Acaba de fallecer (el 4 de abril recién pasado) el eminente politólogo italiano Giovanni Sartori, dejando como legado una inmensa obra en el campo de la ciencia política, entre la que se cuenta una teoría democrática y de los sistemas de gobierno y de partidos. Por ello, no pretendo en esta columna dar cuenta de toda su obra, lo que sería imposible; sin embargo, quisiera subrayar tres lecciones que, a la luz de los tiempos que corren, podrían iluminar el camino de las disyuntivas a las que hoy se enfrenta nuestro país.
La primera se refiere a la idea de Constitución. Sartori realza el hecho que, desde el siglo XX, se comenzó a llamar Constitución a cualquier documento que, más que limitar el poder en favor de las personas, simplemente lo organice. De esta manera, sostiene que las constituciones, antes que sustantivas (porque no garantizan los derechos individuales), se han vuelto nominales y tramposas. Nominales, porque de constituciones tendrían el puro nombre. Y tramposas, especialmente por la falsa promesa según la cual el Estado, por la vía de los llamados "derechos sociales", aseguraría el bienestar material de la población, lo que casi siempre —agrega el italiano— no pasa de ser letra muerta.
Aunque sea cierto que los conceptos políticos evolucionan con el paso del tiempo, ¿puede pensarse realmente en una Constitución, si se le da carta blanca al Estado para atentar contra el derecho de las personas a perseguir sus propios fines o proyectos vitales, tal como sucedería de aplicarse la visión constitucional —estatista y maximalista— que se ha tornado hegemónica en la Nueva Mayoría y en el Frente Amplio? La respuesta de Sartori es que las constituciones líricas, amén de instaurar la primacía del Estado (de los políticos y burócratas) sobre las personas, llevan al engaño y a la consiguiente frustración de los países.
La segunda lección da cuenta de la desprestigiada política de los consensos. En torno a este tema, Sartori sostiene que la democracia es el gobierno de la mayoría, pero con respeto de las minorías, al punto que eliminar a las segundas supone "suprimir la soberanía del pueblo". Y que, en torno a las reglas del juego fundamentales —como lo sería hoy en Chile la reforma en materia de educación superior— es necesario que operen consensos entre las fuerzas políticas mayoritarias, que negocian y deliberan en el Congreso. Esto es necesario, no sólo porque los gobiernos requieren de mayorías circunstanciales para aprobar sus proyectos legislativos, sino también para darles legitimad en el largo plazo. El problema es que, cuando la retórica de moda cuestiona la búsqueda de los acuerdos en todo ámbito —sin distinguir si se trata de reglas del juego o de políticas específicas—, la negociación tiende a hacerse mucho más a puertas cerradas que a la luz del sol.
Por lo demás, la anterior debería ser también una lección histórica para nuestro país. El politólogo chileno-estadunidense Arturo Valenzuela sostiene que el quiebre de la democracia en Chile de 1973 se debió, principalmente, a la fuerte polarización a la que se llegó como consecuencia de la transformación de un centro político pragmático en uno ideológico, impidiendo, así, el acomodo y la transacción, y, finalmente, el respeto mayoritario por las reglas del juego democrático.
Y la tercera lección de Sartori apunta a la distinción entre acción política racional y razonable. "Cuando están tirantes las relaciones entre marido y mujer o entre padres e hijos, es raro que se escuche decir: 'sé racional'. Corrientemente decimos: 'sé razonable', o también 'tratemos de ser razonables'". No es que la una sea superior a la otra, sino que operan en niveles distintos: mientras la primera dice relación con la teoría, la segunda se refiere a la práctica.
La acción racional supone aplicar al pie de la letra una determina filosofía política, muchas veces escrita de manera simplemente especulativa y no tomando en cuenta sus condiciones de posibilidad. Esta es una gran lección para moros y cristianos en Chile. En efecto, tanto en la izquierda como en la derecha existen sectores maximalistas que piensan la política como la aplicación a rajatabla de sus ideas políticas, sin considerar su grado de practicidad. La izquierda representa esta visión con la ya célebre retroexcavadora de Jaime Quintana, que aspira a destruir los cimientos del denostado "modelo neoliberal". Y cierta "derecha", normalmente identificada como libertaria, cuando condena toda corrida del cerco hacia el liberalismo, si no da cuenta de un rechazo radical al Estado, entendido como ilegítimo per se.
Es de esperar que las fuerzas políticas mayoritarias en Chile recojan estas tres simples lecciones del gran Giovanni Sartori. Lecciones que, es importante recordar, se aplicaron exitosamente durante los 20 años de la ex Concertación. Y aunque no quepa, ahora, creer en el retorno a un pasado ya perdido, sí podría pensarse que estos cuatro pésimos años de la Nueva Mayoría en el gobierno no fueron más que una mala noche, de la que será posible despertar. No sólo para que la derecha retorne al poder (mirada superficial), sino sobre todo para que vuelva la sensatez, reflejada en estas tres lecciones de Sartori.