Es curiosa la extrañeza de la cátedra ante el espectáculo que ha estado dando el Partido Socialista para bloquear la nominación de Ricardo Lagos y diferir las decisiones relativas a la elección de su abanderado. Y es curiosa porque se presenta como un asunto de simple retraso electoral, cuando en realidad se trata de un descalabro político mayor. El PS, efectivamente, está en la situación en que está por ser el partido más damnificado del oficialismo después de la desastrosa gestión del actual gobierno. Se podrá discutir si este efecto es justo o injusto, merecido o inmerecido, desde el momento en que tanto o más que los socialistas hubo sectores del PPD que se obnubilaron con la retroexcavadora y el funesto proceso de radicalización de esta administración, pero lo concreto es que terminó siendo la tienda de la Presidenta la más desgarrada y confundida respecto de cómo diablos darle continuidad a lo que fue una mala experiencia.

Es cierto que si la actual directiva hubiera hecho sus tareas a tiempo el cuadro sería algo mejor. Es también cierto que cuando Isabel Allende asumió la dirección del partido existían ya entonces muchas incertidumbres y ruidos, pero de lo que no cabía ninguna duda es que hacia fines del año pasado la colectividad tendría que tener claro -sí o sí- al menos un cronograma satisfactorio y un procedimiento razonable para elegir candidato presidencial. Sin embargo, el partido no avanzó un solo centímetro en esta dirección y en gran medida no lo hizo porque la propia senadora Allende se entusiasmó con ser ella la ungida, luego de que una encuesta la pusiera en órbita y sintiera que el país la requería. Ya se sabe lo que ocurre cuando se transforma en juez y parte quien está llamado a resguardar o construir unidad en un partido complejo como el PS, con sensibilidades y variadas capas geológicas que siempre han convivido en equilibrios inestables. El resultado es que la senadora no logró ser juez ni tampoco parte. Todo mal. En las últimas semanas las dirigencias de la colectividad se han estado desgastando para construir acuerdos en torno a una nueva directiva que pacifique a las facciones. El esfuerzo, sin embargo, no ha resuelto los conflictos relativos a la nominación de la carta presidencial.

En este estado de incertidumbre y confusión, es lógico que los parlamentarios del partido sean los más preocupados. Piensan que le están dando a la derecha meses de ventaja que podrían ser cruciales en la campaña presidencial. Piensan que el diseño de las estrategias parlamentarias seguirá estando cojo mientras el PS no tenga un candidato, y no solo por aquello de con quién van a tener que tomarse la foto. Y como la ansiedad y la desesperación no son muy buenos consejeros, son muchos los socialistas que piensan que pasó el momento de la fidelidad a los grandes principios y también el de las lealtades a los antiguos liderazgos, porque lo realmente práctico en las actuales circunstancias sería subirse al carro de la candidatura del senador Alejandro Guillier, que hasta ahora es la que corre con mayor ventaja en las pistas del oficialismo.

Mientras los socialistas no reconozcan que el ascenso de Guillier en las encuestas responde exclusivamente a que la gente, incluido voto de centroizquierda, lo ve como la figura política menos contaminada por la embriaguez política de La Moneda y la Nueva Mayoría, va a ser difícil que un político suyo -el ex Presidente Lagos incluido- pueda eludir el castigo ciudadano cuadrando el círculo de rescatar las malas reformas que hizo este gobierno y de querer darles al mismo tiempo proyección. Esas dos cosas no se pueden empujar a la vez y Alejandro Guillier, en función de las posiciones que fue tomando esta semana, pareciera tenerlo claro. Por eso habló de la necesidad de acuerdos con la derecha y de revisar algunas reformas. Por eso manifestó dudas acerca del proceso constitucional en curso. Por eso mismo también se ha estado zafando del verdadero zapato chino que entraña la pretensión de querer darle continuidad al proyecto político de esta administración como si hubiera sido una experiencia exitosa.

De tanto postergar sus decisiones, queda el margen de dudas que el PS se expone a que finalmente las adopte cuando pierdan toda relevancia. Eso, que en principio no parece especialmente trágico, equivaldría a reconocer que el PS no tuvo nada que decir ni que aportar en momentos de gran trascendencia para el futuro del país.

Inconscientemente también podría estar significando otra cosa: que el PS está dando por perdida la batalla presidencial y que su gran norte este año serán las plazas parlamentarias. Sería ahí donde la colectividad se juegue su futuro. Percepciones similares a esta por lo visto también son las que priman en la Democracia Cristiana. Si no puedes con el Ejecutivo, por lo menos hazte fuerte en el Legislativo.

Si así fuera, querría decir que los dos partidos fue fueron los grandes protagonistas, los grandes ejes de la antigua Concertación, pasaron a ser -porque el negocio no salió como se esperaba y porque la fatalidad de la política terminó degradándolos- actores secundarios de la política chilena tras el gobierno de la Nueva Mayoría.