Nuestra sociedad parece haber tomado nota de la emergencia de un nuevo actor en la hoy por hoy agitada vida política chilena. La presencia de dos pre-candidatos presidenciales como Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez anuncia la aparición innegable del periodista en el campo político, ya no solo como espectador o mero transmisor de informaciones, sino que como agentes activos del campo.

¿Cómo se explica este nuevo fenómeno? En realidad, la novedad se entiende mejor si miramos como se ha configurado nuestra esfera pública a lo largo de nuestra historia. Durante buena parte del siglo XIX y del XX, la política era esencialmente en nuestros países un asunto de abogados. Los años 70 marcaron la irrupción de los economistas como protagonistas del campo, confirmando con ello la relativa permeabilidad de la política a otro tipo de capitales. Los años 80 y 90 marcaron la irrupción de lo que Alfredo Joignant define como Tecnopols, cuya combinación de capitales técnicos y políticos prometía resguardar el largo tránsito de la dictadura a la post-dictadura.

Hoy, a la luz de todas las encuestas, la fortaleza de esta configuración del campo da muestras serias de fractura. La desconfianza en las instituciones, sobre todo en aquellas que son producto de la democracia representativa, es su síntoma más elocuente. Todo indica que este tipo de capital político ha comenzado a descapitalizarse, promoviendo con ello una mayor receptividad del campo hacia otros tipos de capital.

Bourdieu no tuvo dudas en señalar que el periodismo se constituía en la actualidad como un campo relativamente autónomo. Este espacio social estaba compuesto por unos agentes, los periodistas, cuyo principal producto es "ese bien altamente perecible que son las noticias". Al interior del campo, los agentes compiten  por acumular un cierto capital, bajo la forma de una carrera, cuyo principal trofeo consiste en "conquistar la prioridad". Es decir, los agentes y sus medios, estarían permanentemente a la búsqueda de los llamados "scoop" o golpes noticiosos.

Esta imagen tan clara se ha modificado, al menos desde hace un par de años, por varias razones. En primer lugar, por la decadencia de un discurso periodístico centrado en la neutralidad. Hoy los profesionales de la prensa y los medios no tienen temor a ser más opinantes ni ocupar un rol de vigilancia –gatekeeper – frente a las autoridades. En ese sentido, la búsqueda del golpe periodístico resulta hoy por hoy menos central que la defensa de un cierto rol público en la profesión. Por otro lado, la doble dependencia del periodismo, de la que habla Patrick Champagne, nos somete a una encrucijada. La dependencia de la profesión tanto al campo económico como al político, parece haber orientado la profesión hacia un espacio cada vez más editorial. Los casos de corrupción y la emergencia de los movimientos sociales han demandado de los periodistas una toma de posición bastante más relevante de la que observamos en los años 90.

Tomando en consideración estas coordenadas, ¿qué nos enseña el caso de Alejandro  Guillier y Beatriz Sánchez? Primero, nos dice que el capital periodístico puede originarse en el espacio de la prensa, pero se capitaliza y consagra solo en otros dos espacios de la profesión: la radio y la televisión.  La notoriedad pública se alcanzaría entonces en una combinación de visibilidad, arrojo, coraje y credibilidad, acreditada a lo largo de una carrera profesional en el campo. Son estos atributos los que instalan hoy en día a ambos candidatos como verdaderos bastiones morales. Ambos cercanos, ambos instalados en el imaginario de una izquierda en plena reconfiguración, su figura no puede más que levantar sospechas entre los viejos detentores del campo político.