Varios de los últimos debates urbanos han tenido como protagonista a la densidad de nuestras ciudades, es decir, el número de personas que habita en una determinada porción de suelo. La de Santiago, a partir de los datos disponibles, es de 480 habitantes por km2, algunos sostienen que no es tan alta en comparación con países de igual desarrollo, puede ser, lo que sí está claro es lo desprestigiado que está el modelo. Hablar de densificación significa para muchos hacinamiento y mala calidad de vida, pero el problema no es el método, si no lo mal que se ha implementado. Por un lado, está el abuso de la densificación en altura, allí están los ya famosos "guetos verticales" levantados por privados. Por otro, aunque menos rimbombante, lo que podríamos llamar "guetos horizontales" construidos en las últimas décadas por las políticas públicas de vivienda, en su mayoría blocks de viviendas sociales que dominan parte importante de barrios estigmatizados, segregados y homogéneamente pobres. Son la otra cara de la densificación: zonas marginadas y mal equipadas. Cerro Navia, Lo Espejo y La Granja dominan en este sentido; Quilicura, Puente Alto y Maipú, en tanto, son las con mayor tasa de crecimiento proyectado mediante los dos modelos. Todas, sin embargo, evidencian una alta concentración de problemas y conflictos fruto de su mala densificación, segregación y uniformidad social y funcional.

Por cualquiera de las dos vías, estas actuaciones agresivas y degradantes sobre la ciudad han descuidado la calidad del espacio público, la relación entre lo edificado y la calle destruyendo todo dialogo formal y espacial, condición fundamental para el éxito de un proyecto en el largo plazo, y clave para la calidad de vida en el corto. La ausencia de regulación, una gestión local displicente y una pobre economía de políticas públicas de vivienda, han terminado por hipotecar el valor de esos sectores de la ciudad. La solución masiva de conjuntos habitacionales con un mal diseño de equipamientos, espacios públicos y servicios ha hecho más difícil la convivencia dentro de las comunidades, también -y algo muy relevante, aunque poco advertido-, ha desprestigiado y dañado la necesidad de una densificación equilibrada, no lo que hemos visto hasta ahora. Está comprobado -y en Chile alguna vez se hizo así-, que una de las mejores soluciones para densificar, el modo en que sí se debe hacer, es dotar a los barrios con edificios de altura media bien servidos, conectados y con espacios públicos de calidad. Ejemplo paradigmático es la Villa Frei en Ñuñoa.

La densidad no tiene que ver con apilar la mayor cantidad de personas posibles en un metro cuadrado, tampoco con rentabilizar al máximo mediante soluciones que expropian el valor potencial de las propiedades colindantes. Una ciudad densa es una ciudad compacta que pueda conjugar el uso de suelo natural y rural con el uso de suelo urbano, esto es garantía de sustentabilidad al evitar el desmedido crecimiento por expansión. Una ciudad compacta es la que privilegia el acceso a viviendas colectivas de calidad en vez de soluciones unifamiliares aisladas o apiladas sin control, pero sobre todo es la que integra y mezcla usos y personas. Siempre habrá quienes so pretexto de resolver estos problemas dirán que expandir la ciudad hacia arriba o hacia los bordes será una solución automática, de hecho, ya empiezan a emerger discursos a favor de extender los límites urbanos sin respaldos que evidencien esa necesidad. En pleno debate presidencial y parlamentario sería bueno entender que una de las mejores soluciones para densificar la ciudad es hacerla más compacta, no más extensa ni infinitamente más alta.