FRANCIA SERÁ escenario de un nuevo enfrentamiento entre cosmovisiones contradictorias: el cosmopolitismo liberal de Emmanuel Macron competirá con el nacionalismo de Marine Le Pen. No es una casualidad ni una circunstancia única. En los últimos meses ambas corrientes se han mostrado los dientes en Estados Unidos, Holanda, Austria, Gran Bretaña y España. Es el nuevo clivaje de la política mundial, que opone a los representantes del establishment pro mundialización con los de aquellas personas damnificadas por el proceso globalizador.
La existencia de los "deplorables" ha sido diagnosticada desde hace años en diversos lugares por especialistas de todos los colores. En Estados Unidos, libertarios como Charles Murray, conservadores como David Brooks, comunitaristas como Robert Putnam o progresistas como Robert Reich han venido describiendo el surgimiento, por un lado, de una elite bohemia y burguesa de "analistas simbólicos" que poseen grados académicos, puestos en industrias de punta y que gozan de las comodidades de la globalización y la modernidad, y, por otra parte, de una nueva clase baja compuesta por obreros no especializados que se desempeñan en los sectores no transables de la economía, viven en barrios desmejorados y son golpeados por la desindustrialización, el abandono y la disfuncionalidad. En Francia, el geógrafo Christophe Guilluy denuncia la marginalización de una periferia donde se acumulan las fragilidades económicas y sociales, y advierte sobre el crepúsculo de la elite.
Son justamente este tipo de elites las que por décadas monopolizaron la discusión social. Por soberbia, desdén o frivolidad, fueron indiferentes a los problemas que sufrían aquellos que no estaban en condiciones de subirse al carro de los triunfadores de la globalización. La presión fue subiendo y terminó por estallar, canalizándose en los movimientos y liderazgos que ahora asustan a la elite biempensante. Hoy vivimos la revuelta de los postergados.
La respuesta de la elite ha tenido mucho de histeria. Acusan a los revoltosos de fascistas, populistas, ignorantes e intolerantes; en suma, "deplorables", como denominó Hillary Clinton a los seguidores de Donald Trump durante la campaña del año pasado en EE. UU. Los bárbaros golpean la puerta y el pánico ha llevado a los partidos tradicionales a aliarse y formar grandes coaliciones. En Francia, la derecha y la izquierda tradicionales se han puesto detrás de Macron para detener a Le Pen, considerada una "amenaza para la república".
Se consolida así un escenario en el que la revuelta de los deplorables -ejemplificada en las victorias de Trump en EE.UU. y del Brexit en Gran Bretaña, pero anticipada también en otros lugares, como la Hungría de Viktor Orban o la Polonia del partido Ley y Justicia- está enfrentando la reacción del establishment, como sucedió en las parlamentarias en Holanda o las presidenciales celebradas en Austria en 2016, donde los candidatos pro globalización se impusieron tras recibir apoyo transversal de partidos tradicionales.







