En La musiquilla de de las pobres esferas, obra publicada en 1969, cuando Enrique Lihn tenía 40 años, están presentes varios de los temas que el autor trató con manifiesta sutileza y profundidad, y que, por ello mismo, dieron sustento y trascendencia al excelente conjunto de su obra poética. Aquí se deja ver, por ejemplo, el hablante condenadamente enamoradizo, o el que expresa un anticristianismo profundo, o el que enfrenta con inusual arrojo e ironía la condición del poeta en cuanto payaso, diletante o pequeño burgués, o el escéptico que no se traga las gestas revolucionarias de la época, o aquel que le canta descarnadamente a la soledad.

También aparece, por supuesto, el experto en el manejo y distribución de la palabra, el maestro en el uso de la evocación subyacente: "Y qué si me muriera de esta noche / Al corazón su miedo de romperse / con el dolor del rayo, lo desvela".

Según admitió Lihn en la contraportada de la edición original, al momento de escribir estos poemas fue acosado por dos nociones contradictorias: "En primer lugar, el sentimiento del absurdo con respecto a la tarea emprendida; luego una curiosa sensación de poder". En relación a la inutilidad de la poesía, tenemos los versos iniciales de un poema que enloda sin misericordia, y con sarcasmo filoso, el oficio del poeta: "Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos / los trabajadores de este mundo y del otro / pero es tan necesario vegetar". Y con respecto a la relativa superioridad del que construye su obra a versos, está esa magnífica declaración de principios llamada Porque escribí, cuya última estrofa merece citarse completa:

"Porque escribí no estuve en casa del verdugo / ni me dejé llevar por el amor a Dios / ni acepté que los hombres fueran dioses / ni me hice desear como escribiente / ni la pobreza me pareció atroz / ni el poder una cosa deseable / ni me lavé ni me ensucié las manos / ni fueron vírgenes mis mejores amigas / ni tuve como amigo a un fariseo / ni a pesar de la cólera / quise desbaratar a mi enemigo. / Porque escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo".

Atosigado a veces por las mismas palabras con que construye sus poemas ("[…] por las / palabras empieza mi temor por ellas de las que me he / servido demasiado tiempo para orillar este silencio"), el autor habla aquí de su estadía en La Habana durante los años 1966 y 1967. Allá se casó con una mulata, le cantó a las negras, a las palmas, e incluso a un gallo catete, homenajeó a Rimbaud, a Kafka, a Roque Dalton, y se dedicó bastante a la introspección, tal como lo demuestra un magnífico poema de título elocuente (Este no querer ser lo que se es) y los versos finales de Familia: "que mi negocio es más sucio de lo que parece: / no engaño, atormento. No me mueve el / interés personal sino el afán de bancarrota, / la obsesión de la quiebra, en una palabra el miedo / por el que empieza la barbarie".

En La musiquilla de las pobres esferas figura una notable pieza en prosa, El escupitajo en la escudilla. Ahí, Lihn vuelve a reflexionar sobre la condición del poeta: ve a miembros de la cofradía "ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional, continental o mundial", mientras que él, a fuerza de desvivirse, "quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua". No existe, según el hablante, ningún sentido de camaradería: "jamás una comunicación, nunca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escudilla". El autodenominado "escribiente" sabe que está solo y que "casi todo lo que soy está por hacer. La vejez pudo sorprenderme en la cuna. Y no nací, como Lao Tsé, a los ochenta años".