"Tenemos que reinventar nuestra idea del futuro", declaró Jean-Michel Jarre (68) el año pasado al diario El País. El astro de Lyon de la electrónica, dueño de unos récords impresionantes contando el álbum francés más vendido de todos los tiempos -Oxygène (1976) supera las 20 millones de copias-, y algunos de los conciertos más multitudinarios (batió cuatro veces la marca Guinnes), retoma su título más emblemático, tras una segunda en parte en 1997. Así, el artista busca abrirse paso hacia ese mañana basado en la continuación de una saga que logró en aquel disco de hace 40 años, masificar la electrónica como ningún otro. Mientras Kraftwerk conquistaba rankings y encantaba a elites contrapesando capas de sintetizadores con un inventivo planteamiento de la percusión es pos del retrato de la cotidianidad germana de los 70, y Vangelis se asumía épico y melódico, Jarre dio con un sonido magnificente y cinematográfico de gran impacto, etéreo y macizo a la vez, una música que superaba los límites terráqueos hacia el cosmos. Jarre fue el preámbulo sonoro de la seducción de las masas por el espacio exterior a partir de La guerra de las galaxias en 1977. Consciente del efecto, Jarre aprovechó ese ambiente y en los siguientes lustros dio más noticia por los montajes que sus discos, superando los contornos propios de la música para encarar una experiencia apta para todo tipo de público. Si la cultura de clubes encapsulaba la electrónica bajo techo subrayando la condición de tribu, Jarre se abría paso hacia sitios legendarios -las pirámides, la Plaza Roja- con espectáculos que cogían la teatralidad del rock, para provocar una fantasía de imagen y sonido en transmisiones planetarias vía satélite.
En esta tercera parte de Oxygène hay menos temperamento y ángulos que en 1976, pero a la vez resalta la prestancia propia de un pionero que continúa en plena actividad, un artista con un sonido y rúbricas propias. Siguiendo la tradición, los cortes mantienen el título de la saga. Son siete partes, desde la 14 hasta la 20. Aunque las piezas conectan con el origen de la entrega, también son capaces de inspirar una sensación de futuro que sortea con prestancia la tentación de tributarse a si mismo. Jarre rara vez recurre a pulsos muy marcados sino a movimientos sinuosos, cadencia y sonoridades amplias que semejan estallidos interestelares. A veces, parte 15 por ejemplo, asoma cierto misterio incluyendo un fulgor erótico. Parte 16 es absolutamente bailable, como 17 evoca ese talante burbujeante de sus sintetizadores. La saga Oxygène ha sido honrada como corresponde.