La negociación que se abre a partir de hoy será la más difícil desde la que precedió al plebiscito de 1988. La del 2009 parecerá un simple mohín.

Parece obvio que Sebastián Piñera lo tendrá más fácil, porque los contundentes (casi) 8 puntos que obtuvo José Antonio Kast -una de las sorpresas de la jornada- no tienen otro lugar a donde irse. Pero, al mismo tiempo, Piñera, o mejor dicho sus partidos, han sido notificados de que lo que ha crecido a su derecha tiene importancia y tiene además la decisión de abrirse paso. Como era posible sospechar, una derecha "dura" ha estado creciendo en el silencio, azuzada por el maximalismo de la izquierda, los conflictos violentos no resueltos, la sensación de pérdida de la autoridad y el aire demasiado centrista del piñerismo: una combinación tóxica. Pero, en efecto, no tienen dónde irse: su alternativa real es la abstención.

Lo de Alejandro Guillier se divisa como un calvario. Primero, porque su propia votación ha sido extremadamente baja. Su 23% es el desempeño más bajo de los candidatos de la fenecida Concertación, y lo que podrían aportarle los socios desgajados -la DC- bordea la irrelevancia. El apoyo inmediato de Marco Enríquez-Ominami constituye un cambio respecto de lo que fue su propia conducta en el 2009, pero con la diferencia de que hoy representa un cuarto de lo que fue en esa ocasión.

La aproximación más dura será ante el Frente Amplio, que rompió todas las previsiones -encuestas, desde luego, pero también apreciaciones, cálculos y juicios basados en otras observaciones- y se ha constituido como la única fuerza capaz de aportar un caudal significativo de votos al candidato de la Nueva Mayoría. ¿Lo hará? Es altamente improbable. Por lo menos, respecto del total de sus votos.

Para empezar, porque se trata de 14 movimientos que no tienen la misma visión sobre una eventual política de alianzas. En seguida, el núcleo del Frente Amplio sigue un proyecto de largo plazo, que por naturaleza ha de estar poco disponible para desviarse en uno o dos eventos electorales. Tercero, porque estuvo a punto de alcanzar a Guillier, obtuvo un enorme resultado parlamentario y tiene sus propios proyectos de reforma. Cuarto, porque el Frente Amplio ya ha adelantado que de ninguna manera participará en un gobierno del candidato de la Nueva Mayoría, que es lo único que éste podría ofrecerle. Y por último, porque el Frente Amplio consiguió su resultado con un trabajo minucioso, desafiando el sentido común y tomando el pulso de necesidades muy concretas; no se ve razón para que ceda ese trabajo a quienes precisamente no lo hicieron. Parece fácil apostar a que el Frente Amplio entrará en un período de debate que no será corto, sometiendo a la Nueva Mayoría a un ansioso y atropellado ejercicio de ofrecimientos durante las agónicas próximas cuatro semanas.

Todo esto ocurre, además, en un panorama de incremento de la abstención: en estas elecciones dejó de votar un 6% más que en las presidenciales del 2013. La mala noticia adicional es que en las segundas vueltas, por lo general, vota menos gente. Si los candidatos Piñera y Guillier se inclinan más a la derecha y más a la izquierda, siguiendo la tendencia a la polarización que ya muestran los resultados de ayer, disminuirán los incentivos para votar entre los votantes moderados.

De manera que el mes que viene será de todos menos tranquilo. Las segundas vueltas se ganan con resultados muy estrechos, y lo que ocurrió ayer es que un candidato que parecía seguro sufrió una inesperada crujidera -la votación de Piñera está por debajo de todas las estimaciones, no sólo de las más optimistas- y otro candidato que debía tener un desempeño mejor se desinfló mucho más allá de lo esperable.

Esto no dice gran cosa sobre el largo plazo, por mucho que uno se siente a adelantar conclusiones grandilocuentes. El largo plazo es otro tema.