Ser fiel a una misma




El día que supe que mi pareja ya no me quería, sentí como si aspirara una bocanada de gas. Ese amargo inconfundible. La mezcla tóxica, había quedado abierta en la cocina hace horas, y no me había percatado de la fuga hasta que fue inminente.

Comenzó con detalles cotidianos que dejó repentinamente de hacer, sutilezas que se esfumaron. El teléfono siempre con clave y boca abajo, comenzó a llegar tarde todos los días, en la cama ya no me buscaba como antes, en las salidas ya no quería acompañarme. Su mundo interno comenzó a crecer enormemente.

Las conversaciones se tornaron domésticas, ya no había tiempo para soñar planes en común.

Elegir quedarse es tal como lo dice el verbo, una decisión que se hace a diario.

Y sentí esa maldita o bendita certeza de que la relación era de tres.

Los motivos ya no importaron, las culpas tampoco, porque en estas situaciones, no hay más víctimas que el propio ego de saberse reemplazable.

Bueno, es que lo conocí a sabiendas que era un conquistador y yo quedé deslumbrada por su carisma y ganas de hacerme suya. Lo que no entendemos a veces las mujeres es que, para un encantador, más antes que después, habrá nuevos desafíos, la aventura nunca termina. Como Candy, en sus tiempos ilusos, yo había optado por Terry Grandchester en vez del amable Albert.

Lo más tonto, es que a veces escuchamos esa voz desde las entrañas y no le hacemos caso, porque nos creemos el cuento de que nosotras mismas dibujamos y le ponemos colores a un cuadro gris de El Greco, que en realidad nunca los tuvo.

La compasión y la empatía de nuestro género es tan grande que a todo le buscamos una explicación, un resquicio, para no poner los pies sobre la tierra y el corazón a resguardo, porque lo damos todo, y más de lo que nuestra alma puede sostener.

Pero en algún momento todo se despejó, ella aparecía mencionada en cada conversación, en sus redes sociales, en su cotidianidad y en mi corazón perdido. Su nueva distracción tenía nombre y apellido. Es que cuando alguien te gusta, no puedes sacarlo de tu cabeza por más que lo intentes.

Y así, caí en cuenta que el gas ya me estaba envenenando, que no necesitaba ver una foto de él desnudo en la cama con otra persona para estar segura, que la intuición femenina es nuestra gran aliada y debemos abrirle paso y abrazar nuestras contradicciones.

Cuando le pregunté qué tipo de relación tenía fuera de la nuestra, por supuesto lo negó, me dijo que estaba loca, y me dio una serie de explicaciones que ni un niño de kínder se creería. Para él, era cómodo mantener una doble vida y jugar al conquistador, mientras su mujer se hacía cargo de sostener la vida juntos, pero sola.

Entonces dejé de discutir y tratar de que me diera su versión. “El que calla otorga”, decía mi abuela, y así como dejó de buscarme y elegirme como única, creció en mí la tranquilidad de la verdad invisible.

Abandoné la relación, porque los remos del bote se habían caído al mar.

Es que cuando tapamos el sol con un dedo, lo único que estamos haciendo es ser desleales a nosotras mismas, algunas lo hacemos por el temor a la soledad, por razones económicas, por los hijos o sencillamente por negación.

Lo que he aprendido con los años, es que no hay mejor compañía que la nuestra, que la vida nos enseña a amarnos tal como lo haríamos con un otro, y si no somos correspondidas, debemos avanzar entonces con el aprendizaje a cuestas, respetarnos por sobre todas las cosas y comprometernos con nuestros sueños.

Viajar tomadas de nuestras propias manos, y nunca, cuestionar la intuición, un regalo de sabiduría que el género femenino tiene de sobra.

Hoy soy fiel a mí misma, a elegirme todos los días, instruida en el arte de no posar mis ojos, ni mi corazón, en manos de quien no sepa apreciarlo.

El día que él dejó de quererme, comencé a escuchar mi voz interna cada vez más fuerte.

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