-¡Ése es de los más flojos! ¡Comunista de mierda!

El grito proviene de una señora de unos 60 años, y resuena con violencia en plena Alameda, por sobre el ruido de los desmanes en la toma del Instituto Nacional, a pocos metros de ahí. Gabriel Boric se da vuelta y ve a la gente a su alrededor que lo observa. Cosa de todos los días.

-¿Viste?, “comunista”... -dice él, con tono irónico. Ésa es una etiqueta con la que no se siente cómodo, sobre todo considerando que fue él mismo quien, a la cabeza de su movimiento Izquierda Autónoma, una agrupación de estudiantes de izquierda que busca generar un nuevo referente desligado de la izquierda histórica, el año pasado sacó sorpresivamente del poder en la Universidad de Chile a Camila Vallejo y a las Juventudes Comunistas. De hecho, ése es uno de los sectores más críticos a su gestión. Lo acusan de ser errático y de no poder aclarar al país cuáles son exactamente sus ideas. Porque comunista no es.

A las seis de la tarde Boric apura el paso para encontrarse con los comunistas y el resto de los dirigentes. Estará por más de seis horas discutiendo en el pleno de la FECh. Todo terminará pasada la medianoche, cuando se apruebe con un 74% la nueva toma de la Casa Central, una  señal de apoyo al movimiento  luego de dos semanas críticas.

El detonante fue el 8 de agosto. Ese día, luego de una fallida marcha que culminó en uno de los episodios más violentos del movimiento estudiantil, el presidente de la Fech acusó al gobierno de un montaje orquestado en la quema de los tres buses del Transantiago ocurrida esa tarde. Una semana más tarde, luego de que se dieran a conocer los videos del incidente -y de que su par de la FEUC, Noam Titelman, se desligara públicamente de su acusación- Boric tomó la decisión de pedir disculpas públicas. En medio de la confusión en torno a su figura y su pensamiento, Gabriel Boric aceptó sentarse a aclarar sus posturas.

-Hablar del montaje fue desafortunado -reconoce hoy-. Yo no creo que Carabineros haya apedreado la micro, pero sí que hay elementos para investigar, como que se quemen tres micros seguidas con dos mil policías distribuidos sin que lo puedan evitar. Creo que es un valor reconocer cuando uno se equivoca, y eso en política se ve muy poco.

-Muchos te critican un exceso de frontalidad.

-La política chilena está revestida por un manto de hipocresía, de que nadie se diga las diferencias. Todo se esconde bajo la alfombra y terminamos disfrazando las diferencias como consensos que no lo son y eso va larvando una impotencia muy grande entre quienes no se sienten identificados. Yo prefiero decir las cosas de frente pero con respeto.

"El diálogo tiene que tener un producto, no es un fin en sí mismo. En algún momento tendremos  que sentarnos a conversar con el ministro, y no creo que nos tengan que dar la razón en todo. No pretendemos que nos firmen un acta de rendición, pero sí que manifiesten voluntad de avanzar".

-¿Por eso has ido a interpelar a Harald Beyer a varias de sus actividades públicas?

-La idea no es incomodarlo, sino poner frente a frente los argumentos. Que públicamente se representen las contradicciones que él encarna. Porque creo que Beyer no está de acuerdo con muchas de las cosas que tiene que decir. Me parece mucho más interesante la actitud de Carlos Larraín o de Pablo Longueira que la de los políticamente correctos que nunca dicen nada. Beyer está encerrado en eso.

-¿Qué tiene que pasar para que vuelvan a dialogar?

-Un gesto importante sería que respondieran los cinco puntos que les entregamos en nuestra propuesta. El diálogo tiene que tener un producto, no es un fin en sí mismo. En algún momento tendremos  que sentarnos a conversar con el ministro, y no creo que nos tengan que dar la razón en todo, también podemos estar equivocados. No tenemos verdades reveladas ni estamos en la lógica del todo o nada. No pretendemos que nos firmen un acta de rendición, pero sí que manifiesten voluntad de avanzar.

Marcado por la derrota

Boric lo reconoce: su pensamiento político todavía está en formación. Y buscando modelos, en algún momento puso el ojo en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Leyó todo lo que pudo al respecto y luego partió a  Caracas con dos amigos más para juzgarlo por sí mismo. Ahí conversó con cada persona que se le pasó por delante. “Un taxista nos dijo: este gobierno puede ser una mierda, pero es mi gobierno. Había un sentido de pertenencia de la gente que había estado excluida del sistema”, explica. Sin embargo, no se convenció de que ese fuera el camino: “El chavismo es el problema, la adoración de una figura, pero el cambio del Estado es interesante”.

Una de las características que a Boric le reconocen amigos y enemigos es su vocación intelectual y su apertura a enfrentar distintas ideas.  No es lo que piensan, sin embargo, en el Ministerio de Educación, donde afirman que este año la FECh tiene una posición más “dura” e intransigente, a lo que suman las interpelaciones directas que ha hecho el dirigente a Beyer. “Esto de llamarme soberbio, tecnócrata, tiene que ver más con individualizar las cosas en mí que en querer un diálogo”, se defiende el ministro.

-Dijiste que a Beyer le ibas a dar el espacio a la duda...

-Siempre en el movimiento estudiantil hay pulsiones por rechazarlo todo. Cuando designan a Beyer, dije que sería irresponsable dar un portazo sin conocer su agenda. Y Beyer llegó con una agenda sumamente ofensiva, que copó la discusión en todos los ámbitos y no le preguntó a nadie. Él dice “estoy dispuesto a discutir márgenes de mi propuesta en el Congreso”. Pero no a cambiar su esencia.