Charly García ha vuelto tras siete años sin disco, y los parámetros se tornan resbalosos, incómodos, cómo juzgar. En paralelo a su obra existe una palabrería histórica insistente en ungirlo como un genio y esa nunca ha sido su categoría. Sin restar ningún mérito a la voluminosa carrera y su trascendencia en la historia de la música popular latina, la estrella argentina jamás inventó nada en el rock universal (Los Jaivas son infinitamente más ingeniosos), sino que reaccionó a giros del género provenientes del Primer Mundo. Fue un artista de raíz folk en sus inicios, luego se hizo progresivo, y cuando estaba a punto de convertirse en un dinosaurio en los 80, aplicó reinvención para brillar con excelentes discos. Luego, la debacle. Adulado y envanecido se convirtió en una caricatura, todo muy rock, decadente y rancio. Charly García saboteó brutal a Charly García, el daño fue irreparable y este disco comprueba que reunir las piezas tras el estallido resulta imposible. 

Random es un álbum de rock anticuado, desdentado, de viejo cascarrabias, como sigue empecinado en subrayar que la lleva por la sencilla razón de que él lo dice. En el arranque con La máquina de hacer feliz, antes del minuto, los arreglos de sintetizadores combinados con nostálgicas notas de piano insinúan una pieza bella y delicada. Apenas irrumpe la voz, esa voz hecha trizas sin remedio, las esperanzas se enfrentan con violencia a la realidad. Entre el medio tiempo cansino y el coro aburrido, este primer corte augura el contenido a seguir: un músico envejecido prematuramente y sin nuevas ideas. Continúa Ella es tan Kubrick, un título que suena mejor en el papel, movilizada por un rock tibio de pretensiones pendencieras y que forma un núcleo de canciones lamentables donde Charly despotrica como veterano redactando cartas al director. En esa línea está Amigos de Dios, donde nuevamente en un tono desafiante fracturado por la fragilidad vocal (sinceremos, se escucha como si tuviera la placa suelta), practica un rock chato y le lanza dardos sin timing al animador Marcelo Tinelli. 

A veces se tributa a si mismo sin empacho y los resultados languidecen ante los originales, como sucede en Rivalidad, donde se cuelga sin combustión de los arreglos de Buscando un símbolo de paz. En otros momentos asoma material claramente de relleno, la innecesaria Believe por ejemplo, cantada en inglés, simbólica en cuanto a la sensación de estar frente a un abuelito ansioso por demostrar que aún se la puede. Spector es tan literal que provoca escalofríos, replicando sin chispa la clásica base rítmica de los éxitos del productor Phil Spector, uno de sus artistas favoritos. 

Charly García no es el primer cantante en perder la voz y que persiste en el estudio y los escenarios. A Robert Plant le pasó lo mismo con la diferencia que su veta creativa sigue inquieta y administra digno lo que le queda. Aquí no. Charly y su corte -los fans y una buena parte de la prensa- se dan la maña de soslayar no solo su garganta, sino pretender genialidad, incluso vanguardia, en una música marchita que deforma sus mejores cualidades de antaño. Una verdadera lástima.