Para destituir a un Presidente de Estados Unidos que no está incapacitado física o cerebralmente, se necesita que haya cometido un delito o que haya obstruido la justicia. Por eso es tan difícil que la conexión rusa de Trump y su entorno desemboque en un "impeachment".
Lo revelado esta semana tiene la apariencia escandalosa del delito, pero no lo es. La reunión del hijo del Presidente, Donald Trump Jr., con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya, en junio pasado, en campaña electoral, que el primero aceptó porque creyó que la segunda le entregaría información contra Hillary Clinton, constituye un asunto gravemente político, pero todavía no un delito. Porque la Constitución y la norma que la codifica son muy puntuales en su definición de la traición, que tiene que ver con hacer la guerra a los Estados Unidos o asistir al enemigo. Tampoco es una colusión porque ese delito está reservado para los acuerdos oligopólicos, ni es obstrucción de justicia porque las investigaciones que encabeza el fiscal especial, Robert Mueller, sobre las relaciones del entorno del Presidente con Moscú son muy posteriores a la reunión de junio pasado entre el hijo de Trump y la abogada rusa.
Por último, ambas partes han dicho que ella no entregó información alguna sobre Hillary Clinton a Trump Jr.. Esto tampoco habría sido un delito, pero agravaría el escándalo considerablemente en caso de que se descubriera que mienten. Podría suceder, por ejemplo, si se revelara que la información "hackeada" al Partido Demócrata en plena campaña y divulgada por Wikileaks fue originalmente entregada por la rusa a Trump Jr..
Lo que sí está hoy más claro que ayer es que la Rusia de Putin y la campaña de Trump entablaron contactos políticos porque compartían un objetivo: la llegada del empresario al poder. Buscar información contra el adversario en una campaña es el ABC de la política, pero hacerlo con la expectativa de ayuda de un país hostil tiene una connotación política grave, y más aun en un líder nacionalista. "America First", slogan que define al gobierno, se ha cargado de ironía cruel.
Lo que Trump había logrado a duras penas -relegar el "Russiagate" al segundo plano- va a ser un imposible durante cierto tiempo. La investigación de Mueller, que estaba muy venida a menos por las victorias del Partido Republicano en cuatro elecciones especiales y la ausencia de delitos, va a arreciar. Como arreciarán las investigaciones del Congeso, que estaban igualmente debilitadas y que ahora cobrarán lozanía haciendo desfilar a Trump Jr, y a los otros dos allegados al Presidente, el ex jefe de campaña Paul Manaford y su yerno, Jared Kushner, también presentes en la reunión con la rusa.
Todo ello tendrá un efecto paralizante en lo que a Trump más importa: el destino de su reforma sanitaria y su reforma tributaria en el Congreso. Ambas cosas están detenidas porque los republicanos no se ponen de acuerdo entre ellos. Hasta esta semana cabía la posibilidad de que el aura de invencibilidad de Trump -a pesar de su popularidad baja- los obligara a aprobar las leyes de alguna forma para evitar que en las legislativas parciales del próximo año los demócratas aprovechen un fracaso. Ahora, los republicanos que arrastraban los pies tendrán razones poderosas para seguir haciéndolo y los que no, se lo pensarán mejor.
El problema es que los republicanos tienen atado su destino a Trump, les guste o no. Por eso, no seré yo quien apueste a que estas nuevas revelaciones son el fin de Trump. Es un gato con más vidas de las que se creía.







