Los hermanos Gallagher subrayaban al mundo-mundial que la mejor banda era la suya. El origen humilde y el éxito fulminante explicaba en parte la insistencia de las cabezas de Oasis, prófugos de un guión predecible y mediocre dada su cuna. Kendrick Lamar, héroe de una comunidad brava e histórica para el rap como Compton, no es tan literal pero la intención apunta en dirección parecida. Se siente el rey del género y tiene motivos para creerlo. Una coincidencia mediática lo unge en redentor de una cultura como el hip hop que se ha vuelto caricaturesca. Lamar contrapone pluma inteligente para hablar de las penurias del pueblo afroamericano, a la vez reflexiona sobre la fama, y utiliza un lenguaje con citas a las formulas del jazz, jugando con los tiempos mediante la elasticidad propia de los naturalmente talentosos. Lamar maneja variables sin olvidar los requisitos de la industria. Acá las canciones duran 3.8 minutos promedio, mientras un reciente estudio respecto los número uno de Billboard estableció que los éxitos actuales bordean los 3.5. La colaboraciones hoy son clave para llegar al primer puesto y así Lamar convoca a Rihanna y U2 (sin mayor relevancia), en una jugada que resume a dos cabecillas del pop y el rock, vías para expandir el mensaje y apuntalar el trono.
La posición de monarca instala distancia y exige atención. La música reunida en este cuarto álbum DAMN. (así, con mayúscula y punto final, como todos los títulos de la obra), no invita a disfrutar las canciones en plan fiesta sino a atender su significado. Aunque el ritmo es el elemento central con ingenio e inquietud -pueden ser bajos bombásticos que funcionan como un golpe fenomenal-, la invitación no es precisamente a celebrar. La portada con expresión torva de Lamar, consonante al título DAMN. (Maldita sea), retratan la confusión y el peso que experimenta sobre si. La enrabiada FEEL., construida en torno a una anáfora, describe los sinsabores de la fama -"siento que quieres escudriñar cómo lo hice"- en tanto la música transmite una sensación cadenciosa que amortigua el fraseo al alza, hasta que estalla en cascadas de versos. DNA. transita en frecuencia similar: la instrumentación amortigua y la voz alterna ritmos a veces como ráfagas de palabras, otras impulsando un latido revestido de cierto salvajismo. En ELEMENT. Lamar reivindica sus logros como aprovecha de repasar a los colegas que intenta ayudar pero no se ponen las pilas. HUMBLE., dirigida también a cultores y público, clama por respetar el trabajo lírico y cuanto se dice. Porque ese es el mensaje final de Kendrick Lamar: primero respétate a ti mismo, luego las reivindicaciones.
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