El 1 de diciembre de 1997, tres camiones fueron quemados en la comuna de Lumaco (La Araucanía), remeciendo para siempre el centenario Conflicto Chileno – Mapuche, atrás quedaron las organizaciones y líderes mapuche que buscaron defender a su pueblo por la vía institucional. Lumaco fue la última ratio, la rebelión o la desaparición, tal como lo expreso José Huenchunao, uno de los fundadores de la CAM, significo "todo el peso histórico de la opresión, la desesperanza y humillación de nuestra gente" (El Mercurio, 28 de diciembre del 2000).

Acertadamente, el peñi Pairican señaló que Lumaco "marcó la transición entre la devolución de tierras a la devolución de territorio, marcando un salto cualitativo para el movimiento Mapuche, ya que fue clarificando el carácter ideológico de la cuestión nacional mapuche", "brotando con mayor claridad la utopía autodeterminista".

Implico la consolidación de un discurso que nunca había dejado de buscarse, porque no se confundan, aún por la vía institucional, el fin siempre ha sido recuperar la autodeterminación ganada en los antiguos Parlamentos firmados primero con la Corona y después con la República chilena. Cosa distinta es la errada estrategia de "acción directa", que en 20 años y más de 280 camiones quemados, no ha conseguido siquiera el reconocimiento constitucional.

Existen tres factores a considerar si queremos avanzar en un entendimiento duradero:

Primero, hasta ahora los distintos gobiernos de turno no han querido entender el sustrato histórico del conflicto, para la mayoría se trata de una problemática económica y cultural, pero no política. De ahí que sus soluciones sean leyes especiales para la Araucanía, créditos blandos, modelos de negocios, más subsidios, enseñar un par de palabras o escribir un par de letreros en mapudungun, políticas economicistas y superficiales que hasta ahora no han mellado en la intensidad del conflicto.

Los Gobiernos deben cambiar su estrategia, haciendo no más de dos o tres cosas: primero reconocer que existe un conflicto y un pueblo distinto; segundo, reconocer que el Estado fue el causante del conflicto, y dejar de culpar a los mapuche o a los colonos; y, tercero, generar las condiciones para un diálogo de buena fe y con voluntad de cumplir lo prometido. Si un Imperio como el español fue capaz de dialogar, con más razón debería hacerlo una República que supuestamente está fundada en principios democráticos.

Segundo, la pasada elección dio un panorama muy alentador en la Araucanía. Por un lado, los candidatos que negaban la legitimidad de las demandas mapuche, esos que se encargaron de polarizar la región y no aportar ninguna solución perdieron estrepitosamente, tanto así, que Aucan Huilcaman con un abierto discurso a favor del autogobierno obtuvo una mayor votación que el Diputado Gustavo Hasbun y el dirigente de los camioneros. Felipe Kast, la gran novedad obtuvo la primera mayoría, no con el discurso añejo de la derecha regional, sino con una mirada país moderna e inclusiva, hablaban de turismo como motor regional y respeto a los pueblos indígenas. Por otro lado, salió electo como Senador el peñi Francisco Huenchumilla, la relevancia de esto no está en su origen, sino en el tiempo que estará en el Congreso, si fue capaz en dos años de revolucionar el país, imaginen que hará en 8 años. El rol de Huenchumilla no es ser el representante de los mapuche, eso no lo logro ni Lautaro, lo mejor que puede hacer, es convertirse en un líder política nacional, estatura le sobra, y con esa influencia ser un facilitador de los anhelos del pueblo mapuche.

El tercer factor, que es el más determinante, es que los propios mapuche debemos recuperar el poder político y el poder económico, los tiempos cambiaron, las marchas no cambian leyes y los camiones no consiguen autonomía. Hoy es hasta penoso ver campañas por la autodeterminación con fondos públicos, rogando cuotas o dirigentes mapuche absolutamente complacientes con los políticos santiaguinos.

No faltarán los pasquines desinformativos y las ONG con intereses creados que dirán que la lucha es el camino, que la vía institucional no es mapuche, que ellos tienen la razón y los otros solo están siendo utilizados.

Todos sabemos que el pueblo mapuche era inmensamente rico en el siglo XIX, su economía giraba en torno al libre comercio en las fronteras del Wallmapu, el eje angular de la economía eran los caballos, traídos por los españoles. Es muy probable que en esa fecha estos pasquines y ONG, dijeran: No, los caballos no son mapuche, no pueden utilizarlos. Y, nuestra historia hubiese sido completamente distinta, condenados a la pobreza y la encomienda.

Debemos dejar de escuchar a estos pasquines y ONG que se muestran como defensores de los indígenas, que solo nos utilizan para impulsar su agenda anticapitalista. Estos falsos amigos prefieren condenarnos a la pobreza, antes de romper su imagen idílica de los indígenas, imagen que por cierto no tiene nada que ver con los Mapuche.

La trampa es que, sin autonomía económica, es imposible alcanzar algún día la autonomía política. Países desarrollados como Australia se han dado cuenta que el problema no es la autonomía, es quien la financia, entonces, ellos se preocupan de generar las condiciones para que los pueblos indígenas generen riqueza y puedan determinar libremente – sin intervención de ONG, pasquines o el Gobierno- qué hacer con sus vidas.

Ese paso debemos dar, terminar con el ciclo de Lumaco y construir los cimientos para una autodeterminación efectiva, sin cuotas y por nuestros propios medios políticos, económicos y culturales, esa es la única forma de avanzar.

Fuentes:

(Pairican, Fernando. Lumaco: la cristalización del movimiento autodeterminista mapuche. Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Vol. 17, Nº 1, 2013)