Actualmente, son 7.400 millones los habitantes del planeta que presionan por tener una mejor calidad de vida, pero el sistema económico y social no puede cumplir con las expectativas de todos. Por ello, hay vastas regiones del mundo donde persisten la  pobreza y las hambrunas. Las proyecciones de crecimiento demográfico de Naciones Unidas, en su variante media y conservadora, apuntan a una población mundial de 10.800 millones para mediados del siglo XXII, aunque la cifra podría ser bastante superior, lo que plantea una situación potencialmente explosiva.

Sin embargo, antes de aquello, las recurrentes crisis planetarias llevarán al Estado-nación hacia una cada vez mayor inoperancia, debilidad y grandes quiebres. Este punto de inflexión no tiene un tiempo previsto con exactitud, pues los eventos que conducen hacia el mismo son muy complejos y las dificultades a controlar, muy amplias y profundas. Los signos que van dejando estos sucesos, empero, son claros y contundentes; a medida que pasan los años, existen más personas indignadas e insatisfechas que salen a protestar a la calle, a menudo con propuestas estrambóticas y con violencia también.

Entre las poblaciones pobres del mundo, esta compleja transición continuará generando muchas angustias, tensiones sociales y furia; las guerras fratricidas y las migraciones forzadas serán cada vez más frecuentes y numerosas. Después de años de estudio, se puede concluir que el actual sistema sólo alcanza para que una determinada y pequeña parte de los habitantes del planeta, pueda vivir según los estándares económicos modernos en lo que se refiere a educación, alimentación, salud, vivienda, inserción laboral, consumo y tiempo libre. El cruel resultado de esta situación es que a pesar de todas las conferencias internacionales y buenas intenciones orientadas a erradicar el hambre, la realidad nos muestra que la pobreza y la desigualdad están omnipresentes y aumentarán su presencia a medida que el creciente desorden destruya a Estados débiles, cuyos sistemas de gobierno fueron impuestos por potencias coloniales en zonas conflictivas y desvalidas.

El mundo está transitando actualmente hacia el surgimiento de formas de gestión y de direccionamiento del poder totalmente distintas, que en su futura evolución tendrán pocos puntos de similitud con las estructuras públicas que hemos instaurado en los últimos doscientos años para ejercer el poder político, donde se impuso la democracia como forma de gobierno dominante en el mundo. Sin embargo, la separación entre lo público y lo privado se irá haciendo cada vez más difusa. La totalidad de la vida política, económica y social de individuos e instituciones fluirá a través de una amplia red de distribución, intercambio e información, con sofisticados sistemas de fiscalización y control. En ese futuro aún distante, el orden público quedará asegurado a través de mecanismos de regulación y coerción tremendamente eficientes, inevitables y rara vez apelables. Algo de esto ya está comenzando a imponerse, de manera incipiente, en vastos sectores de Occidente y también de Oriente, habida cuenta de las recurrentes crisis financieras, económicas, políticas, sociales y humanitarias que asolan al planeta.

Las comunicaciones son globales e instantáneas; todo se sabe, se informa en tiempo real, para bien o para mal. La crueldad contra las poblaciones es difícil de esconder. En esa futura época visualizada, ya no existirán fronteras ni defensa ante poderes externos por cuanto habrá tan solo un poder, que será planetario. Cada región, cada sector y cada proceso económico accederá, de acuerdo con la potestad relativa que ostente, a diversos cuerpos directivos e instancias de decisión que, en forma escalonada, administrarán la operación de una enorme tecnoestructura planetaria, muy distinta a la meramente empresarial descrita por John K. Galbraith medio siglo atrás en su obra "El Nuevo Estado Industrial", pues a futuro ésta tendrá una clara orientación hacia el control político.

La actual experiencia al interior de la empresa demuestra que la administración eficiente de los procesos microeconómicos (o negocios), debe realizarse con gran flexibilidad y a través de esquemas horizontales, lo que se ve posibilitado y facilitado por modernos adelantos tecnológicos. Sin embargo, la gestión y control político-mundial de todo el proceso financiero y macroeconómico, se realiza según esquemas crecientemente verticales y autocráticos. El poder real en el futuro gobierno planetario lo detentará una compacta estructura para la cual lo importante será la eficiencia del sistema en todos los ámbitos bajo su  direccionamiento. Hoy en día poco cuentan los más de 2.000 millones de pobres que pasan hambre en el mundo, pero en el futuro esa suerte de gobierno planetario se abocará al mejoramiento de la calidad de vida de las grandes masas de pobres, y a la justicia social, como método para evitar los conflictos y mantener el orden y el control. Este poder incorporará mecanismos de auto-regulación y corrección sustentados en la recepción y estudio de enormes cantidades de información, procesada e interpretada de manera permanente.

La máxima figura mundial no se parecerá ni a un presidente, por cuanto ello traería recuerdos de ineficacia y debilidad, ni mucho menos a un "Chief Executive Officer" ya que esa figura es sólo válida para conducir los procesos administrativos horizontales en el ámbito de los negocios, pero en el mundo del futuro la economía planetaria habrá quedado subordinada al poder político y militar de la Autoridad Máxima y sus delegados. Resulta muy decidor comprobar que a pesar de las constantes alabanzas a favor de la democracia, se tolera la existencia de regímenes autoritarios como China o crecientemente policiales como Estados Unidos, pues en ellos están la semilla y el modelo que servirán de conexión hacia las nuevas formas de gobernar un mundo cada vez más convulsionado y sobrepoblado.