Gepe maneja ese valor que en Chile se atesora tanto: se ubica. Pero en este caso no obedece exactamente a ese sesgo clasista, la subordinación a una casilla social para no desentonar, sino que consiste en tener claro de dónde viene, dónde está, y así trazar qué sigue. Su posición aún permanece en el terreno de la expectativa, si la meta es que la mayor cantidad de gente posible, la gallada, conozca su obra. Ese sentido de identidad y espacio que impregna Estilo libre asoma fuerte desde la partida. Entona "soy esa gota de lluvia que una posa va formando", como canta en Marinero capitán, y la figura calza precisa, gráfica, confiada, mientras el ritmo y la melodía se refugian en los redobles y bronces del norte, tal como lo hiciera en GP (2012), el territorio al que otros adelantados también hacen guiños -Chico Trujillo, Ana Tijoux-, conscientes de aquella música celebratoria y triste grabada en el ADN musical del pueblo gracias a Illapu, y los incontables músicos de sonido altiplánico con los que hemos crecido en espacios públicos.
El mismo instinto de pertenencia y memoria combustiona en la pícara y coqueta Punto final, un potencial hit en un álbum que sin problemas podría lanzar media docena de singles bailables, incluso más. Se trata de un festín de citas a la comuna de San Miguel, mezcladas con recuerdos personales mediante un funk de pulso electrónico que combina fraseo hip hop, cuya moral final redunda en las líneas "vida para el que no quiere olvidar / desde dónde viene y hacia dónde va", como si toda la canción fuera un ancla sobre sus orígenes y cotidianidades ("caminando al colegio noh íbamos a pie / comiendo un completo al desayuno un té"). Gepe irradia orgullo urbano sin fanfarronería, una biografía fresca y contagiosa.
Estilo libre, producido por el propio músico junto a Cristian Heyne y Fernando "Chiqui" Herrera, goza de esa salud. Con la aparente sencillez del pop, Daniel Riveros ha hecho un álbum notoriamente honesto en sus letras -entre las mejores de su carrera-, de escenas vívidas y giros confesionales, a veces lúdico con el verso, para resaltar la música y la cadencia. Por lo mismo advierte sin dobleces "cada palabra que escribo tiene sentido pa' mí", como lo dice en TKM, un corte donde se da la maña de citar con estilo a Carlos Vives ("tú tienes la llave de mi corazón"). El tratamiento del romanticismo es otro logro notorio, con la capacidad de rehuir clichés o, al menos, darles una vuelta. Invierno es un ejemplo de bachata a la chilena que, si se promociona como corresponde, debiera convertirse en un exitazo, mediante descripciones certeras -"chaqueta y chaleco, pijama y doble calcetín"-, y una melancolía que no depende estrictamente del corazón, sino del ambiente. Vivir, la canción final junto a Javiera Mena con vocación de himno electrónico, tantea una combinación de tics épicos y melódicos a la manera de David Guetta, Lorde y Coldplay, con líneas que abrochan la constante de la identidad: "vivir en el mismo lugar donde nací / y nunca cambiarse más de ahí / quedarse en el mismo lugar".
Estilo libre merece espacio en la memoria. Se puede leer como un álbum conceptual en torno al ritmo, la melodía y la lírica de alta confección -aguda y personal-, a pesar de su descarada y triunfal inclinación al pop.







