Dueños del paraíso se estrenó el lunes pasado y no tuvo un rating a la altura. Se entiende. La teleserie coproducida por TVN y Telemundo tiene una moral, una velocidad y una estética construidas en las antípodas de la moda de las teleseries turcas de esta temporada. Nada más basta recordar que en los primeros capítulos la protagonista es violada, una banda de asesinos ataca desde un yate un restorán de Miami y un ejército de paramilitares narcos desciende en un cumpleaños para masacrar a todo el mundo. Hay más, uno de los personajes quiere hacer abortar a su amante, Jorge Zabaleta pasa de vender hierba (que fuma por montones) a mover cocaína y todo, en todos los planos, se hace trizas tan rápidamente y de modo tan espectacular que es imposible no disfrutarlo.

Escrita por Pablo Illanes, el culebrón es trepidante y feroz y se entiende por qué resultaba una apuesta tan importante para TVN. Con la ciudad de Miami en el fondo, Dueños del paraíso es una serie ambiciosa, una narconovela que trata de hacerse cargo de los 70 y los 80 en esa ciudad para leerlos desde el aura de una violencia mítica. Por lo mismo, se trata de un culebrón físico, lleno de acción, que no depende de los espacios interiores. No hay medias tintas acá. Esto es una superproducción donde no falta nada, porque lo que más importa son los oropeles del exceso, la saturación de una estética cuya nostalgia depende del kitsch de las viejas series de televisión y de las malas películas de policías.

Por lo mismo, no podía ser otro modo, la historia, que trata de la construcción de los mitos de Miami, es un ordalía de sangre. Illanes, que desde hace un buen tiempo trabajaba en equipo, acá está solo y vuelve por sus viejas obsesiones que podían aparecer tanto en sus novelas como en viejos clásicos como Adrenalina o Fuera de control: el abuso como el origen de la venganza, la banalidad como una máscara de la crueldad, la cinefilia de la clase B como una memoria afectiva. Y para eso, tiene a la mexicana Kate del Castillo, una drama queen a la antigua, dispuesta a incendiar la pantalla.

Del Castillo es el centro del show: sabemos que el relato va a avanzar a partir de la violencia que ella despliegue, de las barbaridades de las que será capaz.

Así, los modos en que abandona toda fragilidad están directamente relacionados con todas las explosiones que podemos ver en pantalla, pues está acá la idea de que lo que debe ofrecer una telenovela es una sacudida constante, una inmersión en un clímax sin tregua. Así Anastasia, el personaje de Del Castillo, metaforiza la ciudad donde transcurre todo: un lugar presuntamente inocente que se ve sometido a todas las formas de corrupción posible; una heroína que se va a volver un monstruo porque todos los que la rodean son lobos, incluyendo a su madre y marido. Pero aquello le da sentido a la teleserie, volviéndola actual al situarla de plano en un presente donde las decapitaciones y los ejércitos narcos terminan siendo un código cultural que permite que la ficción pueda exorcisar la violencia como una catarsis.

Por supuesto, más allá del relato, queda en el aire el asunto más espinoso de todos: ¿significan sus índices de audiencia otro clavo en el ataúd de TVN? El rating dice que sí. Pero aquello es sólo apariencia porque Dueños… es rápida, feroz y, por sobre todo, tiene el sabor de un drama clásico sin concesiones. Mientras los otros canales buscan salvarse a punta del raspado de la olla de los culebrones turcos, TVN ha ido por otro lado y aquello se agradece. Se agradecen las balaceras, los acentos de varios países distintos y una intriga de poder a la antigua. Parafraseando la cita de Baudelaire con la que Roberto Bolaño encabezó 2666, ahora mismo Dueños del paraíso es "un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento".