Cual profecía autocumplida, se confirmaron varios de los miedos que se tenían para esta elección municipal. El nivel de abstención bordeó el 65% de los electores, lo que marcó otra importante disminución respecto de los comicios pasados. Traer a colación las cifras de participación electoral de otros países, como intentando argumentar que la situación local no es tan grave, resulta metodológicamente erróneo y políticamente mediocre. La comparación ha de hacerse con nuestra propia realidad y cómo se han deteriorado brutalmente las expectativas que tienen los ciudadanos sobre su propia democracia, y también de las bondades y posibilidades de nuestra institucionalidad. Así, por ejemplo, ¿consuela a quienes se han visto amenazados en su intimidad, y que perciben una mayor impunidad e indolencia por parte de la delincuencia, el seguir afirmando que Santiago es una de las capitales más seguras de América Latina?
Quizás ese poco interés por participar de este proceso fue lo que también salvó al gobierno de un escándalo mayor por el episodio de los cambios en la inscripción electoral. Aunque hubo varios reclamos, la mayoría de ese medio millón de personas afectadas no concurrió a sufragar, sabiendo, o no, la situación en la cual se encontraba. Es de esperar que en el transcurso de las horas esta irregularidad electoral no contribuya a cuestionar los resultados de las elecciones, cuestión que tal vez sí ocurrirá con la legitimidad de este y futuros procesos electorales, habida cuenta la cada vez más baja participación. ¡Nuestra democracia se va a la mierda y seguimos haciendo poco y nada para evitarlo!
Y sobre los resultados, nada menos que un knock out para la Nueva Mayoría.
Aunque se esperaba que el oficialismo obtuviera más votos, alcaldes y concejales que la oposición, la derecha también debía mejorar el desempeño que tuvo en la elección anterior, recuperando algunas comunas importantes. Lo primero se relativizó y lo segundo ocurrió con inusitada contundencia. Así, por ejemplo, la oposición recuperó Maipú, Providencia y La Reina, por nombrar algunas de la Región Metropolitana. Pero por su carácter emblemático, sumado a la apuesta que las coaliciones y sus principales precandidatos habían realizado, es en Santiago donde se concentraba toda la atención. Mucho se especuló en torno al real daño que el episodio SQM había producido en el PPD en general y en la candidatura de Carolina Tohá en particular. Su derrota es el símbolo de la debacle total del oficialismo y el inicio del fin de la Nueva Mayoría tal cual hoy la conocemos.
Tres cosas ocurrirán ahora.
Primero, se abrirá nuevamente un debate por la voluntariedad del voto, cuestión que resulta especialmente irritante si es que recordamos que fue transversal el apoyo a tan miope reforma, oscureciendo de paso que nuestros problemas no tienen sólo que ver con la baja demanda electoral, sino con la paupérrima oferta que hace nuestra política a los ciudadanos. Segundo, junto con la consolidación del fracaso de este gobierno, se inicia la noche de los cuchillos largos en las huestes oficialistas y habrá todo tipo de recriminaciones al interior de la Nueva Mayoría, dando paso a un debate sobre el futuro de la centroizquierda y la política de alianzas bajo la cual resulta plausible refundar esta coalición. Tercero, se incrementarán el entusiasmo y las expectativas en la derecha, que, de no mediar un evento extraordinario de carácter político o judicial, se acerca cada vez más a La Moneda.