La entrevista del ministro Eyzaguirre a La Tercera es reveladora del estado de cosas en que se ha debatido el país en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet. Su comentada afirmación de la "mala pata" respecto al crecimiento es, por supuesto, un error comunicacional, aunque no desprovisto de una elocuente cuota de realismo político, al dar por hecho que será un gobierno de oposición el que se beneficiaría de la recuperación del crecimiento.
Con todo, sus dichos revelan un problema de fondo que sorprende en un experimentado político que fue antes ministro de Hacienda y que ha ocupado uno de los cargos más relevantes del actual gobierno. Siguiendo su línea de pensamiento, el crecimiento sería enteramente el resultado del ciclo económico, ante el cual la política estaría inerme y, en consecuencia, un gobierno solo tendría la buena o mala suerte del ciclo que le toque. Esto equivale a reducir el rol de la política -y de las políticas públicas- a una mínima expresión en materia económica. En la concepción de Eyzaquirre el país crecería o se frenaría por causas externas y no por las del programa del gobierno de turno. Por cierto, si esto tuviera algún asidero, nuestra economía ya estaría experimentando un alza al ritmo de una economía mundial que se encamina a cerrar un bienio de muy saludable desempeño.
No debe olvidarse que el ministro Eyzaguirre encabezó la notable agenda procrecimiento del gobierno del Presidente Lagos, en un trabajo conjunto con el entonces presidente de la Sofofa, Juan Claro. Ese esfuerzo dio origen a un conjunto de iniciativas y reformas que permitió al país actualizar su marco regulatorio para reimpulsar el crecimiento. Más todavía, el ministro fue protagonista de una de las políticas públicas más virtuosas de las últimas décadas en el ámbito económico, la regla de balance estructural, de importancia crucial para el desarrollo del país. Nótese que se trata precisamente de una regla contracíclica, que se hace cargo de las posibilidades de la política pública de contrarrestar los vaivenes que experimentan los ingresos fiscales. A no dudarlo, fueron iniciativas políticas en su sentido más profundo y trascendente.
¿Cómo puede entenderse entonces que quien fue impulsor de tan loables tareas sostenga ahora que la economía chilena se movería al vaivén del ciclo y que no habría mucho más que hacer que encomendarse a la suerte de un buen ciclo o lamentarse por la "mala pata" de uno recesivo? La respuesta está en la apreciación del ministro en cuanto a que el gobierno estaría terminando con "canasta limpia" respecto del programa. "Virtualmente, todos los compromisos que hizo con el país los llevará adelante", nos dice. El crecimiento no era uno de ellos. De haberlo sido, tal apreciación sería insostenible. El magro desempeño de la economía chilena en estos años no es una deuda pendiente, simplemente porque no estaba en el listado de las propuestas ni de las prioridades políticas.
Había llegado la hora de girar en contra de esa cuenta corriente que el país acumuló por largos años, en nombre de las reformas estructurales que han sido el sello del segundo gobierno de Bachelet. Los resultados están a la vista y sus efectos políticos también. El resto es música.







