No exageraría si dijera que en el curso de los últimos 10 años debo haber escrito, al menos, unas 15 columnas de opinión abogando por la sustitución del sistema electoral binominal y defendiendo las ventajas -para Chile- de un sistema electoral proporcional moderado.
Sé que hay personas que no entienden esta insistencia. He escuchado o leído sus reparos: ¿Es que, acaso, dicen algunos, no existen cuestiones más sustantivas de las cuales preocuparse? ¿Creerán los promotores de esta reforma que ella, por sí sola, resolverá todos los problemas de nuestro sistema político?, señalan otros.
Por supuesto que existen otras cosas de las cuales preocuparse, además del binominal, pero pocos asuntos son más relevantes políticamente que la forma en que la ciudadanía elige, premia o castiga su representación parlamentaria. Ahora bien, estando lejos de pensar que un cambio del sistema electoral puede tener el efecto de corregir automáticamente todos los defectos de nuestra política, estoy convencido de que no podemos seguir chuteando una reforma que introduzca más competencia, más igualdad de género, más igualdad de voto y mejores posibilidades para las terceras fuerzas.
Todas las encuestas muestran que una gran mayoría quiere el cambio electoral. El problema, sin embargo, es que el binominal -como el Terminator de las películas de Schwarzenegger- es una máquina que ha demostrado tener una infinita capacidad para levantarse una y otra vez, no importa cuánta oposición popular tenga y cuán contundentes sean los argumentos en contra. ¿A qué se debe esto?
Una primera explicación es que los defensores del sistema se han aprovechado hábilmente de la dificultad comunicacional que implica aprobar el necesario aumento de parlamentarios. Saben que las posibilidades de la reforma dependen de que se conserve en parte algo del diseño de los distritos. Saben, también, que si se quiere tener más proporcionalidad y más igualdad de voto -respetando los límites regionales y evitando partir de cero- es inevitable aumentar el número de parlamentarios. Al llegar a ese punto, sin embargo, no han trepidado en jugar con el sentimiento antipolítica de un segmento de la población, haciendo arcadas ante la idea de aumentar el número de parlamentarios, como si tratara de aumentar la cantidad de estructuras inútiles.
Ayudan también al binominal, aunque no sea esa la intención, esos académicos que aun cuando dicen entender que el binominal ya cumplió su ciclo y que debe ser sustituido (sin que se les conozca un texto crítico al respecto), proponen en su reemplazo alguna fórmula imposible (p.e., el sistema mayoritario o el cambio previo del sistema de gobierno). A la hora de evaluar las propuestas proporcionales no dudan en ser muy rigoristas, sin hacerse cargo del hecho de que una reforma como esta debe incorporar elementos de prudencia y gradualidad. El problema es que estos "cómplices pasivos" del binominal terminan dándoles argumentos a todos aquellos incumbentes que están esperando alguna excusa para seguir refugiándose en reglas que ya conocen y manejan.