El capitalismo es un dato mayor del mundo actual. El intento de construir una opción socialista desde la URSS y sus aliados terminó con su desplome producto de la imposición de una "dictadura sobre las necesidades" según la feliz expresión de Hannah Arendt. El capitalismo reina sin contrapeso.
No hay en la actualidad una alternativa frente al capitalismo. Existe, sin embargo, al interior del capitalismo una amplia gama de opciones. La extensión y profundidad de las intervenciones públicas, la cobertura de la protección social, las formas de la competencia o la intensidad de las regulaciones dan lugar a modelos que permiten muy diversas combinaciones y presentan enormes contrastes.
El neoliberal es uno de esos modelos, el más extremo de todos los que permite una economía de mercado. Está construido sobre la premisa de que el factor capital es el determinante del proceso productivo. De ahí entonces que busque limitar la presencia del Estado a su estricto mínimo, que considere que la mayoría de las regulaciones son "lomos de toro" que es preciso remover, que la protección social debe reducirse a una asistencia social muy focalizada. El neoliberalismo tiene gran coherencia interna. Si el capital es el factor fundamental del proceso productivo es lógico que pague los menores impuestos posibles, que por la vía de las privatizaciones se le abran amplios campos para su despliegue, que la legislación laboral no establezca obstáculos para su desarrollo.
Este es el modelo que se heredó de la dictadura y que a pesar de sucesivas reformas todavía persiste. La tarea de las fuerzas progresistas es empujar el proceso en la dirección de su superación.
Y en esto hay que ser muy preciso. Lo propio del neoliberalismo es el privilegio del factor capital, lo que en su traducción más popular corresponde a la idea de que hay que "cuidar a los ricos porque son ellos los que crean la riqueza". La apertura al mundo, el rigor macroeconómico o la racionalización de la presencia del Estado no son monopolio del neoliberalismo y deben en consecuencia formar parte de una propuesta alternativa.
Un modelo post neoliberal debe asumir la apertura al mundo como un factor de progreso por oposición a un proteccionismo ineficiente; el rigor macroeconómico como condición indispensable para el desarrollo y la protección de los ingresos de los más pobres; la racionalización de la presencia pública para estimular la creatividad y capacidad de innovación de la sociedad civil.
Un modelo post neoliberal debe perseguir simultáneamente tres objetivos: dinamismo económico, igualdad social y sustentabilidad ambiental. No es tarea fácil. Hay que avanzar desde la sociedad de mercado a una sociedad de derechos, del Estado subsidiario a un Estado emprendedor en los términos que lo plantea Mariana Mazzucato, de una ciudadanía pasiva e individualista a una activa y solidaria, consciente de sus derechos pero también de sus obligaciones.
No es la revolución. Son sí reformas estructurales que requieren de mucho rigor técnico y de un gran respaldo social y político. A fin de cuentas, este es el dilema al que está confrontado Chile. O damos el salto hacia un nuevo modelo o retrocedemos hacia el viejo neoliberalismo.