SE CALCULA que Winston Churchill sobrevivió cerca de 50 balaceras en su vida, pero para ello tuvo que irse lejos de casa, a lugares exóticos. A Cuba, donde tuvo su primera experiencia en plena guerra insurgente, luego a la India, Sudán y Sud África donde se haría famoso como corresponsal de guerra, y paremos de contar.

A las balaceras que quisiera referirme son de índole distinto, domésticas, nada de gallardas, más bien criminales si no mafiosas; el tipo de fuego cruzado que se estila entre nosotros aunque se supone que no somos exóticos (de hecho, dudo que al joven Winston le hubiésemos parecido gente excitante).

En donde vivo en Providencia, a la fecha, me han tocado dos. Una, en los años 90, de la que me salvé porque estaba en una comida y llegué cuando se había acabado todo (mi señora e hija, sin embargo, tuvieron que tirarse al suelo mientras volaban las balas en dirección a la casa). La segunda vez fue a fines del 2015, cuando unos ladrones de auto se enfrentaron a carabineros en mi calle, tras darse cuenta que es sin salida (fue un alivio saber que, al menos, los maleantes no eran vecinos). Volví a perderme la función este verano cuando una banda de asaltantes de banco (seis en dos autos) se agarraron a balazos con la policía en Bilbao a pasos de la plaza de Pedro de Valdivia, mi barrio otra vez. Y, de nuevo la semana pasada en que nos libramos del tiroteo en avenida La Marina de Viña del Mar, por donde solemos transitar a diario a esas mismas horas, encontrándonos cerca en nuestro departamento ubicado en la misma arteria al otro lado del Cerro Castillo.

¿Coincidencias o porque vivo en barrios de mala muerte? Ni uno ni lo otro. Lo de Viña fue justo debajo del palacio presidencial. Es más, si viviera en Vitacura o La Dehesa, podría referirme a los portonazos, tan frecuentes que qué sería nuestra televisión sin ellos. Me dicen que en Valparaíso, donde el otro día murió una persona, no se puede estar en el plano pasada la hora que cierran las oficinas. Lo que es en poblaciones marginales, ahí las balaceras están al orden del día, y no es que solo maten. Suenan las balas y es porque ha llegado la droga o mercadería (la policía, no). Según Ciper, en barrios bravos de Quilicura, La Pintana y Puente Alto, dominados por narcos, es como si se estuviera en tierra de nadie, fuera de toda ley y alcance estatal, la de ellos la única autoridad.

De "churchilliano" no tengo nada, pero acumulo una seguidilla de "coincidencias" que me dejan pensando. Viví mi infancia en el Barrio Cívico donde, el 46, antes que naciera, fuerzas policiales mataron a seis obreros. Ya adolescente, viví en Managua bajo Somoza, donde me tocaron balazos. Recuerdo los que se oían en los años 70 bajo toque de queda. Como también la anécdota de mi padre de que, al lado de su finca en Medellín, en época de Pablo Escobar, su vecino puso un letrero que decía "Por favor NO depositar cadáveres". Lo diría Borges en su famoso poema sobre nuestro "destino sudamericano": "Zumban las balas en la tarde última".