Desde hace más de seis décadas que el escritor chileno Fernando Jerez viene publicando cuentos y novelas de manera constante y, también podría uno agregar, de modo bastante silencioso. En su última entrega, titulada El afilador de cuchillos, Jerez nos hace volver a los años en que el Papa Juan Pablo II visitó Chile. El relato se inicia cuando el protagonista y narrador, Ulises, trata de llevar a cabo la misión que se le ha encomendado: poner una bomba en el hotel en donde se aloja el secretario papal. Si bien el joven no cumple con su cometido, queda claro que a los grupos subversivos del momento les indignó la pleitesía que el pontífice demostró hacia quienes ellos consideraban el enemigo número uno, Augusto Pinochet.
Ulises es, en cierto modo, un mestizo, el fruto de un revolcón entre su madre, una joven que se desempeñaba como empleada doméstica, y el hijo de los patrones de la casa en donde trabajaba. El amorío, además de breve, resultó trágico: tras consumar el acto sexual, el hombre murió accidentalmente intoxicado por un escape de gas. Luego de dar a luz, la madre se desentendió de la criatura y regresó a trabajar a la capital, dejando a Ulises al cuidado de su abuela, quien, a su vez, tomó la misma decisión años más tarde al ir a entregarlo a un hogar de menores.
Los episodios de infancia están alternados con el presente de la novela. Allí, Ulises, que ya ha abandonado su incipiente carrera subversiva, se desempeña como ayudante de Octavio, el gerente de una empresa de exportaciones llamada UNSOLOMUNDO. Otro momento del quehacer de aquellos días le sirve a Jerez para ahondar en la codicia y en la falta de ética del empresariado chileno, uno de los temas relevantes de la novela. Se trata de los famosos granos de uva envenenados con cianuro. Octavio, tras arduas negociaciones con los distribuidores estadounidenses, logra evitar que se pierda el embarque completo de la fruta y acepta, a modo de cierre de la operación, una coima generosa. Ulises, por su parte, quedará a cargo de velar por los dineros de una cuenta en un paraíso fiscal del trópico.
Octavio, quien encarna al empresario ambicioso y poco honesto que desprecia a los ingenieros comerciales de las universidades, demuestra en la novela una debilidad sostenida por el alcohol: "Así como algunos sacaban el arma y la gatillaban en milésimas de segundos, Octavio al tercer vaso de Martini con whisky Koala, soltaba unos lagrimones. Lo vi llorar en los pubs. Exultante, lloraba. Deprimido, lloraba". El viejo Simón, el dueño de la empresa, tampoco le hace el quite a la ingesta de whisky Koala en la oficina: "Lo vi borracho, la sangre enrojecía sus mejillas tras la piel desgastada a causa de los años y de rasurarse todas las mañanas los pelos reblandecidos con agua caliente".
La desazón, el fracaso, el acto de rendirse ante los males de una época son otros de los grandes lineamientos que plantea Jerez en la novela. La relación de Ulises con las mujeres también cobra relevancia, y el punto puede incluso alcanzar profundidades psicoanalíticas, dado el abandono mujeril que ha sufrido el protagonista. En cuanto a la prosa del autor, cuidada y bien calibrada, vale destacar que alcanza su máxima efectividad cuando las circunstancias requieren dramatismo.