No queda nada para el debut de Chile ante Camerún y la lluvia y el frío siguen cayendo inclementes sobre esta ciudad (por Dios el verano mal portado). Es cierto que se anuncia para el fin de semana una mejor cara de los cielos moscovitas, pero ya nadie cree mucho en eso. Se han vivido las vacaciones más frías en cien años y los paraguas, las parkas, las toses y los estornudos son comunes en el metro y en la calle.

La generación dorada ya está lista, aunque ayer quedó claro que ése es un término del cual los propios jugadores reniegan, ya que, inteligentes como son, entienden que el fenómeno y el salto cualitativo tuvo que ver, más que con ellos mismos o sus formadores locales, con el gran trabajo de dos técnicos extranjeros que llegaron a Chile a cambiarlo todo. Y ojo que esta vez no lo digo yo: lo dijo Gonzalo Jara, que algo sabe de este proceso.

El caso es que, tras los capítulos previos, para el debut de mañana aún se alojan algunas dudas razonables en quienes miramos desde afuera. La ausencia de Claudio Bravo, obviamente, obligará a cambiar ciertos métodos. Desde luego, el primer peldaño de la construcción futbolística: la elaboración del golero del City, un verdadero líbero, dará paso a un toque más rápido en la salida. Tampoco va a estar el saque largo y rasante para construir un contragolpe con Vargas o Sánchez. Eso no lo vamos a tener y habrá que acomodarse. Tampoco es para sufrir tanto. Estará al arco otro muy buen arquero. Un tipo con personalidad y experiencia que, en condiciones normales, debiera responder.

Me preocupan más otras cosas: la recuperación física del fundamental Marcelo Díaz, que por algo no pudo jugar los noventa minutos en ninguno de los tres amistosos previos. O el bajo momento, para sus estándares habituales, de Charles Aránguiz. Le agrego un par más: la poca reacción desde la banca cuando las cosas comienzan a complicarse en términos tácticos y cierta baja (¿física? ¿anímica? ¿motivacional? ) que viene siendo común en los segundos tiempos.

Pasó con Venezuela en las clasificatorias, ¿se acuerda? Ganábamos fácil por 3 a 0 y casi nos empatan porque después Chile se nubló y se dejó estar. Nos pasó acá con Rusia, después de un primer tiempo sin contrapesos. De nuevo el equipo se desmoronó (posiblemente por la profusión de cambios) y estuvo a punto de perder. Y ante Rumania para qué decir: más allá de la expulsión tonta de Medel, se llegaba mucho y se ganaba con total comodidad antes de los veinte... y esta vez sí se terminó perdiendo.

Peor aún, el equipo se vio irascible, desenfocado, con la mecha corta, situación patente en el caso de Medel, pero también de Vidal, de Aránguiz y hasta del propio Pizzi, que reclamó como nunca lo hace. ¿Habrá influido la impresentable situación de los premios aún no resueltos? ¿La innecesaria complicación directiva tras las farsas y omisiones que acompañaron la salida de Bravo de la delegación nacional para viajar a Barcelona? Vaya uno a saber, pero hay que retomar la calma y la cabeza fría si se quiere encarar esta copa con la opción verdadera de ganarla.

¿Da para preocuparse el actual momento? No. Al menos no todavía. Frente a Rumania no estaban Bravo, Jara, Beausejour…y luego Medel. Tampoco Isla en un comienzo. Con eso, obviamente, la defensa no podía verse bien. En la segunda etapa salieron Díaz y Aránguiz, la base del sector medio. Digo: hay mucho que mejorar en lo colectivo e individual, pero este grupo ya ha demostrado que si juegan los que tienen que jugar, y se mantiene la concentración, le puede ganar a cualquiera.

Ojalá sea ésa la versión de Chile que empecemos a ver desde mañana. Sánchez, Medel y Vidal prendidos, pueden llegar a hacer mucha diferencia. Y si el resto apaña, apoya, corre y se mentaliza como tiene que hacerlo, estamos listos. Como dijo también Jara con algo de ironía en su estupenda conferencia de prensa de ayer: "Nosotros somos el arroz graneado de esos superclase, pero igual los acompañamos bien". Así ha sido, ciertamente. Y así debiera seguir siendo.