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Por estos días estoy en Manhattan. Llegué hace una semana, invitado por la Universidad de Nueva York y el North American Congress on Latin America (NACLA), quienes me otorgaron, el presente año, el premio a la Integridad del Periodismo Iberoamericano. El galardón lleva el nombre de Sam Chavkin, legendario corresponsal neoyorkino en Latinoamérica y autor de "Storm Over Chile: The Junta Under Siege", entre medio centenar de libros.
Un verdadero honor, sobre todo considerando los premiados en años anteriores; Stella Calloni, de La Jornada de México por su trabajo sobre la "Operación Cóndor"; la mexicana Alma Guillermoprieto, maestra de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y colaboradora de The New Yorker; Tina Rosenberg de The New York Times y también ganadora del Premio Pulitzer; y Cristian Alarcón de Página12, autor de una notable investigación sobre las villas miseria y la mafia policial en el Gran Buenos Aires.

<em><span lang="ES-CL">Me dicen que "Solo por ser Indios", aquella recopilación de columnas publicadas entre 2010 y 2012, fue en gran parte la responsable. <strong>"Su libro está disponible en las bibliotecas de Columbia, NYU y Harvard, y es fuente de consulta de muchos estudiantes",</strong> me cuenta un académico presente en la premiación.</span></em>

Quién lo diría. "Ha logrado transformarse en una voz indígena en los medios masivos de comunicación, una voz influyente y reconocida en su país y el continente", reseñó mi presentador en el acto. Fue imposible no ponerse colorado. Mi hija, que rara vez me hace caso, se habría muerto de la risa. Entre orgullo y pudor, todo junto.
La cita fue el pasado domingo en el Rockefeller Center, el mismo lugar desde donde Diego Rivera fue sacado a patadas por el industrial John D. Rockefeller Jr., descontento con el mural "leninista" que el mexicano –poseedor de un humor negro exquisito- le había pintado en el lobby de su capitalista cuartel general. A mí nadie me sacó a patadas, por suerte. Todo fue buena onda. Felicitaciones. Y un gran interés por Chile, la situación mapuche y los 40 años de amnesia que parecieran, enhorabuena, llegar a su fin. Entre el público asistente, Joyce Horman, viuda de Charles Horman, periodista neoyorkino asesinado por la dictadura militar y cuya historia relata Costa-Gavras en la película "Missing" (1982).
Charlamos largo rato precisamente de ello, de la amnesia chilena y de lo refrescante que ha resultado, para muchos, este último 11 de septiembre. Le cuento de los mea culpa de la clase política, de la serie "Ecos del Desierto", de la acertada decisión de Piñera de cerrar el Penal Cordillera y terminar así con los insultantes privilegios a los militares. Sonríe, satisfecha. "Da esperanza lo que hemos visto en Chile", me dice. Mientras, ella sigue buscando justicia por su marido. Y promoviendo el ejercicio de la memoria. Hace poco, me cuenta, reunió en un acto conmemorativo en Nueva York al ex juez Baltazar Garzón, al asesor de Allende, Joan Garcés, al ex juez Juan Guzmán y a la viuda de Víctor Jara, Joan. "Quisimos condecorarlos por su incansable aporte en la búsqueda de verdad y justicia", me dice.
Condecorados todos ellos. Como yo. ¿Ha cambiado realmente Chile?, fue la pregunta que hice al iniciar mi discurso. Si, está cambiado, injusto sería decir lo contrario. Se abren, lentamente, las Alamedas por donde transitará libre, en un futuro no muy lejano, el estudiante secundario, el gay, el consumidor de marihuana y, escúchanos señor te rogamos, también el mapuche. "Chile vive una revolución cultural silenciosa, en la cual mucho tienen de responsables las nuevas generaciones y un miedo que no heredaron de sus padres", señalé. "Les hablo de chicos que crecieron en democracia y que se informan principalmente vía sus muros de Facebook y TL de Tuiter. Son ellos quienes están cambiando el país, pese a la resistencia de una clase política, transversal, que se aferra con uñas y dientes a un antiguo régimen en decadencia. Si Chile está cambiando.
Ya no es el Chile de los consensos, los pactos secretos de gobernabilidad y la justicia en la medida de lo posible. Lo que hace una década era justificado, hoy llena de vergüenza. Todos, excepto un par dinosaurios animatronic, condenan por igual los crímenes de la dictadura. En la derecha dos visiones de Chile navegan irremediablemente en rumbo de colisión. ¿Emergerá de aquel naufragio la publicitada "Nueva Derecha" divorciada del pinochetismo? Imposible saberlo. Pero la sola posibilidad de que ello ocurra entusiasma y créanme que muchísimo. Por el lado de Michelle, el Chile que gobernará en 2014 no será aquel timorato del 2005. Se ha corrido la línea de lo posible. De ella dependerá el chipe libre o la contención. La fiesta o el toque de queda. Como no habla mucho y le hace el quite a los debates, imposible hacer predicciones.
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Si, Chile está cambiando, señalé ante un atento público asistente. Pero no, no alcanza para destapar champaña. Prueba de ello, mi presencia aquella tarde en Manhattan. "Chile, a pesar de todos estos avances, sigue teniendo una deuda pendiente consigo mismo", subrayé. Y esa deuda es su relación, enfermiza, con los pueblos indígenas que habitan desde el norte a los canales australes. "Hablo de la negación de su componente indígena, de este insistir en no mirarse al espejo cada mañana, de la porfía en seguir insistiendo en el Chile blanco, monolingüe, mono cultural, en este absurdo del Estado-Nación portaliano, de una sola bandera, una sola cultura, un Estado mono que se niega a ser estéreo", señalé. "Mi presencia aquí es una prueba de ello, de la deuda de Chile con su historia, con su memoria, con un pasado que avergüenza, que nos posiciona a chilenos y mapuche en trincheras de conflicto, impidiendo el diálogo y la búsqueda de acuerdos políticos que nos proyecten al siglo XXI", subrayé.

