El pasado viernes tuvo lugar en Temuco una masiva marcha por la oficialización de la lengua mapuche en la región. Hablamos del "mapuzugun", la lengua de la tierra. O "mapudungun", dependiendo del grafemario que se utilice para escribirla. O bien del "chezugun", dependiendo del territorio al que hagamos referencia.
Desconocido es para muchos que tanto pewenche como williche llaman a nuestra lengua de diferente manera. Donde para unos es el "habla de la tierra" para otros es el "habla de la gente". Y no por ello son pueblos distintos, simplemente variaciones dentro de la gran familia lingüística que nos cobija a los mapuche desde el océano Pacífico al Atlántico.
Desde doscientos kilómetros al norte de la capital argentina es posible encontrar toponimia mapuche. Carhue, Chadileufu, Melincué, Leubucú, Cura Malal y Pillahuinco, todas localidades de la provincia de Buenos Aires. Y así hasta la Patagonia, por ambos lados de la cordillera. Tal fue la expansión del mapuzugun hasta el siglo XIX, la principal lengua franca del cono sur de América, lengua del comercio, de la diplomacia y también por cierto de la guerra. Consta que en la Colonia los españoles estaban casi obligados a aprenderla. Era eso o vivir desconectados.
Esta riqueza lingüística, asociada a diversas identidades territoriales, variaciones dialectales y préstamos lingüísticos del quechua, la lengua franca de los inkas, es parte de lo que La Araucanía y el país se han farreado durante décadas al menospreciar el mapuzugun y la cultura mapuche. Y con la región, nosotros mismos, sus habitantes. ¿Qué es lo primero que pregunta muchas veces el visitante extranjero? ¿Qué significa "Llaima"? ¿Qué significa "Temuco"? ¿A qué se refieren los mapuche cuando hablan del "Wallmapu"?
Este desprecio cultural, propio de otra época y de otro Chile, resulta evidente en el caso de Villarrica en la zona lacustre. Allí tanto la ciudad como el volcán y el lago, en un arranque insólito de originalidad, fueron bautizados con un mismo nombre en castellano, obviando la rica toponimia mapuche original; "Rukapillán", el nombre del macizo. Y "Mallolafken", el nombre del lago.
¿Y esto qué importancia podría tener?, se preguntará más de algún lector. Mucha, si en verdad valoramos y respetamos la sana convivencia intercultural. Y es que los estándares de desarrollo de un país y de una sociedad no se miden solamente por el acceso a cajeros automáticos en las calles. También por su comprensión de la diversidad cultural y lingüística como un valor a resguardar.
Esto, por suerte, de a poco va siendo comprendido por una ciudadanía mucho más educada, conectada al mundo y por tanto menos racista y prejuiciosa. También por sectores productivos regionales como el comercio y el turismo. Y es que subir el volcán "Villarrica" es una cosa; hacerlo al "Rukapillán", la cumbre donde habita el "gran espíritu" de la cosmovisión mapuche, palabras mayores.
Lo charlábamos tiempo atrás en Lonquimay con la destacada arquitecta Cazú Zegers. "El Wallmapu es maravilloso, ¿sabías que puedes subir siete volcanes en siete días?", me dijo mientras visitábamos el centro invernal Los Arenales administrado por la comunidad pewenche Ñanco. "No solo eso", le respondí. "Se trata de volcanes con nombres y relatos asociados a la cosmovisión mapuche. No son volcanes cualquiera", agregué.
Y es verdad. Volcanes, es decir, "estructuras geológicas por las que emergen magma en forma de lava, ceniza y gases provenientes del interior de la Tierra", hay en todo el mundo. Y para el turista europeo o norteamericano, a mucho menos horas de vuelo que el sur de Chile. ¿Qué hace especial entonces al Antuco, el Llaima, el Lonquimay o el Lanin? El patrimonio cultural mapuche asociado a todos ellos, mi teoría.
¿Puede esto ser integrado a la oferta turística regional de manera respetuosa? En las expediciones al Himalaya, me cuenta otro amigo explorador, son comunes las rogativas y las ceremonias de los guías locales, los indígenas sherpas, antes y después de cada ascenso. ¿Por qué no integrar esto en cada uno de los centros invernales de la región? ¿Quién mejor que los jóvenes pewenche para ser capacitados como guías de alta montaña?
El reconocimiento del bilingüismo en la región implica además una oportunidad en otro ámbito mucho más contingente; el conflicto chileno-mapuche que nos aqueja en la zona sur.
Oficializar el mapuzugun bien puede ser una válvula de escape para la tensión política acumulada en las últimas décadas. Sabemos que más allá de los conflictos territoriales, ha sido una pésima convivencia interétnica la que nos tiene en la situación actual. Revertir esto pasa por diálogo y reencuentro regional, por firmar todos un nuevo tipo de pacto social. Uno donde Wallmapu y Araucanía sean conceptos hermanos que nos identifiquen a todos.
El mapuzugun es una hermosa lengua que no solo define en su identidad a quienes somos mapuche; también distingue a las regiones del sur de cualquier otro punto que observemos del planeta. Esta maravilla, estudiada por renombrados lingüistas y destacada por Charles Darwin ya en el siglo XIX, hoy es patrimonio de todos quienes hemos transformado este suelo en el hogar de nuestros hijos. No seamos mal agradecidos. El mapuzugun es un bello regalo de quienes caminaron antes que nosotros esta tierra.
*Defendamos nuestra lengua.