La UDI estuvo esta semana a punto de romper con el gobierno. El significado exacto de esta decisión no llegó a ser precisado -empezaba por una enérgica declaración pública de los diputados, pero podría haber pasado por liberar a sus parlamentarios de apoyar los proyectos oficiales y hasta por retirar a sus militantes del Poder Ejecutivo, ideas que no estuvieron ausentes en las semanas pasadas- porque la sensatez aconsejó lo más obvio: que la desmedrada situación electoral de estos días sólo podría empeorar con el escalamiento de las tensiones en la Alianza.

La derecha presenta una situación de asombro. Parece como si la hubiera pillado de sorpresa la conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado, aunque esta efeméride era lo más previsible desde hace... 40 años. Parece que recién se diera cuenta de que también se cumplirían 25 años desde el triunfo del No, pese a que el 5 de octubre se ha celebrado cada año hasta la majadería. Y parece que no tuviese manera de reaccionar ante las provocaciones de los encarcelados jefes de la Dina, aunque sí ante sus consecuencias.

Como no es razonable suponer que todos los dirigentes de la UDI y RN viven en la hora tonta, la única conclusión posible es que no quisieron anticiparse a estos sucesos, no los discutieron a tiempo y no construyeron una interpretación común. Y la razón de fondo sería, en ese caso, que no tienen acuerdo sobre ellos, ni siquiera el tipo de acuerdo retórico que se convierte en una necesidad imperiosa cuando se está en medio de una campaña presidencial y parlamentaria. Esa mínima concordancia le habría permitido, por ejemplo, a su candidata no caer en la "trampa" de los recuerdos del pasado.

La furia de la UDI está concentrada en el Presidente Piñera. Además de no ayudar a Evelyn Matthei a escapar de la "trampa", habría contribuido a sumirla en ella formulando acusaciones genéricas contra quienes apoyaron al régimen de Pinochet"

Coincidieron en esto con los dos candidatos a senadores de RN por Santiago, Andrés Allamand y Manuel José Ossandón, que también criticaron al Presidente, pero no con los dirigentes jóvenes de ese mismo partido y con los novatos de Evópoli. En el sentido inverso, la UDI se fractura en forma más delicada entre el revisionismo de Hernán Larraín y el integrismo de Jovino Novoa: no hay modo en que sus militantes puedan conciliar ambas posiciones y, como consecuencia necesaria, lo que opinan sobre el actual gobierno.

Quién lo diría: la misma derecha que desde hace 25 años viene anunciando la incompatibilidad entre los miembros de la Concertación y ahora de la Nueva Mayoría, se muestra partida en pedazos por las mismas razones que ha imputado a sus adversarios.

Mientras el gobierno de Piñera se encamina hacia su ocaso, la UDI completa frente a él una trayectoria parabólica: fue el partido de las críticas más ácidas en los meses iniciales del 2010; logró controlar muchas veleidades de La Moneda con la instalación de ministros en puestos claves (lo que convirtió a la RN de Carlos Larraín en la oposición interna) durante más de dos años; y en estos últimos meses retoma, recargadas, la desconfianza y la distancia del comienzo. Para la UDI, el cuatrienio de Piñera ha sido un karma negativo, unaenergía que la desnaturaliza y la conduce alretroceso.

No es preciso ser adivino para anticipar quién será culpado por la UDI <strong>en el caso de una derrota de Matthei</strong> (y más aún si ese fracaso es resonante). Piñera ya ha sido acusado de abandonar el presente poco auspicioso para dedicarse a la construcción de su futuro personal, la candidatura del 2017, y las malas evaluaciones que durante su período estuvieron reservadas a la oposición o a las encuestas ("poco creíble", "poco confiable") son de nuevo el pan político de la UDI"

Cualquiera que oyese esta semana las expresiones que se prodigaban en ese partido sobre el Presidente, habría creído estar en frente de una oposición jacobina. Una parte de esta indignación tiene que ver con los sondeos que indican que la Alianza sufriría serias pérdidas en el plano parlamentario, además del presidencial. La otra parte consiste en que esos mismos sondeos mantienen al Presidente como el dirigente con mayor popularidad de su coalición, aunque esa popularidad no alcance ni por asomo para una reelección.

La suma de ambas cosas constituye la pesadilla perfecta: la UDI podría culpar a Piñera de sus males actuales, pero no tener a nadie para confrontarlo en las siguientes elecciones. Sería el 2009 repetido con venganza.

El caso es que en el medio de estas furias hay una candidata que ya sólo dispone de siete semanas para lograr que el gran mito de la derecha -la unidad- le permita alcanzar los pisos que la Alianza ha tenido en dos décadas. Ni la multiplicación de todos los errores que se le quiera imputar a ella podría haber contribuido a estructurar el panorama más adverso que haya tenido su coalición en toda su existencia.

Esto no es culpa de Matthei, que a estas alturas está más cerca del heroísmo que del sacrificio. Tampoco es culpa de Piñera, cuyas conductas poco ortodoxas y no siempre prudentes eran bien conocidas mucho antes de que se lo designara candidato. Es culpa de unos partidos que, en un solo período de gobierno, han mostrado la mayor capacidad de autoagresión y disenso de toda la política chilena desde que el PS y el Mapu le hicieran la vida imposible a Salvador Allende.