Entre lo que se me ocurre sobre la muerte del poeta mexicano José Emilio Pacheco, y junto con lo que recojo por ahí, sale esto:
Viene a morirse poco después de Juan Gelman. Algunos verán en ello la amargura de que las malas noticias nunca llegan solas. Que las desgracias vienen de a tres. Alguna superstición inútil para sazonar –digamos- la cercanía de las muertes, de las muertes de amigos, encima. Una casualidad, en buenas cuentas, que no es más que eso.
Se le están yendo los escritores tutelares a México. Monsiváis en 2010, Carlos Fuentes en 2012, ahora Pacheco.
Se murió por tropezar con libros, caer y darse en la cabeza. Con malicia se diría que los libros mataron a José Emilio Pacheco.
Pacheco se durmió para no despertar más. Se durmió con su mujer, Cristina, conductora de televisión. Pacheco le dijo algo sobre su programa y que le "agradecerá siempre". Luego se durmió. Al otro día le dio café, casi se lo embutió. Como no reaccionaba, le dijo algo así como "despierta, dormilón".
Tradujo Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot, el mejor poema del siglo XX. O uno de los mejores. Y aportar con traducciones puede ser tanto más bueno que aportar con buenos libros. Pacheco hizo ambas.
Uno de sus últimos textos lo dedicó a Gabriel Zaid (alguna vez Pacheco lo describió como "un caso insólito" por ser poeta, ensayista, ingeniero y experto en mercadotecnia), que ha escrito cosas interesantísimas sobre la lectura, y tal vez haya que prestarle un poco más de atención. La columna sobre Zaid no aparece por ninguna parte. Una mini injusticia.
Doy, finalmente, con la última columna de Pacheco, que en realidad era sobre su vecino de la colonia Condesa, Juan Gelman, pero se la dedicó a Gabriel Zaid por su cumpleaños 80. La inició así: "¿Existirá una palabra para la nostalgia de lo que no fue y estuvo a punto de ser?" Antes hizo otras preguntas, como estas, de su libro Las batallas en el desierto: "¿Por qué tienen que pegarle etiquetas a todo? ¿Por qué no se dan cuenta de que uno simplemente se enamora de alguien? ¿Ustedes nunca se han enamorado de nadie?"
Era generoso, según cuentan los que lo conocieron. Y los que no pudieron percibirlo por televisión, en algún archivo de YouTube. Era generoso en un oficio donde no es infrecuente encontrar miserables, aunque eso ya es un lugar común.
Recomendaba libros con entusiasmo, e impulsaba carreras literarias con entusiasmo.
Que queda Sergio Pitol aún. Pero que las fotos en las que aparecen Pitol, Pacheco y Carlos Monsiváis –amigos entrañables- se desvanecen.
Un sitio web dice que Pacheco era "un escritor querido por los políticos" sólo porque una retahíla de políticos mexicanos, desde Enrique Peña Nieto para abajo, lo recordaron en Twitter.
El litigio en La Haya está muy fresco. Las nacionalidades y patrioterías están a la orden del día. Pero Pacheco dijo: "No amo a mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible/ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ -y tres o cuatro ríos".
Hay muchos panegíricos y discursos maravillosos sobre José Emilio Pacheco en redes sociales. Ya habrá alguien que se mosquee por esos tantos discursos, inevitables a estas alturas.
Una librería en Chiapas llevará su nombre.
Dijo algo sobre la muerte, sobre su muerte, mucho antes de morir: "La vida se me fue en abrir los ojos. Morí antes de darme cuenta".