A diferencia de los ochenta, el Chile que visitará el Papa Francisco en enero próximo es bastante diferente al que conoció San Juan Pablo II. Hoy el país tiene una de las economías más sólidas de la región, teniendo el PIB per cápita más alto, una de las tasas de pobreza más baja y una esperanza de vida de las más longevas. Aunque esta vertiginosa modernidad no sólo trajo beneficios, sino que profundos cambios en la familia. Hoy su tasa de fecundidad es una de la más baja de América Latina, y los casamientos, desde los años noventa, con alzas esporádicas, han ido en un constante descenso.

A diferencia de los ochenta, hoy Chile sí tiene una democracia, pero con muchísimos escándalos, corrupción y apatía que ha ido mermando la confianza en las instituciones, descredito del que tampoco se ha salvado la Iglesia: Para 1995, el 46% de los chilenos tenía mucha confianza en ella, para 2016 sólo el 17%, según Latinobarómetro. 

No es extraño así, que a diferencia de los ochenta, la pregunta que se hiciera San Alberto Hurtado si Chile "¿es un país católico?", tiene bastante más bemoles. Las cifras muestran que aún sí es, pero bastante menos que el que conoció Juan Pablo II. En la actualidad, dependiendo de la encuesta, alrededor de un 60% de los chilenos se declara católico, casi 15 puntos menos que a mediados de los noventa.

Cifras más, cifras menos, hoy el país es distinto al que conoció el Papa polaco, sus carencias pertenecen más a las de un país que entró en los beneficios y estragos de la modernidad. Sin duda, la próxima visita de Francisco, quien conoce bien Chile, puesto que sus últimos años de seminario los hizo aquí y como miembro del consejo del CELAM le tocó conocer de cerca la realidad de la región latinoamericana, vendrá con un mensaje de esperanza para un pueblo que aún conserva sus raíces católicas, a pesar de que tal vez no son los mejores tiempos. Un país que sigue siendo muy mariano, que ve como cada año más de un millón de personas peregrinan a la Virgen de lo Vázquez y 200.000 a la Virgen de la Tirana, entre otras festividades. Una nación que ha sido educada católicamente por una amplia red de colegios y por una gran universidad pontificia de prestigio internacional, y en que a lo largo de su historia, la Iglesia ha dado acogida de amor a los que fueron perseguidos políticamente como a los que sufren hoy, dándoles protección a través de numerosas instituciones de caridad.

A diferencia de los ochenta, la visita de San Juan Pablo II hace 30 años fue un mensaje de reconciliación en un país que estaba profundamente dividido y polarizado por su situación política. El Papa Francisco viene a un Chile más reconciliado y más rico que el que visitó San Juan Pablo II, pero que quizás, entre tanto avances, y parafraseándolo, es necesario que los católicos, y en este caso los chilenos, salgan de su zona de confort, hagan lio y vayan a las periferias.