La  condición de niños y adolescentes con enfermedades graves sitúa a la familia a una posición de mayor vulnerabilidad para desarrollar  patologías mentales, considerando una serie de factores psicológicos, económicos y sociales difíciles de sobrellevar.

Por la situación de enfermedad, estos niños deben lidiar con un entorno médico comúnmente significado como amenazante, por todas las intervenciones involucradas en los tratamientos. El sentimiento de unidad y cohesión individual y familiar se ve  atravesado por la participación de una comunidad médica que afecta la privacidad y autonomía del grupo familiar, lo que puede ir movilizando, en el paciente, angustia y otros síntomas depresivos.

La ausencia de los padres en esta condición, podría desarrollar fantasías de abandono emocional y sentimientos de culpa que facilitan la aparición de trastornos del ánimo y trastornos de ansiedad. La fragilidad psíquica en caso de enfermedad grave aumenta, observándose un funcionamiento regresivo y demandante. Hay que considerar, los efectos de la hospitalización, muchas veces prolongada, la presencia del dolor físico y otros síntomas que desencadenan respuestas psicológicas límites.

La disponibilidad parental permanente permite a estos niños ir simbolizando la enfermedad, otorgándole un sentido, que le permite al paciente elaborar los duelos necesarios y reponerse a toda la hostilidad que pudiera recibir del ambiente debido a su situación.

La estimulación afectiva sostenida en el acompañamiento de los padres, va desarrollando en estos niños capacidad de diferenciación emocional, contención de la frustración y la posibilidad de tener los espacios lúdicos necesarios para la incorporación de la enfermedad, tanto de manera individual como familiar.

Los padres disponibles pueden interpretar de manera efectiva las necesidades de estos niños, sus intereses y mediar con la alimentación que se vuelve más compleja en estos casos. Por eso que la posibilidad como sociedad de ir acompañando a estos padres y disminuir los factores de riesgo económico y emocional, permite que no tengan que dividirse afectivamente y poder estar dispuestos psicológicamente para cubrir todas las demandas del hijo enfermo.

Por otra parte, permite restituir en gran parte la armonía familiar, en tanto hay otros hijos que deben seguir siendo contenidos e interpretados por sus padres.

La tranquilidad emocional de los padres permite tener sintonía con los efectos que la enfermedad tiene en cada uno de los miembros del grupo afectivo, dando espacio a la representación psicológica y así disminuir los elementos traumáticos de la situación misma.

El sentimiento de tranquilidad parental promueve el desarrollo de la confianza básica de los hijos, especialmente en una situación de enfermedad grave. Lo que desarrolla la autonomía de los hijos y la mejor integración de la enfermedad. La presencia permanente de los padres es esencial en el vínculo social de estos niños y la formación de relaciones sanas. Los padres pueden moderar e incentivar relaciones más allá de la familia, encontrando espacios de normalidad en medio de todo el escenario de enfermedad.

Existen una gran cantidad de espacios terapéuticos y tratamientos complementarios que sólo son posibles con el acompañamiento de los padres, dentro y fuera de las hospitalizaciones, y que pueden marcar una diferencia esencial en la recuperación del niño y su familia. Los niños necesitan padres que escuchen, accesibles y una red social dispuesta a hacerle un lugar a esta problemática.