La palabra "funa" viene del mapudungún. Significa podrido, estiércol, algo que se arruina, que se echa a perder. "Es el nombre dado en Chile a una manifestación de denuncia y repudio público contra una persona o grupo que cometió una mala acción", dice Wikipedia.

El problema es que, si bien las funas nacieron como una manifestación contra quienes violaron los derechos humanos en nuestro país, hoy no tienen límite. Se funa por igual a un ministro, a un profesor, a un militar, a un cura o a cualquier personaje que nos parezca merecedor de repudio. No importa lo que diga la justicia, da lo mismo que estemos seguros o no de la acusación que se hace contra el funado, basta con que haya otros que han decidido prender sus antorchas para sumarse al acto inquisitorio.

Esta semana tuvimos un ejemplo claro. El video de ese doctor de la Quinta Región que azota a un perro y empuja a una mujer en un ascensor se viralizó rápidamente. Era una imagen violenta, sin duda, más aún cuando se veía al hombre realizar esta acción delante de sus propias hijas. Confieso que sentí impotencia y rabia frente a los hechos. Pero lo que me tocó ver después en Twitter fue algo igual de desilusionante. Eran cientos, quizás miles de personas las que llamaban a funar al oftalmólogo de todas las maneras posibles. "Lo veo y le rompo la cara", "Hay que dejarlo sin ningún paciente", "Si me lo encuentro me va a pedir perdón de rodillas", "A ese tal por cual hay que matarlo". Ese era el nivel de la "discusión". El público atestaba el circo romano y pedía sangre. Ojalá de la manera más dolorosa posible. Ese pequeño fascista que llevamos adentro irrumpía, como suele suceder en la red social del pajarito celeste, y se olvidaba de cualquier defecto propio. Todos los pecados estaban concentrados en el doctor violento y, castigándolo a él, parecía que nos librábamos de nuestros propios vicios, contradicciones y errores.

Pero lo peor estaba por venir. Al día siguiente, el protagonista de esta historia pidió perdón. A través de un mail, que se difundió en todos los medios de comunicación, dijo que su hija tenía fobia a los perros, que desde que se abrió el ascensor comenzó a gritar y que eso no aparece en el video porque no tiene sonido. Que al entrar al ascensor sintió, por un momento, que su integridad física estaba en peligro y reaccionó de la manera irracional en que lo hizo. Y que inmediatamente después del incidente fue a disculparse con la señora que venía en el ascensor, con el dueño del perro y con su señora. "Pedí sinceras disculpas en reiteradas oportunidades, mucho antes de que este hecho excediera el ámbito vecinal". Y agregó que "quiero pedir mil disculpas a todos quienes he podido afectar con esta conducta. No soy un maltratador de animales ni de personas. Sólo soy un padre que, por un momento, perdió el control tratando de proteger a su hija y que, desde el primer minuto, he manifestado mi profundo arrepentimiento por lo ocurrido".

Después de leer eso, yo al menos le di al hombre el beneficio de la duda. Y me pareció bien que pidiera perdón. Encontré que era un acto que, si bien no reparaba el daño, al menos mostraba humildad. ¿Pero qué pasó en ese mundo paralelo de los 140 caracteres? A Roma no le importó la señal de arrepentimiento y siguieron pidiendo la cabeza del "malo". Que lo hacía para no perder clientes, que por qué no era hombrecito y daba la cara en vez de mandar un mail, que había conductas anteriores que mostraban que era malo, del verbo malo (a quien no le encuentran algo si le revisan la vida entera).

A casi nadie le importó que el doctor pidiera perdón. Salvo a una periodista, Mirna Schindler, que en su programa de radio en ADN nos recordó a varios de los malos de verdad, esos que jamás habían mostrado remordimiento por sus acciones y que nunca le habían pedido perdón a nadie. "Fíjate que prefiero mil veces a una persona que se arrepiente, aunque lo haga por conveniencia, me da lo mismo; las razones pueden ser todas o ninguna. Pero prefiero eso a un señor Krassnoff Martchenko que tiene cuántos años de condena… que cometió -olvídate-, los crímenes más horrendos y nunca una sola palabra de arrepentimiento. O Manuel Contreras que se murió hace muy poquito, nunca una palabra de arrepentimiento… entonces sabes qué, puedes haber cometido la peor falta, pero arrepentirse es un acto que de alguna manera redime al ser humano y yo con eso me quedo", dijo Mirna.

Apenas escuché esas palabras, una sonrisa apareció en mi rostro. Por fin alguien con cordura me devolvía la fe en esta especie humana.