"Cara de nana".
Fue lo que gritaron el domingo último a Anita Tijoux mientras se presentaba en el Festival Lollapalooza. Lejos de sentirse insultada, Anita se mostró orgullosa. "Para los que lo creen insultarme llamándome cara de nana tremendo orgullo por todas las mujeres trabajadoras, ejemplo de valor!", escribió en su cuenta de Twitter. Y acto seguido, agregó; "Yo soy esa cara de nana, esa cara parecida a la tuya, pequeña y pelo negro, yo soy esa cara con rasgos que parece incomodar tu clase desclasada".
Lo acontecido con Anita habla mucho de Chile y del trasfondo cultural del conflicto que gustan muchos geolocalizar en el sur. Lo he dicho antes: para mí el conflicto no es mapuche, el conflicto es chileno. Es Chile en un conflicto consigo mismo, con su identidad y pésima memoria. El conflicto sureño poco dice de los mapuches y mucho de los chilenos; de los chilenos y sus temores; de los chilenos y sus inseguridades; de los chilenos y su insistencia en no mirarse al espejo por las mañanas, como bien advirtió el intendente Francisco Huenchumilla en una entrevista reciente.
Anita Tijoux, de hermosos rasgos indígenas, es el verdadero rostro de Chile. Y por lo mismo, a muchos les duele sea tan seca, tan cool, tan clever, tan la raja y talentosa. Con Francisca Valenzuela y sus rasgos europeos todo bien; con Anita y su morenidad, todo mal. ¿Serán lectores de Sergio Villalobos quienes la insultaron en el Parque O'Higgins? Basta que hayan leído a Francisco Frías y su historia de Icarito. Así de triste el panorama educativo. "Cara de nana", un insulto clasista y racista, todo junto. Pudieron gritarle "cara de mapuche" y el resultado habría sido el mismo. Por décadas, mujeres mapuches limpiaron el poto y lavaron la loza de las clases media y alta capitalina. La legendaria "nana mapuche" (madres, tías, abuelas, hermanas y primas de muchos de nosotros), que gracias a ellas pudimos acceder un día a la universidad, publicar libros y escribir hoy en medios como La Tercera. Heroínas maltratadas por el racismo chileno e invisibilizadas incluso por el discurso indígena activista muy dado a comprar -y muy barato- las fantasías espartano-mapuche de Alonso de Ercilla. Ya saben, el Galvarino transformado en una especie de Wolverine vengador, encapuchado y anticapitalista.
Lo repito.
Aquellas nanas son las guerreras olvidadas de nuestra historia. Un verdadero ejército de dignidad puertas adentro, nuestras cabeza de playa en la misma clase social y política que hoy alternadamente nos (mal) gobierna.
"Yo conozco a los mapuches, si tuve una nana cuando niño… creo que era Pichiñual o Pichiñal o Pichiñel", me señaló años atrás cierto ministro de Estado cuando, fuera de entrevista, le consulté por su acercamiento al tema indígena. Créanme que es cierto. El susodicho era un ministro de derecha, pero bien pudo ser de la Nueva Mayoría. La respuesta, probablemente, habría sido la misma. Paradójico resulta constatar que el mismo día en que Anita Tijoux era "insultada" con el "cara de nana", en Chile se conmemoraba el Día Nacional de la Trabajadora de Casa Particular. Muy temprano, aquel domingo, les rendí un sentido homenaje en mi cuenta de Twitter. Y lo hice recordando a la tía Margarita, quien muy lolita y obligada por la pobreza en su reducción de origen, migró a la ciudad de Santiago. Otra tía, también empleada doméstica, le consiguió pega puertas adentro y de aquella casa no salió por casi tres décadas. Siempre nos contaba, ya jubilada en el sur, que los patrones la querían "como si fuera parte de la familia". Nunca le pagaron sus cotizaciones.
Es la forma paternalista en que muchos chilenos quieren todavía a los mapuches. Como si fuéramos parte del país, sin serlo, por supuesto. Y sin cumplir en absoluto las obligaciones que ese supuesto cariño conlleva. Es el discurso de Villalobos, que insiste en hablar pestes de la cultura mapuche, destacando eso si nuestra condición de "jardineros laboriosos". El denominador común entre el "cara de nana" del Lollapalooza y el "jardinero laborioso" de Villalobos es el racismo, y el clasismo.
¿Lo esperanzador de todo esto? La incomodidad y el disgusto de muchos frente a este tipo de discursos anacrónicos. Se observa en las redes sociales y también en el mundo real. Chile está cambiando. Hace poco, cenando en el barrio alto capitalino, una amiga me charló de una tejedora mapuche que había conocido en el sur cuando era universitaria. En sus palabras, carentes de paternalismo, noté un profundo respeto por aquella mujer y su cultura. Nos reímos con las anécdotas que contaba. Que era bien llevada de su idea, una rebelde la Dominga. Terminamos todos brindando por ella. Por su suegra, la cariñosa abuela de Ayelen y Millaray, las hijas de mi amiga que también nos acompañaban aquella noche en la mesa.