Luego de la aprobación en el Senado de la reforma que restringe la selección de alumnos en colegios municipales a un máximo de 30%, muchos han vaticinado que esta normativa será el golpe de gracia que acabaría con el Instituto Nacional. Sería el irremediable, lento y definitivo fin del "primer foco de luz de la Nación", o al menos, de lo que ha sido durante los últimos 201 años.
Como institutano –porque podemos ser ex alumnos, pero nunca seremos ex institutanos, tal como nos inculcaron nuestros maestros- la categórica frase sobre el fin del instituto tiene un significado radicalmente distinto al apocalíptico. A cualquiera que haya pasado por el establecimiento de Arturo Prat 33, le vendrá inmediatamente a la memoria la célebre sentencia de Fray Camilo Henríquez, fundador del Instituto Nacional junto a José Miguel Carrera, y que define claramente el objetivo de este colegio que nace junto a nuestra vida independiente. La frase afirma: "El gran fin del Instituto es dar a la Patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor".
Grande es el desafío que nos impone una institución centenaria como ésta a cada uno de los que hemos pasado por sus aulas. Alcanzar metas mediocres no ha estado nunca dentro del ADN de cada uno de sus profesores, funcionarios y estudiantes. Sabemos que para ser y mantenerse como institutano es preciso esforzarse mucho y constantemente. Eso se inculca cada día. Clase a clase. Prueba a prueba.
El mejor ejemplo de esto queda graficado en el lema que está bordado en el estandarte del colegio y en el corazón de cada alumno. Labor Omnia Vincit: "El trabajo todo lo vence".
Por eso duele tanto ver cómo nuevamente se bombardea al buque insignia de la educación pública chilena. Ya había sido gravemente herido con las marchas y las tomas irracionalmente extensas, que habían hecho perder un año completo de clases a la generación del bicentenario. Esta situación produjo que se redujeran las postulaciones a séptimo básico cerca de un 75%. Probablemente, muchos padres de buenos alumnos, prefirieron dejar a sus hijos en colegios de menor calidad, pero con más continuidad en los estudios, ya que parecía que el liceo emblemático estaba perdiendo el rumbo.
Esta vez, el exocet está dirigido directamente a lo que hoy representa el Instituto: un motor de movilidad social que premia por excelencia la meritocracia. Al establecer a la sacrosanta "tómbola" como el procedimiento mayormente deseado para acceder al Instituto, cualquier alumno postulante puede creer perfectamente que desde ahora no es necesario mucho esfuerzo adicional para ser seleccionado, porque finalmente más allá de lo que él pueda hacer, la última palabra no la tendrá su estudio o su capacidad, sino que el azar.
No obstante, lo que es muchísimo más grave será la injusticia que va a padecer aquel alumno con destacadas capacidades, que pudiendo entrar al colegio con el esquema meritocrático tradicional, esta vez quede afuera simplemente porque así lo quiso una mayoría circunstancial de parlamentarios. Los que claro, nunca dimensionarán la frustración y el daño deliberado que le causarán a cientos, sino miles de jóvenes de sectores populares que no podrán recibir una educación de mejor calidad, sólo porque los legisladores de Gobierno quisieron llegar hasta el final con la consigna consagrada en el programa electoral.
A su vez, aquellos alumnos menos aventajados que ingresen al Nacional, simplemente por la suerte, tendrán la falsa esperanza de rendir igual de bien que las generaciones anteriores. Pero no necesariamente será así. Ese alumno necesita de otro tipo de esquema educativo, uno centrado en fortalecer aquellas habilidades que tiene menos desarrolladas, no en aquel en que se parta de la base que ya las maneja completamente. Esto sin duda también provocará una gran frustración, cuando aumente la repitencia o el abandono del colegio por la alta exigencia. Es preciso recordar que el "efecto Instituto" se alcanza no sólo gracias a la dedicación y calidad de sus profesores, sino que también producto de las destrezas de sus alumnos.
Por esta razón es tan grave la ingeniería social que tanto entusiasma a la izquierda, porque se causan una serie de perjuicios tan dramáticos como claros. Una prueba de esto es que los propios parlamentarios no están dispuestos a sufrirlas. ¿Por qué no haber partido por los colegios particulares donde estudian sus hijos? ¿Por qué, si el proyecto es tan bueno, no cambian a sus hijos a colegios municipales o subvencionados luego de aprobada la reforma? No, primero hay que experimentar con los más pobres. Con aquellos que nunca podrán ir al Santiago College o a La Girouette.
Con esta reforma, más que garantizar la inclusión, se consagra la injusticia de desmantelar el bastión de la meritocracia chilena.