Peligrosamente parecidos. El mercado del fútbol figura como el segundo de los negocios legales que más plata mueve en el mundo. Este dato, que resulta impresionante, lo es aún más si observamos lo que hoy está sucediendo en el planeta, principalmente en Europa.
La Premier, por segundo año consecutivo, es la que más ha gastado en transferencias de jugadores. El pase de Lukaku del Everton al Manchester United parecía estratosférico, casi tanto como lo fue el de Pogba en la temporada pasada. Dos negocios de 100 millones de euros en promedio. Pero resulta que en este 2017, Álvaro Morata, un suplente del Real Madrid, le costó al Chelsea 80 millones. Y el City, en tres laterales, gastó cerca de 150 de los grandes y eso que aún no oficializa lo de Alexis Sánchez.
Cuando parecía que nada podía ser más impresionante, surge la venta de Neymar al París Saint Germain. La más cara de la historia. Es escandaloso. Sólo por la cláusula de salida la poderosa institución francesa, auspiciada por la impresionante billetera de los magnates árabes, pagará 222 millones de euros. Todo un récord.
Triste y preocupante para mi gusto, pero eso es apenas el inicio del negocio. Se calcula que a través del sueldo del jugador por cinco años, más el impuesto en Francia, que puede llegar a un 65 por ciento, la operación total del delantero brasileño llegará a la obscena cifra de 700 millones de euros. Sí, leyó bien, SETECIENTOS MILLONES.
Alarmante, desolador y no voy a caer en los lugares comunes respecto de la cantidad de niños que podrían estudiar o comer con lo que hoy se paga por los futbolistas, aunque debería. No, eso, por evidente y redundante, no lo voy a escribir. Hablo del daño que se le hace a una actividad que debiera resguardar, de modo esencial, la capacidad de competencia. La posibilidad de que haya cierta equidad en los campeonatos donde estos monstruos empresariales están insertos.
La Liga profesional de básquetbol de los Estados Unidos es un buen ejemplo. La NBA, a través de topes salariales y el draft, ha evitado por muchos años que su torneo sea tan desigual como hoy lo son las ligas más importantes del viejo continente. Poco a poco, en Alemania, Inglaterra, España, Italia y ahora Francia sólo disputan el título dos o tres. Y aunque eso pueda ser natural y hasta aceptable, inquieta la brecha que se agranda, porque el camino que se inicia no tiene retorno.
El fútbol es el deporte más popular del mundo gracias a que es uno de los pocos donde, a través de la estrategia y otras virtudes, se pueden estrechar diferencias. Formando planteles ultrapoderosos se hace imposible. Estas mega operaciones no sólo ruborizan, también son un ataque mortal al corazón del fútbol.







