El retroceso de los nacional populismos en América Latina es el principal fenómeno contracíclico de estos tiempos. Mientras las tendencias populistas campean en lugares tan insospechados como Estados Unidos y Francia, en Sudamérica se han hundido bajo el peso de su propia lógica. El fracaso del chavismo en Venezuela se ha llevado por delante a invenciones como el Alba y el "socialismo del siglo XXI", que tanta curiosidad alcanzaron a suscitar en las izquierdas europeas, a pesar de que nada de eso era mucho más que la satisfacción del narcisismo autoritario.
El marco teórico se lo puso el politólogo argentino Ernesto Laclau, cuyo libro La razón populista ha circulado en las mochilas de todas las "nuevas izquierdas", aunque quedaría igual de cómodo en las de Trump, Le Pen o Geert Wilders.
Para América Latina, sin embargo, los cambios de ciclo político verdaderamente importantes han sido los de Argentina y Brasil.
El kirchnerismo, surgido de la nada y alimentado a punta de audacia, lanzó a la miseria a varios millones de ciudadanos e inundó de corrupción el ya pecaminoso aparato estatal argentino. Hace unas semanas, el ministro de Transportes reveló que se habían revisado los contratos para obras viales con rebajas promedio de ¡40%! Ese 40 era, obviamente, la estimación de lo que se iría quedando en la cadena de coimas. Mientras, la pobreza vuelve a crecer por efecto de las correcciones al extenso desastre legado por Cristina Fernández.
En Brasil, el progresivo descubrimiento de que una sola constructora, Odebrecht, inundó de sobornos la casi totalidad de América Latina, desde México hasta Perú y sin saltarse el Caribe, con la visible connivencia de Lula da Silva y Dilma Rousseff, desfigura las imágenes de austeridad obrera que pretendía proyectar el Partido dos Trabalhadores. Tendrán que pasar años antes de que se puedan equilibrar los méritos de haber sacado a millones de brasileños de la pobreza con el mesianismo que llevó a Lula a prescindir del siempre molesto problema de la legitimidad de los medios. Siempre hay gente que cree que la pobreza es más importante que la ética.
Argentina está infectada del populismo hace más de medio siglo, pero es un enfermo poco contagioso. En cambio, el Brasil de Lula generó una intoxicación continental cuyos efectos son todavía incalculables. Si las investigaciones siguen como van (la principal, radicada en Nueva York, lejos de la tambaleante institucionalidad brasileña), Lula podría convertirse en el gran crótalo regional.
Los nacional populismos sobreviven a duras penas en unos pocos países. En la mayoría de los casos han producido deterioros materiales tan profundos en sus sociedades, que cuesta creer que puedan regresar. Este es el daño directo y comprobable, que tiene a algunos en el camino de los tribunales.
El daño indirecto y menos visible, pero más profundo, es el que introdujeron en la izquierda de América Latina, que en un alucinante número de casos la ha hecho apostatar de sus partidos tradicionales para emprender el camino de las "nuevas izquierdas". El chavismo eliminó a los adecos, el kirchnerismo estuvo cerca de devorar al peronismo, el aprismo se acabó en Perú, el MIR fue liquidado en Bolivia, y así por delante. Los populismos se basan, en realidad, en la destrucción de los partidos tradicionales.
Este factor exógeno, más importante de lo que parece, ha venido a reforzar la repostulación de Sebastián Piñera y a castigar a sus adversarios, desde el centro hasta la izquierda. De una forma incluso más aguda que la de 2010, la candidatura de Chile Vamos se prepara para capturar votación de centro, pero sobre todo para contar con el subsidio gratuito de una izquierda anarquizada.
Nadie podría sostener seriamente que Chile ha sido gobernado por el populismo. No es lo mismo la sed de popularidad que el populismo. Las instituciones pueden estar maltrechas, pero en ningún caso destruidas. Tampoco la democracia está bajo amenaza. Pero esa reverencia por "la calle", ese lengüeteo refundacional, la pasmosa palabrería, la relegación de los partidos a su más raquítica expresión y la dinámica incomprensible de la gestión reformista, toda esa melaza se ha venido cocinando de una manera tal que hasta el más modesto comensal terminará favoreciendo una dieta más frugal, más conocida y conservadora.
El populismo ha estado y está lejos de Chile, y muy lejos en la versión Maduro, pero no es claro que la institucionalidad que ha sido su principal valla, empezando por los partidos políticos, soporte mucho tiempo más la incuria y el manoseo a que ha sido sometida. Los partidos capturados por los parlamentarios, en un régimen que no es parlamentario, sólo pueden sufrir maltrato, como lo demuestran las inconcebibles dificultades del refichaje.
En el caso de la centroizquierda, al otro lado de los partidos no está "la calle", como muchos de sus dirigentes parecen creer. Está Piñera.