<span lang="ES-CL"><em>Chile vive anclado en el siglo XIX. <strong>Su estructura centralista de Estado, su modelo económico basado en la extracción de materias primas, su sistema político excluyente y de castas familiares, su identidad nacional que da espaldas a la diversidad</strong>, todo ello pone en cuestión la demanda mapuche en Chile.</em> </span>

No, no se trata de unas hectáreas más o hectáreas menos. Se trata, anoten por favor, del Chile que imaginamos para nuestros hijos y nietos. Es cierto, hoy lo dramático del conflicto nos hace centrar la mirada en los presos, los torturados y los muertos. Y tierra, principalmente, es lo que ellos demandan. Tierra, cultura, justicia y libertad. Pero esto es mucho más profundo. Trata del tipo de sociedad y país que estamos construyendo. ¿Necesitará Chile otros 40 años para entenderlo?", pregunté.
En varios pasajes del discurso hice las veces de aguafiestas. Sobre todo para algunos chilenos presentes, exiliados nostálgicos de la revolución y cercanos hoy, según pude notar, a la Nueva Mayoría. "No, optimista no soy respecto de cambios a corto o mediano plazo en Chile", señalé. "Existe un consenso muy sólido en las elites respecto de un status quo que no parecieran querer modificar. Más allá de los temas valóricos, no se observan grandes diferencias en los programas de la Alianza y la Concertación.
Cero referencias a cambios estructurales al modelo heredado de Pinochet. Nadie cuestiona el centralismo que agobia y maltrata las regiones. Del federalismo como alternativa, ni hablar. Lo mismo en el tema indígena. Cero referencia al autogobierno, los derechos colectivos o el avanzar hacia un Chile Plurinacional", subrayé. No, mi esperanza no está depositada en esta clase política, les dije. ¿Entonces en qué o en quiénes confiar para el caso chileno? En las nuevas generaciones, apunté. "No será por la llegada de un nuevo gobierno que viejas prácticas de la partidocracia chilena serán desterradas de la noche a la mañana. Ello implica un cambio cultural y, sobre todo, un recambio generacional. Que la vieja política sea desplazada por nuevas caras, nuevos relatos y nuevas complicidades. Y para ello falta, cuando menos, una década", comenté. Quizás, como diría mi abuelo, es el tiempo de sembrar y no de cosechar. O tal vez de preparar la tierra. Y elegir con calma la buena semilla.
Diez, veinte, treinta minutos de discurso. Hora de agradecer y cerrar. "No sé si merezca un premio de esta envergadura", reconocí ante todos. "Mi trabajo es escribir, contar historias y tratar de dar voz a quienes por diversas circunstancias no la tienen. Esto lo hago desde el periodismo, así, a secas, sin apellidos, porque convencido estoy que no se necesita ser mapuche para distinguir en esta profesión lo justo de lo que es injusto. Si Chavkin estuviera vivo, hoy estaría escribiendo de los mapuches, se los aseguro.
Y sobre las múltiples injusticias que a diario se comenten en Latinoamérica con aquellos que Franz Fanon, pensando en África, bautizó como los condenados de la tierra. Insisto. No se requiere ser periodista y mapuche para calibrar el tenor de estas injusticias. Basta un mínimo de humanismo y principios éticos que, convencido estoy, son universales y trascienden pueblos, lenguas y culturas", señalé. "El premio que hoy recibo dice relación con la Integridad. Los mapuche a ello le llamamos ser Kimche y ser Norche, ser una persona sabía y una persona correcta.

<em><span lang="ES-CL"> Mi abuelo siempre me decía que más que ponerse una manta, ser mapuche trataba precisamente de ello, de un modelo de persona, de un tipo de comportamiento individual y colectivo, de un camino a<strong> transitar, de un horizonte hacia el cual porfiadamente insistir en querer llegar. </strong></span></em>

Ser mapuche, para él, trataba entonces más de una ética que de una estética. Más de ser que de parecer. Es esta también la forma en que concibo el ejercicio del periodismo. Si por ello me están premiando, entonces vamos por buen camino". Aplausos en la audiencia. Fotos con la familia Chavkin, intercambio de tarjetas con un par de asistentes, vino de honor, mi mapunglish que mejora, fin de la ceremonia y regreso solitario al hotel. Los flashes y el glamour duraron medio minuto. Bueno que así sea.