Los 67 poemas de amor incluidos en este libro están dedicados a Juan Carlos Onetti, un amante que le resultó esquivo a la poeta uruguaya Idea Vilariño, aunque ella, dicho casi sin exagerar, se pasó la vida enamorada de él. Esto no significó que Vilariño postergara su existencia en pos de una larga añoranza al gran Onetti: si bien en un verso admite que en algún momento pensó encerrarse en un convento o dar la llave del gas, hay más honestidad de su parte en el cierre de un poema titulado Me pregunto: "O la noche terrible en que tú estabas/ llorando en el teléfono/ nunca lloré decías/ déjame ir decías/ y yo mi amor mi amor/ -te había echado/ había muerto-/ y yo mi amor/ mi amor/ y yo estaba con otro hombre".

Poemas de amor fue publicado en 1957 y, según nos recuerda Milagros Abalo en el prólogo, fue engrosado a lo largo de sucesivas ediciones prácticamente hasta la muerte de la autora, ocurrida en 2009. A veces la dedicatoria desaparecía ("A Juan Carlos Onetti"), pero luego volvía a su lugar. La pasión inextinguible ocupa, evidentemente, un lugar de importancia en estos poemas que, al mismo tiempo, tocan una y otra vez la carencia: "Sos un extraño/ un huésped/ que no busca no quiere/ más que una cama/ a veces./ Qué puedo hacer/ cedértela./ Pero yo vivo sola".

Hay momentos en que la hablante sufre con intensidad, al punto que debe hacer muecas "para no tener cara de tristeza". La constatación de un imposible -uno de los rasgos más notables de su postura es que ella no alimenta falsas ilusiones- también campea por estos poemas: "Ya no será/ ya no / no viviremos juntos/ no criaré a tu hijo/ no coseré tu ropa/ no te tendré de noche/ no te besaré al irme/ nunca sabrás quién fui/ por qué me amaron otros".

En suma, se trata de versos que hablan de emociones o circunstancias muy concretas: "Tal vez tuvimos sólo siete noches/ no sé/ no las conté/ como hubiera podido./ Tal vez no más que seis/ o fueron nueve./ No sé/ pero valieron/ como el más largo amor". La casi ausencia de metáforas, la brevedad de las estrofas, la concisión y lealtad en torno a una idea central, les dan a estos poemas parte de su admirable fuerza expresiva, que a ratos es brutal y a ratos desconsoladora. Desde el comienzo surge una voz enérgica -cercana, íntima, conocida- que no abandona al lector hasta la última página.

En la primera de las tres cartas en verso aquí incluidas, Vilariño se refiere a un "amor inválido". Sin embargo, la dicha no está ausente. Hubo momentos, claro que fugaces, en que los amantes fueron felices. Y también cabe la posibilidad de un juego más o menos compartido, una especie de admisión paradójica que está definida con claridad en el poema Quiero: "Si acaso estás jugando/ si llevaste el juego hasta ese punto/ porque yo no aceptaba nada menos/ bueno/ juego/ me gusta/ sigo/ quiero./ No podría jurar que yo hago más".

Como ya se dijo, Vilariño perfeccionó a lo largo de décadas sus poemas de amor hasta dejarlos convertidos en objetos filosos, contundentes, femeninos, brutales, que bien pudieron servir como armas arrojadizas en contra del ser amado. Pero aquí también se percibe una ternura sin límites, una resignación conmovedora y, sobre todo, una comunión sentimental a toda prueba. El rescate de Idea Vilariño, el acercamiento de su figura a los lectores chilenos es un hecho trascendente. Volver a leerla y ubicarla entre las grandes poetas rioplatenses -por ejemplo, entre Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik- pasa a ser un acto de indiscutido placer.