Se llama Rubí Galusky, tiene 22 años, vive en La Dehesa y se convirtió en el personaje más querido por el público en ¿Volverías con tu ex? No es raro. Rubí habla como Raquel Argandoña en la década del 80, tiene salidas inverosímiles (desde soltar gases en cámara hasta confesar la atracción que le provoca Mario Kreutzberger) y actúa como si hubiese nacido para ser seguida por una cámara. El viernes pasado Primer plano le dedicó un reportaje completo tratando de inventarle alguna clase de misterio, de crearle un poco de drama. Algo había, acaso la sospecha de un tongo con su ex novio Pablo Barrios (con quien entró al show), una familia quebrada, un cambio de nombre, el clásico ex best friend forever que ventilaba sus intimidades y la revelación de que tenía poderes extrasensoriales porque pertenecía a una dinastía de tarotistas capaces de leer el destino en las cartas.

Rubí fue expulsada del programa semanas atrás, por golpear a una participante. No era el primer episodio de agresión en un show que abusa de la violencia física y psicológica. Por el contrario, esa es la regla para los concursantes, que explotan una y otra vez, se insultan, se pegan, dejan de hablarse y viven en un estado de amenaza constantes pues el encierro los saca de sí, les amplifica las pasiones, hace que conviertan cualquier nimiedad en una tragedia.

Lo anterior hace al hecho de ver ¿Volverías con tu ex? una experiencia intensa, televisión químicamente pura. Carente de moraleja, sentido común y cualquier clase de lógica, lo que importa acá es la exhibición de los cuerpos y por el porno emocional. Ya lo sabemos: una persona que se quiebra en cámara da pena; una decena de participantes arrancándose la piel con las manos puede ser un fenómeno masivo.

Así, en ¿Volverías con tu ex? da lo mismo la trama o el premio. O a quien echen. Gracias a eso muchas veces se entiende poco y nada de lo que está pasando: quién anda con quién, quién le hizo qué a quién. Por supuesto, programas satélites como SQP o Intrusos se encargan de aclararlo aunque en realidad no importe porque nada puede matizar la peculiar intensidad incoherente del programa, esa energía destructiva que parece tomarse la pantalla.De este modo, al ser protagonizado por casi puros profesionales del género que viven de saltar de un reality a otro, los personajes de ¿Volverías con tu ex? viven traficando sus únicas dos cualidades: su imagen y sus relaciones sentimentales. Salvo Ingrid Aceitón y Alexander Bravo, quienes son los únicos que lucen como personas medianamente normales, el espectador contempla una colección de identidades deformadas por el hecho de estar en pantalla, por el sueldo o la promesa de una fama sin destino o futuro.

Porque Mega apostó por eso, apostó a que todos se lanzasen contra todos para luego exhibir sus heridas abiertas sin pudor. Eso explica por qué el show es un fenómeno. Ahora mismo, ¿Volverías con tu ex? ha crecido tanto que a veces se ha vuelto algo casi abstracto, como si toda idea o coherencia se pulverizara entre los alaridos histéricos y recriminaciones mutuas, entre los psicoseos y escarceos amorosos. Maravilla del sinsentido, se trata de un culebrón sin trama vuelto un desquiciado salón de emociones pues ni siquiera hay algún sentido del tiempo acá. No sabemos donde se dirije porque no hay ningún futuro. Hecho de puro presente; de días iguales a otros en su violencia y frenesí, vemos un show que podría durar para siempre renovando una y otra vez los participantes, tal y como han hecho hasta ahora. Siempre va a haber una larga lista de modelos o freaks a quienes recurrir. Es lo que hay, es lo que queda en pantalla. Las pulsiones desatadas, estallidos emocionales, piel acercándose o rechazando otras pieles. El daño y el morbo. El agotamiento.

La diversión.