INDEPENDIENTE DE lo que suceda en Roland Garros y a pesar de que Murray, Djokovic y Wawrinka ocupan los tres primeros puestos del ranking mundial, este año todo ha sido para Federer y Nadal. Sí, los dos grandes de este siglo se han impuesto, el primero en la temporada de canchas duras y el segundo en las de arcilla, siendo una vez más favorito para ganar el segundo Grand Slam de la temporada.

Ambos jugadores se toparon en la final del Abierto de Australia, una de las mejores de la historia, y el triunfo fue para Federer en cinco sets. Y en Indian Wells también se impuso el suizo, quien luego ganó Miami y se retiró a sus cuarteles durante toda la temporada de arcilla. En pocas palabras, le pasó el testimonio a Nadal para que hiciera de las suyas y éste supo aprovecharlo: triunfó en Barcelona, Mónaco y Madrid.

Con Djokovic a media máquina, Murray que no arranca y una serie de jugadores que aún no demuestra la consistencia necesaria (Thiem, Zverev, Dimitrov), el tour vuelve a estar dominado por quienes a su vez representan dos modelos de juego (y de vida) totalmente distintos. Nadal es derroche, potencia y garra; Federer es economía, precisión e imaginación. Esparta y Atenas. La guerra y la democracia. Los tics y la naturalidad. El trabajo duro y la magia.

En Nadal las victorias colindan con el sufrimiento: su juego demanda una exigencia física extrema y la mejor prueba de ello es que a pesar de tener un físico atípico para el tenis, mucho más musculoso, las lesiones lo vienen torturando hace tiempo. Federer, en cambio, pareciera que no realiza mayores esfuerzos. Su derecho es lo más parecido a un latigazo, la manera en que acelera el revés con top spin llega a romper lo verosímil, y el movimiento de piernas, unido a su sentido de ubicación en la cancha, lo convierten en el jugador más completo de todos los tiempos. El hecho de que el tenis se vea así de natural cuando estamos frente a Federer explica su longevidad, y la dosificación de este año solo se entiende porque quiere llegar "entero" a Wimbledon.

David Foster Wallace, el escritor que mejor ha escrito de tenis, reparó en que el concepto de belleza no se usa en los deportes masculinos. Las asociaciones siempre son bélicas: fuerza, coraje, aguerrido… ese tipo de cualidades. Pero Federer pertenece a esa rara especie de deportistas que parecen levitar en la cancha, como si dar giros impresionantes o combinar en una fracción de segundo violencia y tacto, dureza y flexibilidad, fuera algo completamente espontáneo. No hay explicación racional para entender ese fenómeno. Solo resta maravillarse ante su presencia como antes lo hiciéramos con Mohamed Alí o Zinedine Zidane. El dominio de Federer en el tour viene a demostrar que el tenis de hoy no es pura fuerza y velocidad. O no solo eso. "La inspiración -concluye Foster Wallace- es contagiosa y multiforme; y el mero hecho de presenciar de cerca cómo la potencia y la agresividad se hacen vulnerables a la belleza equivale a sentirse inspirado y (de forma fugaz y mortal) reconciliado".