CUANDO RECIÉN supe de los ataques últimos de los yihadistas en París me acordé del electrizante inicio de la serie de televisión de la BBC del año 1969 -Civilisation. A Personal View- narrada por ese notable historiador del arte que fue Kenneth Clark, director de la National Gallery de Londres durante la guerra, autor de libros sobre el neogótico, Leonardo, el desnudo, y la rebelión romántica contra el arte clásico. Clark se para en el Pont des Arts sobre el Sena y se pregunta "¿qué es la civilización?", a lo que responde: "No lo sé. No la puedo definir en términos abstractos. Sin embargo, la puedo reconocer cuando la veo, y la estoy viendo en este momento".

La cámara luego enfoca las fachadas de Notre Dame, el Instituto de Francia, los puestos de libros usados, menciona el Louvre, la arquitectura del siglo XIX; alude a Henry James y a John Ruskin. Agrega que si bien las sociedades bárbaras pueden producir cultura y arte, no corresponde decir que fuesen civilizadas. A fin de ilustrar el punto, se remonta al siglo IX y reflexiona sobre el efecto que pudo tener una embarcación y proa vikingos (como los que se guardan en el Museo Británico) surcando las aguas del Sena. Por muy potente artísticamente que nos resulte una proa de este tipo, para los entonces habitantes de la Ile de la Cité debe haberles parecido tan amenazante como el periscopio de un submarino nuclear. Dice eso y ahí termina su preámbulo. En los restantes trece programas hace un magistral recuento de la civilización europea.

¿Por qué comienza en París, por qué no en Roma? Porque París encarna todo lo que todavía entendemos por máximo: monumentales espacios públicos, momentos estelares de la historia moderna (el Renacimiento traído de Italia, la Ilustración y sus salones y cafés, la Revolución con todo lo bueno y malo que aún fascina, las vanguardias, la liberación del fascismo), y algo que sólo el genio francés ha sabido plasmar, cierta joie de vivre con sus alegrías y penas citadinas, imán que ha atraído y producido a cuanto talento imaginable: Jefferson y Franklin, Marx, Wilde, Baudelaire, Walter Benjamin, Eiffel, Proust, Manet, Picasso, Hemingway, Billie Holiday, Coco Chanel, Piaf, Stravinsky, Sartre, Camus, Le Corbusier, Cortázar, Cartier-Bresson… En fin, antes que Londres y Nueva York, la ciudad más cosmopolita del mundo donde cabemos todos.

Incluso los bárbaros que nunca faltan. Los que perpetraron las 20 a 40 mil muertes bajo el Terror (septiembre 1793-junio 1794), otras 20 a 50 mil durante la Comuna en 1871, también los más de cuatro años bajo ocupación nazi en que Hitler casi logra destruir la ciudad. Y todo porque no toleran la convivencia entre culturas.

El cierre del último programa de Kenneth Clark es tan espectacular como el inicio del primero. Clark toma un libro de su impresionante biblioteca en Saltwood Castle, Kent, y cita a W. B. Yates: "Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de intensidad apasionada". Difícil una mejor descripción del momento actual.