Tres "cuentas" tuvimos este final de semana: la de Adimark, la de Bachelet, la del CEP.

La de Adimark auguraba un día positivo para la izquierda. La presidenta recuperaba su adhesión. En la suma, Sánchez y Guillier superaban a Piñera, Ossandón y Kast. Luego vino la sorprendente cuenta de Bachelet, evidenciando que aún cabe esperar que emerjan, desde la Nueva Mayoría, una mística y una narrativa capaces de otorgarle sentido a unos resultados, en realidad, mediocres. El diagnóstico que le dio el triunfo a esa alianza, de una nación desigual y desintegrada, volvió a aparecer con elocuencia en el tono desafiante de la presidenta y las referencias a su país imaginario. Ella acertó en un punto indesmentible: las reformas de la Nueva Mayoría, aunque criticables, vienen a modificar el horizonte dentro del cual se moverá la política de los próximos años.

La semana parecía terminar, así, bien para la izquierda. Pero, el viernes, la encuesta del CEP vino a darle un justo baño de realidad a los insuflados por los datos y el discurso con tono de arenga. La adhesión a Bachelet queda por el suelo, bajando al 18% (en Santiago el apoyo se reduce a un paupérrimo 13%). Y en las presidenciales, la centroderecha le gana a la izquierda en primera vuelta y en segunda. En todo caso, los resultados no son demasiado holgados, de tal guisa que la rueda de la fortuna sigue girando. Eso, dentro de un contexto en el cual el Frente Amplio rezuma vitalidad, vanguardismo discursivo y práctico, y la gris y vacilante candidatura de Guillier ha resultado sorpresivamente apuntalada desde las honduras del alma de la Nueva Mayoría.

¿De dónde le vendrá a la derecha la fuerza que necesita para remontarse sobre sus hombros y consolidar su mayoría? Y, especialmente, ¿de qué fuente extraerá el saber necesario para -si llega a ganar- conducir la discusión política, mantener la adhesión popular y contribuir eficazmente a modificar virtuosamente el horizonte de sentido del país del futuro? Las respuestas son difíciles de encontrar. Hay un asunto, empero, en el que ese sector no puede omitirse, si quiere alcanzar la altura de visión y praxis que exige el momento actual, a saber: la renovación ideológica.

Algo se ha hecho, especialmente en los partidos, pero no se advierte en las candidaturas un discurso comparable al del Frente Amplio ni al de la Nueva Mayoría. Salir del papel de conglomerado retardatario exige desarrollar una comprensión específicamente política, no sólo económica, de la situación. En ella debe volverse nítida, al menos, la relevancia de dos principios. Por un lado, uno republicano, que aboga -contra el revolucionario- por la libertad y -para resguardarla- por la división del poder, incluida la división del poder social entre el Estado y una economía privada fuerte. El desplazamiento completo del mercado de áreas enteras de la vida social significa concentrar todo el poder -político y económico- en manos del Estado; en Chile: del gobierno de turno. Con esa concentración, las condiciones de la libertad son dañadas. Por otro lado, ha de afirmarse un principio integrador o nacional, atento a la realidad concreta del pueblo en su territorio, que asuma decisivamente la tarea de superar las exclusiones y diferencias más graves, y avanzar hacia la conformación de una manera de ser de ese pueblo más colaborativa y comunitaria.

Si una tal concepción política no cuaja, difícilmente las propuestas y medidas de la centroderecha, por promisorias que parezcan, lograrán evitar su fracaso, sea en las elecciones, sea ya en el gobierno.