Columna de Gonzalo Restini: “Aquellos buenos viejos tiempos”

Gonzalo Restini
Gonzalo Restini

"Tendremos que esperar un nuevo ciclo, con otros protagonistas y otras ideas. Que rescaten las políticas que nos hicieron grandes y que aprovechen las increíbles oportunidades que tiene Chile. Que miren a Australia y Nueva Zelandia como modelos, en lugar de admirar a la pobre Bolivia o al desastre argentino".


“Ojalá alguien me hubiese advertido entonces: Estos serán los buenos viejos días” (Macklemore, feat. Keesha)

“En 2009 Chile era otro país. Teníamos otro tipo de cambio, otras variables económicas, otro nivel de crecimiento, las perspectivas para hacer negocios y emprender eran muchas”. La frase de la fundadora de Coquinaria, Alejandra Elgueta, que analizaba el cierre de su negocio luego de 14 años, me caló hasta el hueso. Fue como hacer un viaje mental hacia el pasado. Una época de un optimismo que parecía incombustible. La economía rugía furiosamente. Ni siquiera la crisis más grande de los últimos 80 años nos asustaba. El mundo desarrollado luchaba con problemas cataclísmicos. A nosotros nos parecía ruido de fondo. Mirábamos la caída de Lehman y lo que vino después con asombro, pero también con la decisión de quien enfrenta una gran ola. Para pasarla no queda más que zambullirse con valentía hacia el otro lado. “Chile está bien preparado”. Habíamos juntado US$20.000 millones en Fondos Soberanos para superar cualquier crisis. El ministro Velasco la enfrentó en forma decidida. El mismo había anunciado por cadena nacional que el sueño de ser un país desarrollado estaba cerca. Parecíamos resilientes, ordenados, destinados al éxito. Hambrientos por avanzar. Un país raro, en la última estación del mundo, lo iba a lograr. Eso nos tenía llenos de orgullo. Nos creíamos los choros del barrio. Las empresas latinoamericanas emitían Huaso Bonds ¡. Los sueldos subían, la pobreza bajaba, los proyectos aparecían por todos lados, las tasas de interés bajaban. Teníamos no sólo la esperanza, sino la convicción de un futuro mejor. Sí señor, Chile volaba, montado en las alas del capitalismo ¡. Eran los viejos buenos tiempos.

Pero…hasta en las mejores circunstancias las cosas pueden fallar y descarrilarse. Casi siempre es por culpa de problemas exógenos, que no dependen de uno. Un accidente inesperado. Un desastre de la naturaleza. Nadie podía adivinar que el germen de nuestra decadencia vendría desde dentro: un intento de autoagresión.

El primer paso fue la destrucción de nuestra autoestima. La receta: magnificar los problemas. Obviamente había errores y miserias. Qué país no los tiene. Pero se les alumbró, se les subrayó y se les refregó en nuestra cara hasta el hartazgo. Con una mezcla de ingenuidad y mala fe, se repartió veneno a discreción, usando y abusando del bendito “Cherry Picking”, con comparaciones injustas y descontextualizadas con la santísima Ocde. La realidad se torció mañosamente para hacerla intragable. Hasta que se logró lo imposible. Un día el espejito nos dijo que ya no éramos tan lindos como creíamos. Nos miramos y nos avergonzamos de nosotros mismos. Nos dimos asco. El discurso de Velasco era mentira. No pintábamos para campeones sino para perdedores. Así, buscando resolver los problemas reales e imaginarios, se aplicó el antídoto equivocado: El ministro Arenas gatilló la primera sobredosis de impuestos y polarización. “Júzguenme por los resultados” dijo, con una sonrisa no precisamente perfecta. Deberíamos ir a buscarlo con aquella mítica edición de “La 2ª” en la mano a cobrarle, porque entramos en el círculo maldito del estancamiento, el desencanto, la desconfianza. Luego vino el intento de suicidio: El estallido, la sangre y el fuego, la Convención, la pandemia ( único evento exógeno de toda esta lista), el descrédito de los tecnócratas y los famosos “Cucos” sueltos, que hicieron lo suyo para descapitalizar y empobrecer al país.

Y aquí estamos. Es verdad, zafamos de los peores escenarios… Pero quedamos sin plan ni convicción, sin ideas. Con la confianza en el suelo. Con el mapa del país pintado entero con casos de corrupción de los antiguos paladines de la probidad. Con nuestras ciudades sucias e inseguras. Con secretos deseos de “derrocar al capitalismo”. Lo peor, con un manoseado Pacto Fiscal que no da por ningún lado señales de la creatividad y la garra que levantan a las personas y los países de las situaciones difíciles.

Tendremos que esperar un nuevo ciclo, con otros protagonistas y otras ideas. Que rescaten las políticas que nos hicieron grandes y que aprovechen las increíbles oportunidades que tiene Chile. Que miren a Australia y Nueva Zelandia como modelos, en lugar de admirar a la pobre Bolivia o al desastre argentino. Que se den cuenta que nuestro Norte tiene el potencial de ser el nuevo Qatar de las energías renovables. Que aprendan de lo que han hecho en Irlanda y Estonia para catapultarse al progreso. Que permitan surgir a miles de emprendedores. Que busquen esa visión con la obsesión de los que están en una misión. Y que, de repente, despertemos y digamos “parece que los buenos tiempos han vuelto. Sí señor ¡”. Muchos podrán darse un pequeño gusto, cada uno a su escala. Y pensaremos que el futuro de nuestros hijos va a ser mucho mejor que el nuestro. Como siempre creímos que sería. Como siempre debió ser.

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