Clement Attlee fue el primer ministro laborista del Reino Unido entre 1945 y 1951. Su gran legado público fue el estado de bienestar inglés y, en particular, el Servicio Nacional de Salud, que hasta hoy es orgullo de los ingleses. Su legado político fue un sincretismo entre el socialismo sindical y el cristianismo protestante. Su himno de campaña fue "Jerusalem", que se sigue cantando en iglesias anglicanas. Su asesor principal fue el economista William Beveridge, autor del famoso reporte de 1942, que sirvió de programa de gobierno y que hablaba de "la silenciosa poesía de la justicia" (fairness).

Sorprende que Attlee fuera electo mientras su antecesor, Churchill, gozaba de un alto respaldo por su brillante liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial. Churchill, increíblemente, fue derrotado en el momento de la victoria, pero la sociedad británica había sido sacudida por la convicción de los soldados, de sus mujeres que habían trabajado en las fábricas, de sus familias que habían perdido hogares y trabajos en los bombardeos, y de quienes recordaban enlutados a sus familiares de que sus penurias no se justificaban si se sostenían los niveles de desigualdad, exclusión e injusticia. La demanda por cambios radicales y el potencial de inestabilidad social eran enormes.

 Lo notable es cómo Attlee y su gabinete lograron conducir con calma un proceso dramático de transformación social y económica. Ofrecieron un proceso revolucionario, pero ordenado, sobrio, creíble y sostenible. Lo hicieron cultivando e implementando un consenso social y político que permitió -incluso cuando los laboristas perdieron el gobierno- que el sistema de protección social sobreviviera y se proyectara. El sincretismo británico laborista de "socialismo y cristianismo" fue su base ideológica; el sentimiento contenido del himno "Jerusalem", su banda sonora; el gabinete de políticos sobrios y de voz calmada, su sustento.

La Presidenta de la República me ha pedido representar los intereses del Estado en Codelco durante los próximos años. La compañía, orgullo de todos los chilenos, tiene por delante enormes desafíos en una variedad muy amplia de temas (financieros, laborales, energéticos, productivos, etc.), los que se ven acrecentados por el rol potencial que tiene en el establecimiento de estándares públicos en una serie de áreas (ambientales, sociales, locales y de innovación). En un momento de inflexión, en que Chile empieza a transformar su educación y su estructura productiva, su matriz energética y su cultura del trabajo, una compañía con la historia y el prestigio de Codelco tiene mucho que aportar. Tenemos como misión facilitar estos procesos y asegurar que se realicen teniendo por centro el interés del Estado y del pueblo.

Como se podrán imaginar, la prudencia y discreción requeridas hacen imposible que yo continúe como columnista regular de este diario. Esta será mi última columna. Quiero agradecerles a mis lectores de estos años por su atención y a mis editores por este espacio de libertad. Si me quieren desear suerte, encomiéndenme. Pero no me encomienden a un santo, encomiéndenme a alguien cuyo testimonio político sea un ejemplo a seguir. Encomiéndenme a Clement Attlee.