La vida de Glenn Hughes encarna un guión casi perfecto del rock clásico, incluyendo auge, caída y rehabilitación. El cantante y bajista británico de 64 años disfrutó de la época dorada del género en los setentas. Fue partícipe de uno de los giros más espectaculares de una institución como Deep purple (las fases Mark III y IV), mientras disfrutaba de una juerga permanente con profesionales del exceso, incluyendo a David Bowie, Ozzy Osbourne y Tony Iommi. Tocó fondo, se limpió, y timbró un segundo aire a su carrera en proyectos como Black country communion. Desembarcó este lunes en el teatro Nescafé de las artes casi repleto, con un público que de seguro no cambia del dial la radio Futuro, y no pierde capítulo de That metal show donde, por cierto, ha sido invitado.

En directo, Hughes sorprende en una maniobra envolvente. A diferencia de la mayoría de los cantantes de su época, cuyas gargantas no lograron sobrellevar el desgaste por el uso y abuso de chillidos y gritos (Ian Gillan es el paradigma), aún domina un amplio rango vocal. El truco del inglés es que a pesar de su empaque rockero, en el fondo encarna a un sofisticado intérprete de soul con un arsenal de recursos emotivos precisos para la energía de su material. Como bajista ejecuta impecable -sonido espeso, florituras-, y luce atlética estampa para restregarse los ojos: cuesta creer que está a un paso de la tercera edad.

Acompañado del ex Whitesnake Doug Aldrich en guitarra -estrella por derecho propio para el entusiasta público-, y el incansable baterista Pontus Engborg, Hughes repasó cortes emblemáticos de su periodo con Deep purple, abriendo fuego con Stormbringer y cerrando con Burn, cuya interpretación casi echó abajo el teatro, tanto por la energía en el escenario como por la respuesta furibunda de los asistentes. Hasta los más canosos y panzones se levantaron de sus asientos para corear aquel clásico.

Hughes también se detuvo en un par de cortes como Way back to the bone y Touch my life de Trapeze, su primera banda reconocida, y cortes solistas como Orion, impulsada por un riff entre cachondo y pendenciero.

El show incluyó los excesos propios del hard rock con borde metálico de los 70: largos punteos de Aldrich, cómodo y convincente en su rol de héroe de la guitarra, y un largo solo de batería de Engborg, más técnico que dinámico. En el pasado el rock al que suscribe Glenn Hughes fue un asunto de masas y hoy solo responde a un nicho. Pero la pasión permanece intacta: muscular, jugada y arrogante.