Afuera es noche y, como en el tango, llueve. Esto mientras el avión de Lufthansa (ya miré y no, no hay nadie a bordo parecido a Pellegrini) nos lleva desde Franckfurt a San Petersburgo. Ciudad fascinante que será, junto a Sochi, Moscú y Kazán, una de las sedes de la décima versión de la Copa Confederaciones.
¿Ya se le olvidó? Es el torneo que deberá jugar Chile a mediados del próximo año, entre el 17 de junio y el 2 de julio, para defender su título de Campeón de América ante sus pares de África (aún no decidido), de Asia (esta vez, por esas rarezas de la FIFA, será Australia), de Europa (Portugal), de Oceanía (Nueva Zelanda) y de la Concacaf (nuestro querido México). Más, porque hay más, el local del torneo y del próximo Mundial, Rusia, y el actual campeón del mundo, Alemania. No es malo ni es poco. Y ya estamos anotados. Ahora estamos sufriendo con las clasificatorias, es cierto, pero de la Confederaciones ya no hay quién nos baje. Lo que tantas veces miramos sólo desde la vitrina, con la nariz pegada al vidrio, ahora será cierto: entramos no más, con pantalones largos, al club de los mejores.
Pienso todo esto mientras leo, arriba del avión, algunos de los notables textos escritos sobre fútbol por Pier Paolo Pasolini, uno de los más radicales y perdurables autores del cine italiano, poeta, novelista, pensador profundo quien muriera asesinado a mediados de los setenta en manos de todavía no sabemos quién. Son textos escritos entre 1957 y 1971, impresos por editorial Contra y recopilados por Javier Bassas. Textos que demuestran claramente que "el antagonismo entre cabeza y músculo, proclamado cual mandamiento por la mayoría de los pelmazos del mundo de las letras", se desvanece como algodón dulce con la vida y obra de PPP.
Futbolero impenitente y activo (jugaba casi todos los días y no exagero), hombre atípico y polémico, católico y marxista, homosexual, escandaloso, acusado varias veces de pederasta, pornógrafo, Pasolini filmó buena parte de las películas más brutales de su época: Decamerón, El Evangelio según San Mateo, Mamma Roma, Medea y los 120 días de Sodoma, así a vuelo de pájaro. Artista prolífico, supo canalizar los trágicos acontecimientos que salpicaron su vida para plasmarlos en su obra con sensibilidad y sapiencia. Su legado artístico le convirtió en el intelectual italiano más reverenciado del siglo XX y en el más popular nativo de Bologna, la ciudad más izquierdista de toda Italia.
El libro habla justamente de su amor por el equipo de la ciudad, surgido cuando de niño vivió la época dorada del club, entre el 25 y el 39. Habla también de los choques con Bernardo Bertolucci. Estéticos, conceptuales…pero también futbolísticos: en los setenta tuvo lugar un mitico encuentro en el campo del Parma donde se enfrentaron, por un lado, y con Pasolini al frente, el equipo de rodaje de "Saló, los 120 dias…". Y por el otro, capitaneados por Bertolucci, una escuadra de hippies melenudos que grababa en ese instante "Novencento". Dice la leyenda que esa vez ganaron los de Bertolucci y que después pasaron horas conversando. De fútbol más que de cine. Porque hablar de fútbol con Pasolini, según se desprende de la lectura, "no era hablar sólo de títulos y de goles, sino también y sobre todo, adentrarse en el lenguaje del deporte, en sus símbolos, en las entrañas de nuestros triunfos, de nuestras ideologías y de nuestras derrotas como individuos. Y como sociedad".
Mire qué lindo. Tan lindo como la ciudad de allá abajo, pienso mientras el avión va aterrizando en una de las capitales de la historia de la humanidad. Capaz que nos toque jugar acá. Para la Copa o para el Mundial. O en ambos casos, ojalá, si se alinean bien los astros. Literalmente.