El presidente Donald Trump en su último discurso sobre la futura estrategia en Afganistán, planteó la necesidad de aumentar el contingente de tropas estadounidenses, en números aproximados, de 8 mil a 14 mil efectivos. En su campaña presidencial, Trump argumentó repetidamente el fastidio de involucrarse en guerras que no terminan y que no reportan beneficios de ningún tipo. Desde la perspectiva de un magnate de los negocios, no es un presidente que vea el interés de Estados Unidos a través de la lupa geopolítica y el beneficio multiplicador de la aplicación de la fuerza armada en la conquista territorial.
Por mucho que le pese al voluminoso Club Anti Trump en el mundo y en Estados Unidos en particular, de izquierdas y derechas, Trump representa el cambio de época en cuanto a no confiar en las estructuras tradicionales del poder político. El no recurrir a la tradición escolástica en política exterior, le ha generado la inmediata necesidad, que a estas alturas es una ventaja, de asesorarse por militares en servicio y en retiro, que observan desde una mayor distancia (política) los éxitos y los fracasos de una política exterior que, en el dividendo final, ha sido negativa para el liderazgo de Estados Unidos.
El aumento de tropas planteado por Trump es el inverso de la política de Obama y hace recordar la renuncia del general Stanley Mc Chrystal en junio de 2010, autor de la estrategia de aumentar con creces el número de tropas para acabar luego con el conflicto en Afganistán. En la anterior administración con Barack Obama, Estados Unidos inicia un plan de retiro de tropas para ponerle fin a la ocupación. Mc Chrystal sale del circuito porque no le dieron el pase para un despliegue de fuerza mayor o, escoger el camino más corto y supuestamente más efectivo: usar armamento nuclear con capacidad de expansión y destrucción limitada. El uso de la "bombita" de capacidad destructiva limitada no es inviable. Fue una de las opciones consideradas en la invasión de Irak en febrero 2003. (Irak: Bitácora de un fraude; Pehuén 2004). Se usó en Libia, y se consideró para atacar Siria, durante la administración de Barack Obama.
Mc Chrystal tuvo respaldo militar y Obama debió sortear una crisis con los militares que consideraban que el objetivo militar en Afganistán consistía en producir una pequeña hecatombe para provocar pánico sicológico y así reducir a los Talibanes.
Observando el panorama actual y sus determinantes, la pérdida de dos tercios del territorio gobernable a manos de los Talibanes, la espiral del gasto bélico calculado en US$800 mil millones hasta 2016 y la creciente conexión Talibán con fuerzas nacionalistas y terroristas en Pakistán, le confiere al conflicto otra dimensión, y como apuntó Trump, "No pueden estar afectadas por terrorismo don naciones como Pakistán con capacidad bélica nuclear vecina de otra nación como India con la misma capacidad".
La devastación ocho años atrás, en mayo de 2009 de una aldea afgana causada por un bombardeo de Estados Unidos para combatir al ejército Talibán, produjo más de cien víctimas civiles y la penetración de fuerzas talibanes en Pakistán. La presencia Talibán en Pakistán, es el indicador de una complejidad nueva y mayor en un conflicto bélico que lleva 16 años.
Como que el objetivo de la urgencia por resolver el problema político de fondo hubiera desaparecido frente a la imperiosa necesidad de enfrentar militarmente la agresividad de un contingente, los talibanes, claramente más débil en el volumen del arsenal bélico, pero con el objetivo político más definido: contener la invasión de una fuerza extranjera.
Estacionar la profundidad del problema en la inmediatez de erradicar bélicamente la capacidad armada de los talibanes, refleja que la solución política está muy distante de la actual realidad. El objetivo es contener un movimiento de extremismo religioso y nacionalista, mientras se relega como última opción, aproximarse al núcleo político del problema.
Dejando la frustración militar atrás, Trump habló de entrar a negociar con la autoridad Talibán, dejando entrever que se trataba de un estado paralelo. Es la tesis de la mayor parte de los que han encabezado la operación militar de Estados Unidos y con la que coinciden funcionarios de agencias internacionales familiarizados con el problema. Sin embargo la intención puede derrumbarse con la pregunta que se hacen los mismos que plantean soluciones políticas: ¿Negociar sobre qué?
En este sentido, tanto en Pakistán, donde se filtró explosivamente el nacionalismo Talibán como en Afganistán, la defensa territorial llevada al extremo de la violencia frente a la ocupación extranjera, deja de ser el expediente clásico al que se le atribuye cierto primitivismo, transformándose en el escenario habitual de un conflicto indemne al paso del tiempo.
Si bien el eje del problema de las relaciones entre EEUU y el mundo islámico continúa descansando en su marcada inclinación a la protección de Israel, en Afganistán, el estancamiento del proceso militar como del político reside en la imposibilidad de resolver el meollo del problema político en su origen.
Este origen es aquel que el mismo Estados Unidos induce al penetrar políticamente el tejido del complejo mundo tribal y religioso afgano y por extensión pakistaní, para enfrentar la ocupación soviética que comenzó a fines de 1979 y acabó en 1989.
El eje de esta penetración consistió en usar las escuelas islámicas y otras bases de propagación del islamismo, para generar efectos multiplicadores en la acción contra la invasión. En el camino crece en esas escuelas el extremismo militarizado que se expresa hoy en diversas formas, una de ellas en los Talibanes.
Un dato importante. Las escuelas islámicas eran ya utilizadas para difundir mensajes sociales y complementar la educación del sistema convencional de atención de la población. En los años 70 y 80, las escuelas coránicas como también se les llama, eran bases para difundir mensajes claves de los programas de desarrollo de las agencias internacionales.
Este fenómeno de usar el adoctrinamiento religioso para combatir la invasión soviética se hizo más notorio a comienzos de los 80, cuando diferentes facciones políticas afganas comandaban desde India y Pakistán la resistencia. En políticos de tradición secular, existía la preocupación sobre los efectos del uso de las escuelas coránicas que funcionaban en un ambiente de neutralidad doctrinaria respecto a la política.
Después de tres décadas de intensa penetración extranjera, Afganistán se descompone políticamente por la confrontación bélica arrastrando a una parte de Pakistán en el fenómeno. EEUU aún declina asumir completamente la fabricación de este embrollo, y es probable que al asumirlo resida un buen porcentaje de la solución. Se ha producido la destrucción de la dinámica propia de la política interna en Afganistán. El tipo de resistencia que se organizó con la ayuda de Estados Unidos para expulsar a los soviéticos, logra destruir el incipiente tejido político afgano basado en normas seculares que se forma con el fin de la monarquía en 1973. Es así que el país se hace más vulnerable a la devastación política sea por fuerzas internas o por la penetración extranjera.
Afganistán forma un enclave crítico en Asia Central al compartir fronteras con seis países entre ellos Irán, Pakistán, Uzbekistán Turkmenistán, y Tayikistán, incluyendo China a través de un corredor. A partir de liderar en los años 80 la expulsión de la fuerzas soviéticas, con la creación de una fuerza militar opositora que derivó en una multifacética industria para la actividad terrorista, "Estados Unidos se metió en esto y nos metió a nosotros los afganos y ni uno ni otro sabe cómo salir". La frase expresa el reclamo de las autoridades en Afganistán y que se repite constantemente en Kabul como única respuesta a innumerables interrogantes.