El intempestivo ataque  a una base aérea en Siria es la evidencia de un grado preocupante de inestabilidad política interna en EEUU. Si la razón principal en Estados Unidos para atacar de prisa a Siria, estuvo orientada para estabilizar su gobierno, que aún no se consolida y se resquebraja a diario, por ausencia de diseño y programa claro, refleja el grado de inestabilidad en su política interna. Se refuerza la idea de precipitar un ataque sin tener las pruebas necesarias de que el gobierno sirio efectivamente usó armas químicas para atacar una zona bajo control de fuerzas enemigas, en este caso terroristas,

El caótico escenario geopolítico internacional actual, carente de un centro ordenador que permita equilibrios claros y las condiciones políticas que impulsaron la decisión de bombardear Siria,  hacen ver con más claridad los efectos que puede tener la disputa por el poder interno en EE.UU. y el quiebre político que permitió la llegada de Trump a la presidencia.

En este plano, la visita del secretario de estado Rex Tillerson a Moscú el miércoles 12 de abril, no logró ningún objetivo para alivianar la actual tensión internacional, ni tampoco resuelve los problemas de las disputas internas de poder en Estados Unidos.

Moscú no quiere guerra, menos nuclear, pero sí quiere a Assad en el poder para luchar contra el terrorismo. Punto para Vladimir Putin.

Primero, no pudo persuadir al gobierno ruso para suspender su apoyo al gobierno en Siria en su lucha contra el terrorismo. Los argumentos de que Moscú eligiera entre, congraciarse con la Alianza Transatlántica o aislarse, en lo que él llamó el eje Irán, Siria, Corea del Norte, no sirvieron para estimular un cambio de rumbo internacional en Moscú.

Tillerson responde a la estructura clásica del republicano, simple y directo. Ha absorbido bien el resurgimiento neoconservador en la Casa Blanca con la llegada de Trump. A su vez, éste gobierna muy en el molde de George W. Bush. Como no sabe con exactitud dónde está parado, se hace aconsejar, a lo que él le agrega su pasión por lo disfuncional e imprevisible. En este plano, mientras Bush cursa su trayectoria como un mosquito o zancudo, Trump se mueve como una mosca.

Segundo, Tillerson y su mensajería a Moscú de ataque y persuasión, sirvió excepto para confirmar lo que ya se sabía: no habrá distensión en las relaciones. Más aún, con esa simplicidad republicana Tillerson resumió el estado de situación en pocas palabras: "Las dos potencias nucleares más grandes del mundo no pueden tener esta clase de relación".

La constatación también es una advertencia que el neoconservador Robert Kagan confirma en una columna en  The Washington Post del 8 de abril: "Los días de la pasividad de Estados Unidos terminaron… Se necesita más que un bombardeo para acabar con el desastre en Siria".

¿Qué es más actividad? ¿Disuasión a través de la amenaza nuclear? ¿Qué es más de un bombardeo en Siria? ¿Más bombardeo? ¿Otra invasión tipo Afganistán e Irak? O, es el uso del armamento nuclear con poder destructivo limitado, como el de los misiles usados en Libia, que igualmente dejaron una estela radioactiva letal.

La dispersión en la política exterior de Estados Unidos post guerra fría es histórica. Con todo el espacio de poder a su disposición no ha sabido qué hacer con ello, y por el contrario, el estado institucional político del orden mundial es caótico. El mercado internacional se engulló para sí algún tipo de estructura política que funcionaba durante la guerra fría, aunque hubiera esa polaridad entre capitalismo y comunismo.

En marzo de 2001, con Bush recién asumido, Estados Unidos se encontraba con una política exterior indefinida en cuanto a objetivos y metas de largo alcance para administrar el mundo post guerra fría desde la perspectiva de su supremacía. Sin Unión Soviética, con el campo llano para su dominio global, era la oportunidad que no se repetiría. Hasta que llegó el ataque a las torres gemelas de 11 de septiembre de 2001.  Le resolvió a Bush el problema de política exterior indefinida.

Toda esta trayectoria post guerra en política internacional sin la amenaza del comunismo soviético, se resume en lo que podría llamarse un "internacionalismo beligerante" (y reactivo),  como califica el profesor de derecho internacional Richard Falk a la política exterior de Trump después del ataque a Siria. No son conquistas geopolíticas importantes propiamente tal, sino que son señales para demostrar que hay un poderío bélico superior en Estados Unidos que se va a utilizar.

El amateurismo de Donald Trump en política internacional, se ha hecho evidente con la primera visita de Rex Tillerson a Moscú, al menos lo que expresa la prensa sean falsas señales. The Observer , el semanario británico del pasado domingo lo dice a secas: Trump en lo internacional es  amateurismo, no sabe.

También han comenzado a revelarse las contradicciones internas en el equipo de seguridad nacional que trabaja con un estilo de ansiedad permanente. Frente a la ausencia de un marco de política exterior más allá del imperativo de que Estados Unidos debe liderar el mundo, o hacer valer su compulsión imperialista, el ataque a Siria y la postura contra Moscú, puede ser un factor ordenador. Bajo este contexto, muchos funcionarios se esfuerzan para influenciar a un presidente que maneja el accionar político en base a instinto y corazonadas que se le atraviesan por la cabeza.

En este escenario de confrontación límite con Rusia, a Estados Unidos y sus aliados no les quedó otra alternativa que solicitar a Rusia que deje de apoyar a Assad. Fué el propósito de la reciente reunión de los G7 en Italia. Es decir, Siria y su lucha contra el terrorismo, se convierte en el chivo expiatorio para que esa alianza resuelva sus problemas para funcionar con un orden mundial mínimo.  Y digámoslo como es, un terrorismo que le inyectaron desde 2011, algunos de los mismos países del G-7, Estados Unidos, Francia y Reino Unido especialmente, con sus adláteres monárquicos del golfo pérsico, para derrocar al gobierno de Assad. Si fue tópico en la reunión de Putin con Tillerson, no lo sabemos. Es de suponer que el tema estuvo planteado porque es el principal. No es la salida de Assad, sino el detener el financiamiento al terrorismo que golpea a Siria desde 2011.

El apoyo de Rusia a Siria, opera como chivo expiatorio para solucionar problemas de la Alianza Transatlántica a partir de fenómenos como el BREXIT y otros en esa línea en gestación que apuntan a la real unidad europea. Nada mejor que buscar al enemigo común. Ya no es el terrorismo internacional. Es Rusia por ahora,  ese enemigo común. China en el futuro, también es un enemigo estratégico de Estados Unidos y la Alianza Transatlántica, al menos  el gigante asiático se desintegre, una variable constante en los recursos de la OTAN y el Pentágono.

El gobierno de Trump ha sido la gran oportunidad para el resurgimiento del neoconservadurismo en las estructuras del poder que velan por diseños de nuevo orden mundial con supremacía estadounidense en base a su poderío nuclear. La amenaza nuclear se disipó levemente durante la administración de Obama y ahora estamos a fojas 0. Estados Unidos con su inestabilidad interna exacerba la amenaza nuclear.