera mamá, pero si ya no me quiere...

¿Tienes alguna esperanza para el futuro?

Quisiera que alguien me ayude. Quiero la verdad, que la gente sepa que la inadoptada no era tan mala. Tal vez cometí errores en mi adopción, pero ahora solo puedo ser mejor.

Pero, ¿qué responsabilidad podrías tener tú? Eras una niña.

De todos modos, asumo los errores que pude haber cometido.  Pero también quiero que los adultos que estaban a mi cargo asuman su responsabilidad y que alguien me responda por el daño que me hicieron. Qué daría yo por tener una familia, alguien de quién preocuparme y que se preocupe por mí. Ahora me doy cuenta de que nada de esto fue culpa mía. La víctima fui yo.