Estamos ante un escenario donde las tensiones geopolíticas y económicas han afectado la rentabilidad de los mercados, dejando de lado los datos más fundamentales. Somos testigos de las correcciones de crecimiento para este y los próximos años, y los bancos centrales de las principales geografías han empezado a tomar un camino hacia el mayor estímulo monetario.

A fines de 2018 parecía que se estaba gestando la tormenta perfecta para los emergentes. La mezcla de una incipiente guerra comercial, expectativas de alzas de tasas en el mundo sumado a un dólar más fuerte hacían poco atractiva la inversión en estas economías. También estaba presente el mal desempeño que tuvo esta clase de instrumentos durante el ejercicio pasado frente a los desarrollados, aunque es parte de un fenómeno que se viene dando desde 2010. Hoy los bancos centrales han tomado una posición más cautelosa, cambiando radicalmente su discurso con respecto al que entregaban hace poco más de un año, reconociendo los efectos provocados por las tensiones comerciales y la necesidad de mantener e incluso recortar las tasas por un período mayor, manteniendo o adicionando medidas no convencionales para impulsar la economía.

Lo anterior ha reformulado los escenarios bases de comienzos de año y, por consecuencia, el mercado ha vuelto a mirar a los activos emergentes como una oportunidad que, con todo, no se encuentra exenta de riesgos debido a la alta volatilidad que los caracteriza.

Durante el primer trimestre vimos su excelente desempeño, llegando a rentabilidades de doble dígito, performance que se fue diluyendo ante el resurgimiento de tensiones en la guerra comercial y su eventual efecto sobre las expectativas de crecimiento para el mundo. El mercado está a la espera de los resultados de las conversaciones entre Trump y XI Jinping que debiesen ocurrir este fin de semana en la esperada reunión del G-20 en Japón.

Un punto importante es la divergencia en el ciclo entre las economías emergentes y las desarrolladas y el diferencial de crecimiento de ambas. Como ejemplo, Estados Unidos está cumpliendo el ciclo expansivo más largo de su historia y pareciera estar en ese punto en que un cambio de dirección, aunque no se vislumbra en el corto plazo, parece inminente. Para las economías latinoamericanas, que aunque han sido golpeadas por las incertidumbres políticas, correcciones en las estimaciones de crecimiento de las utilidades y del PIB, las expectativas al parecer ya han alcanzado su punto más bajo.

A pesar de todo el ruido del que hemos sido testigos, China todavía espera crecer por sobre 6% en los próximos años, de la mano de mecanismos para incentivar el consumo e inversión que lograrían sostener la economía local. En cuanto al diferencial de crecimiento entre ambos tipos de mercados, vemos que esta continúa expandiéndose para ubicarse por sobre 3%, mientras es plausible que esta brecha se siga ampliando en el tiempo.

Un punto que no debemos dejar fuera del análisis es el de las valorizaciones, que siguen siendo más atractivas en los países emergentes que en los desarrollados, aunque no es razón suficiente para justificar un alza sí da un indicio de que el potencial retorno es mayor en estos mercados. Por último, respecto de los flujos, los grandes inversionistas globales mantienen una subponderación relevante en esta clase de activos. Hay que mirarlas de cerca, porque si la incertidumbre política ha tocado techo podríamos ver importantes flujos de entrada a estos mercados.

Analizando las distintas variables, proyecciones de crecimiento, utilidades esperadas, flujos y valorizaciones, hoy los mercados emergentes se presentan como una oportunidad en el largo plazo frente a sus contrapartes desarrolladas.