Habría que ver cómo un programa como Amores perros puede resumir nuestra televisión contemporánea. En los capítulos que lleva exhibidos, incluye todo lo que el formato puede llegar a exigir: una competencia de mascotas y amos, una sección donde se detalla el rescate de animales enfermos y abandonados y el momento bizarro donde algún famoso mete a su perro a un laberinto y espera que el animal lo recorra mientras a él (o ella, pues el show abrió con Jhendelyn Núñez) le cae una ducha helada. Todo es bizarro, divertido y no convoca drama alguno. En la competencia los participantes, todos seleccionados después de un casting donde hubo cinco mil personas, aparecen disfrazados junto con sus perros. Vemos así a mascotas disfrazadas del Capitán América, el cangrejo que acompañó a la Sirenita y Batman, entre otros.

Gracias a lo anterior, el programa animado por Alison Mandel y Eduardo Fuentes es ligero y se distancia de la peculiar tradición local, donde caben las grabaciones amateur de animales haciendo gracias que Video loco explotó por años pero también la inquietante carrera televisiva de Sebastián Jiménez, que comenzó como veterinario en La ley de la selva para luego animar Morandé con Compañía, emigrar a un matinal fracasado y convertirse en el blanco de una de las imitaciones predilectas de Stefan Kramer. Aquello se agradece pues en el nuevo programa del 13 -que se exhibe los viernes en la noche- el exotismo está reemplazado por la ligereza y no aparece aquel tono clínico y tremendista de Jiménez, quien además nos legó a personajes extrañísimos y quizás innecesarios como Alfredo Ugarte, el "bichólogo".  

En ese contexto, Amores perros es un programa familiar inesperado, cuyo mejor atributo es recoger ciertas ideas que están en el aire para amarrarlas en un formato que les pueda dar algo de sentido: el animalismo de las redes sociales, la cultura de los videos más vistos de YouTube y el tono diverso de los shows del Animal Planet. El pegamento que liga todo es el estilo que MasterChef supo definir para los realities del canal, esa empatía despojada de estridencias que acá escapa hacia la felicidad de lo espontáneo. De este modo, el show puede hacerse cargo de su propio delirio sin demasiada culpa y presentar una prueba que es descrita de la siguiente forma: "el amo deberá emular a su mascota y recorrer un circuito amarrado a su perro, donde deberá completar tres objetivos. Utilizando sólo su hocico y patas, en la primera etapa deberá vaciar un hueso lleno de pastillas. Luego deberá encontrar los siete huesos enterrados en la tierra. El último en clavar la bandera en la mesa quedará amenazado". Fuentes y Mandel hacen que lo anterior funcione. Gran parte del mérito del programa es cómo vuelven cotidiano lo insólito, gracias con un aire relajado que les permite, minutos después de la competencia de los huesos, presentar a una muchacha metida en un casa de perro con la cara pintada con crema de alimento de mascotas, esperando a que un cachorro la escoja para así ganarse el premio. Sí, es muy poco digno pero se trata de una brutalidad tal vez candorosa, de una ternura que se desliza suavemente en la construcción de su propio imaginario delirante.

El show está lleno de escenas así, lo que lo hace lucir disperso aunque aquello, en vez de ser un defecto, sea uno de sus atributos principales. Eso se debe al hecho de que como pocos, son los realities los programas mejor habilitados para incluir las tendencias del presente, para somatizar los cambios en la industria. Así, el programa de C13 parece diseñado a partir de la agenda que construyen las redes sociales, de la moral de facebook e instagram, de los discursos de comunidades diversas sobre los derechos de los animales. Pero aquello, en vez de explotarse como drama, se convierte acá en el material que le da sentido, usándolo tal y como funciona en la web, sin culpa ni temor al ridículo, como una moda pasajera, pura carne de meme.